raúl rodríguez. músico

"Quiero recuperar la música que provoque emoción, que dé calambre"

  • El intérprete publica 'La raíz eléctrica', un libro-disco en el que reivindica "la música como tierra libre, como espacio de convivencia" y en cuya elaboración fue determinante una estancia en Haití

Raúl Rodríguez, fotografiado en una plaza de Sevilla, dedica homenajes a figuras como Ziryab y Bécquer en su nuevo trabajo.

Raúl Rodríguez, fotografiado en una plaza de Sevilla, dedica homenajes a figuras como Ziryab y Bécquer en su nuevo trabajo. / juan carlos vázquez

Durante años, el guitarrista Raúl Rodríguez (Sevilla, 1974) había dado muestras sobradas de su talento en conciertos de Kiko Veneno, Santiago Auserón, Martirio -su madre- o Jackson Browne, hasta que en 2014, cuando cumplía la cuarentena, inició una carrera en solitario con el álbum Razón de son. En aquel disco, este intérprete licenciado en Geografía e Historia y Antropología combinaba su erudición y su interés en el legado que le precedía con la imaginación y las ganas de levantar el vuelo por sí mismo. Aquel trabajo, sin embargo, le parece hoy al músico "una especie de bebé probeta" frente al que publica ahora, La raíz eléctrica (Altafonte), que considera "una criatura viva. El primero lo grabé solo, y este lo he hecho con una banda entre cuyos miembros hay una amistad verdadera, y eso se nota. Normalmente en las mezclas tienes que subir y bajar los volúmenes de cada uno, pero aquí no ha hecho falta porque cada instrumentista estaba pendiente de lo que hacía el otro, nos íbamos acoplando, hemos funcionado como un organismo". Precisamente, la idea de unidad y de diálogo está muy presente en este precioso libro-disco -con portada de Javier Mariscal y prólogo de Santiago Auserón- que Rodríguez tiene previsto presentar en distintos escenarios de Andalucía: el 16 de noviembre en el Teatro Falla de Cádiz, donde actuará con Martirio y el reciente Premio Nacional de Músicas Actuales Javier Ruibal; el 17 de ese mismo mes en Málaga (Centro María Victoria Atencia), y el 18 en Granada (Boogaclub).

-En El viajero, uno de los temas de este álbum, se define como "dueño de una canción que no tiene pasaporte". Su mensaje parece muy pertinente ahora...

-Creo que es el momento de reivindicar la música como tierra libre, como espacio de convivencia, como un lugar donde poder ser nosotros y sin dejar de ser nosotros poder estar con los demás.

-Eso es algo que descubrió en Haití, uno de los lugares en los que se gestó este proyecto.

-Jackson Browne trabaja con una fundación norteamericana [la APJ, Artistas para la Paz y la Justicia] que construye hospitales y casas en los barrios más desfavorecidos, una iniciativa que también ha montado en la ciudad de Jacmel una escuela de audio y de cine. Jackson nos propuso a unos cuantos compositores participar en un taller sobre cómo se hace una canción. Que lleváramos temas sin terminar para desarrollarlos allí, que a partir de esas ideas planteáramos cómo se graba para que los alumnos se involucraran en la grabación y que se quedaran con algunos detalles de cómo es la historia.

-Allí, pese a las durísimas condiciones que vive el país, usted descubrió la importancia que se le da a la cultura, frente al desinterés que existe aquí, donde, lamenta usted, "aparentemente sobra de todo y sin embargo el saber se desprecia".

-Haití es la zeta en el abecedario internacional, y todo el que vive en la cara a debe hacer un viaje así a la cara b para comprender cómo está el mundo en realidad. Es verdad que me impresionó mucho la importancia que le dan allí al arte. Aquí, la cultura es la última estación del viaje, pero en Haití ves a gente haciendo esculturas con los desechos de los terremotos o los tsunamis, haciendo canciones, pinturas... Toda esa energía me impactó.

-No fue la única sorpresa que vivió: allí se encontró con un ritmo parecido al de la rumba tocada con guitarra eléctrica.

-Sí, lo más parecido que he encontrado a Pata Negra... voy y me lo encuentro en Haití. Pensaba escuchar música caribeña desconocida y me topé con el son de la Alameda. Eso me noqueó. Volví al recuerdo de los sonidos de la infancia, recobré la conciencia de que todavía había una parte de nuestra música que estaba por electrificarse, por pasar por un tamiz más psicodélico e imprevisible, más liberador. En Haití compuse la primera canción, viendo las noticias de lo que pasaba aquí, a políticos que no se ponían de acuerdo en algo muy básico, mientras yo andaba con músicos que no conocía y nos entendíamos. A mí me gusta decir que estábamos en una cumbre internacional pero con músicos, no con políticos. Y de ahí surgió Que sea el ritmo el que nos gobierne. El ritmo es universal. De hecho, los planetas son piedras bailaoras en el espacio, que tienen tanto compás que nunca se chocan entre ellos.

-Tras la revelación que tuvo en la isla caribeña, decidió recuperar el toque eléctrico. En alguna entrevista ha comentado, en este sentido, que su generación había dado la espalda a la música de la calle.

-Digamos que La raíz eléctrica se titula así por dos motivos. En primer lugar porque quiero recuperar la música que provoque emoción, que dé calambre. Además, en este disco defiendo una vuelta a los orígenes para aquellos que nacimos a finales de los 70 y principios de los 80 y que crecimos con la electricidad como un lenguaje tradicional, como una carta más de la baraja. Muchos de nosotros nos hemos dedicado a músicas más acústicas, más sentimentales, a la relectura de los cantes antiguos, y me parece que hemos acabado dándole el balón al equipo contrario. Hemos abandonado la electricidad, y el territorio del baile, que es algo que el público demanda. Hemos desaprovechado la oportunidad de haber hecho durante estos años una música flamenca más eléctrica, un campo en el que creo que aún queda un paso por dar.

-Su faceta de antropólogo se percibe en los textos del libro-disco, donde comparte sus investigaciones con el público.

-Ya no sé desligar la música de la antropología, y me interesa una disciplina intermedia, una antropomúsica, que ya he podido exponer en universidades, en encuentros con investigadores. Yo creo que el que quiera estudiar la música popular debe aprender a tocar, para convertirse en una pieza más de la fiesta y comprender qué es lo que ocurre, pero también que el músico que trabaje con repertorio popular tiene que saber qué es lo que ha pasado más allá de los discursos oficiales, y en este sentido el acercamiento antropológico es especialmente útil porque te obliga a estudiar muchas ramas distintas como la Historia, la lingüística... y te obliga a ver más allá de las explicaciones más evidentes.

-Entre sus objetos de estudio destaca la presencia africana en Andalucía, la huella que ha dejado en la música popular.

-Esa huella es bastante incontestable. Ahora tomo los ritmos del flamenco como un componente más de esas músicas derivadas de la diáspora esclavista; lo sitúo en un circuito internacional que comparten el son cubano, el candomblé en Brasil, el tango en Argentina o el jazz en Nueva Orleans. Las relaciono como si fueran parte del mismo cancionero y suelo decir que esas músicas se marcaron una venganza dulce, son ritmos que llegaron como esclavos y hoy son danzas que nos liberan a todos.

-Uno de los personajes a los que rinde un homenaje en La raíz eléctrica es a Ziryab, un hombre que con su cultura revolucionó la Córdoba de los omeyas.

-Es un ejemplo de qué sucedería si le diésemos otro trato a la gente que está llegando ahora del mismo sitio que él. Era descendiente de esclavos, iraquí, vagó por Egipto, por Siria y por Túnez hasta llegar a la Península Ibérica. Añadirle la quinta cuerda al laúd como hizo él propicia que finalmente toquemos hoy la guitarra. Es increíble la cantidad de cosas que trajo a nivel social, desde las copas de vidrio, los manteles, el desodorante, la pasta de dientes, el ajedrez... O toda la transposición de la música del modo grecopersa. Todo ese sabor morisco que hay en nuestra música no existía aquí hasta que vino él.

-El disco también resalta la vigencia de Bécquer. Su Rima XIV le facilitó una letra que se le resistía.

-Yo llevaba diez años con esa canción, y la había trabajado. Quería hablar de la ausencia sin dar nombres concretos, sin mencionar a un familiar o a un amor, y encontré la definición de eso en su libro, que estaba en el estudio. Los dos somos del mismo barrio, y me gusta ver el haber dado con su poema como una especie de encuentro fantasmal, más allá del tiempo.

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