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Crítica de Música

Orquesta Bética: segundo siglo

Superado ya su primer siglo de existencia, la Orquesta Bética de Cámara regresa a la programación musical de la ciudad con una renovada temporada que presenta la novedad de, además de los cinco conciertos sinfónicos, ofrecer otros tres programas de cámara de gran atractivo en función de las obras y, sobre todo, de los intérpretes seleccionados. Con la colaboración, además, de Pasión Benítez, la Bética llama a las familias a llevar a sus hijos pequeños a una serie de actividades musicales durante el concierto, al que asisten en la última obra del programa. Todo un modelo de imaginación y de renovación que bien valdría que el consejo de administración del Maestranza, tan cerrado tradicionalmente a la realidad musical de la ciudad, considerase como obligada una visita anual de esta orquesta (como de otras formaciones locales de calidad) sin necesidad de pagar la desorbitada cantidad de doce mil euros por noche.

Y bien que lo merece la Bética, porque en el concierto de anoche mostró desde el principio un sonido compacto, empastado, de gran homogeneidad en materia de articulación y con un brillo sobresaliente. Y con la flexibilidad suficiente para seguir el ritmo incesante impreso por Thomas a la obertura de Vaughan-Williams. Igualmente brillante y densa fue la respuesta sonora de la orquesta en el concierto de Bruch, en el que Martínez Melero deslumbró con una interpretación pasional, todo fuego en los ataques, de sonido brillante y un legato poético en el Adagio.

Algunos desajustes en los violines primeros asomaron en la segunda parte, en la que Thomas bordó una versión llena de acentos y de contrastes dinámicos.

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