Agricultura y pesca

Trampa mortal en el Mediterráneo

La almadraba es una trampa inmemorial para el atún. El animal desciende desde el Ártico en busca del calor y la sal del Mediterráneo y, poco antes del Estrecho, se halla en este callejón. El mecanismo es un laberinto, un esqueleto de cables en el que el atún pierde el norte, se desorienta y, buscando la salida, emerge a una superficie iluminada por los destellos de cientos de arpones. El agua se tiñe de rojo. Así ha sido siempre... hasta que el Icaat, el organismo formado por más de 40 países que vela por la conservación del atún atlántico, decidió el pasado noviembre en su reunión anual en Brasil que la situación era insostenible. Se venía avisando hace tiempo y las grandes industrias pesqueras, dedicadas a la pesca de cerco, fueron demorando las medidas o aceptando recortes insuficientes de muy dudoso cumplimiento. En el año 2006 se calcula que se pescaron 50.000 toneladas de atún, cuando el tope estaba en 32.000. El acuerdo alcanzado a finales de 2009 ha supuesto una reducción de un 40 por ciento de la pesquería.

Para el sector tradicional de la almadraba, que se simboliza en la localidad de Barbate, ese 40 por ciento supone una reducción que hace imposible su rentabilidad. No más de 600 toneladas. La pasada campaña las almadrabas de la provincia de Cádiz ya vieron reducidas sus capturas a las 1.100 toneladas, 300 por debajo de lo considerado el mínimo rentable. En dos semanas, con el Estrecho lleno de atunes como hace tiempo que no se recordaba, los almadraberos tuvieron que parar, devolver al mar un buen número de ejemplares y entregar otros para su estudio.

Pero esa migración fue engañosa. Los científicos de Greenpeace y de wwwf-Adena aportaron datos incontestables sobre el peligro de extinción de la especie si no se daba un parón en seco. La primera voz de alarma ha cumplido una década: fue dada en 1999, cuando se presentó un estudio que demostraba que el 80 por ciento de la población de atún se había perdido en apenas veinte años. Desde entonces, todo ha ido a peor.

Para ellos, el problema no está en las almadrabas, pero las almadrabas también pagarán por la avaricia materializada en esos buques de cerco, que incluso persiguen con helicópteros los bancos de atunes. El cerco captura el atún, grande o pequeño, para trasladarlo a jaulas distribuidas por todo el Mediterráneo, engordarlo y engrasarlo. Una vez listo viaja en avión con destino al gran mercado del dinero rápido y fácil, el japonés. Desde que los ecologistas demostraron con números sus denuncias, esta industria, de una enorme influencia por su capacidad económica, no ha hecho sino invertir en mejores y más grandes barcos, sembrar de granjas de engorde el litoral, construir aeropuertos especialmente pensados para este transporte y poner palos en las ruedas sobre cualquier decisión de los organismos internacionales acerca de la captura del atún.

De hecho, la industria deBarbate es la única que no niega los datos de los ecologistas, aunque los considere en exceso alarmistas. Barbate pide que paguen los que realmente han provocado esta situación, mientras se sigue permitiendo una pesca sostenible y fácilmente controlable como la almadraba. Pero la regulación internacional no acepta excepciones, pese a que la pesca de almadraba está tan localizada que es prácticamente imposible el fraude. No ocurre lo mismo con la pesca de cerco. La almadraba, además, es el termómetro del estado del atún. Y lo que dice la almadraba es elocuente: los ejemplares que se capturan son cada vez más pequeños, habiendo pasado la media de los 200 kilos por ejemplar a los 145. El problema se percibe en la ida, pero es estremecedor en la vuelta. El atún que sobrepase el laberinto almadrabero es muy difícil que regrese una vez haya desovado. El Mediterráneo es una auténtica trampa mortal y no es selectiva, como la trampa de la almadraba. Quien entra en el Mediterráneo, no sale. Pese a ello, la localidad de Barbate, empobrecida tras el desguace de su flota y la falta de caladeros rentables de la pesca de todo el año como el boquerón, está resignada a la pérdida de sus almadrabas. “Hace veinte años que llevamos oyendo lo mismo y se sigue pescando el atún. Algún día tendrá que acabarse”, afirman en la localidad. La riqueza que da la almadraba, según los pescadores barbateños, es relativa. Cada vez se emplea a menos gente. Ahora mismo son unos 400 y 1.200 indirectos. Con la nueva cuota, que sólo permitirá un limitado comercio doméstico, no harán falta tantos.

Desde ‘El Campero’, el restaurante regentado por Pepe Melero, que es un emblema del atún rojo y que ha elevado su carne a los altares de los oráculos gastronómicos, se considera que tiene que haber términos medios y que se debe respetar también su vertiente cultural. Las ruinas de la cercana playa de Bolonia, con los restos de la industria del garum, son ejemplo de ello.

Ya apenas hay margen para la lamentación. El antiguo puerto de Barbate, un complejo industrial fantasma plagado de edificios con los cristales rotos y sus interiores abandonados, acoge la flota almadrabera dormida. Parece ejercer de metáfora sobre el futuro de una práctica ya contada por Aristóteles. Las jaulas de engorde tendieron una trampa a la almadraba. Bastaron tres lustros para acabar con tres milenios.

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