Inmigración

Melilla, la dolorosa frontera que no quiere ser protagonista

  • El puesto fronterizo de la ciudad autónoma recupera la calma tras la tragedia del 24 de junio, cuando murieron al menos 23 jóvenes subsaharianos en el lado marroquí

  • Los melillenses vuelven a ser centro de las miradas entre el escepticismo y la preocupación por su futuro

Puesto fronterizo entre Marruecos y Melilla.

Puesto fronterizo entre Marruecos y Melilla. / Antonio Navarro Amuedo.

Domina estos primeros días de julio a ambos lados de la frontera una sensación de que la historia ha tomado velocidad en este rincón semiolvidado para Rabat y Madrid de la costa rifeña y de que algunas cosas no volverán a ser como antes. Acaban de morir como consecuencia de la intervención de las fuerzas de seguridad marroquíes 23 jóvenes subsaharianos, según Rabat –casi 40, de acuerdo a las organizaciones no gubernamentales– en el lado nadorí de la verja que separa Marruecos de Melilla en su afán por franquearla y alcanzar suelo europeo. Hay decenas de heridos en todos los lados. El silencio de las autoridades marroquíes y el capote del presidente del Gobierno Pedro Sánchez a Rabat en pleno proceso de restablecimiento de relaciones bilaterales acelerarán el olvido de la tragedia en el último salto masivo a la frontera. Hasta el siguiente.

Después de la tempestad, la calma. El perímetro fronterizo que separa Marruecos de Melilla es en estas jornadas sofocantes de verano un escenario fantasma; cuesta creer que la doble alambrada vigilada por gendarmes y guardias civiles discretamente refugiados del sol en sus garitas fuera el escenario de la tragedia de la mañana del 24 de junio. Podemos apreciar, fijándonos mucho, en los restos de los jirones de las camisetas y los pantalones de los asaltantes. Poco más.

Del lado marroquí, la fronteriza Beni Ensar es una pedanía portuaria vigilada por las fuerzas de seguridad marroquíes de uniforme y de paisano en cada esquina que apenas trata de despertar a la vida tras dos años de fronteras cerradas por mor de la pandemia primero y de la crisis diplomática entre Madrid y Rabat después. Su caserío, como el de la también fronteriza Farhana, se desparrama y confunde abigarrado con los primeros barrios melillenses, que no por casualidad son los más descuidados y abandonados.

En una de las esquinas del polígono que forma la silueta del territorio melillense se encuentra el sellado –desde antes de la pandemia– paso del Barrio Chino, donde no hay barrio ni chinos sino silencio. No lejos de allí está el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), que da cobijo a varios centenares de jóvenes subsaharianos, entre ellos los 133 que lograron acceder a suelo español tras el salto del día 24, que, a su vez, protagonizaron entre 1.500 y 2.000 muchachos. También junto al CETI hay un campo de golf, cuyos límites marca la verja con Marruecos, y no lejos se encuentra además el aeropuerto de Melilla.

Salvo sorpresa, Marruecos no investigará lo ocurrido y tampoco parece dispuesto a permitir que vuelvan a repetirse pronto escenas como las de los cadáveres y cuerpos inmóviles de migrantes sobre el suelo. Unas imágenes que no habrían trascendido sin la labor de la delegación en Nador de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH), la principal del país magrebí. Con una prensa maniatada que, salvo excepciones, apenas ha informado de lo ocurrido, la organización no gubernamental ha dado una lección de valentía dentro y fuera de las fronteras del país magrebí. En un comunicado firmado posteriormente por otras organizaciones locales y extranjeras, la AMDH ha denunciado que la "muertes de los jóvenes africanos en las fronteras de la fortaleza europea alerta sobre la naturaleza mortífera de la cooperación securitaria entre Marruecos y España".

Rabat se siente fuerte y respaldado por Estados Unidos, también por Francia y Alemania, desde finales de 2020 por Israel. Sabe que desempeña un importante e ingrato papel como gendarme del continente europeo. Tras el reconocimiento de Sánchez a las fueras marroquíes por la manera de "resolver" el asalto en la frontera, la Comisión Europea ha pedido aclarar lo ocurrido, como antes hizo la Unión Africana (a la que Marruecos regresó en 2017 tras décadas de autoexilio).

Entretanto, el martes 12 de julio el juzgado de Primera Instancia de Nador, la capital de esta parte del Rif, juzgará a los 33 primeros jóvenes detenidos por el asalto. La segunda sesión del pasado 4 de julio fue suspendida para dar más tiempo a la defensa. Un día después se celebrará en el Tribunal de Apelación el juicio de los otros 28 encausados, quienes se enfrentan a delitos más graves. No hay confirmación oficial de cómo y cuándo se produjeron los entierros de los cadáveres de los fallecidos. Las últimas imágenes difundidas por la AMDH mostraban fosas abiertas en el cementerio de Sidi Salem, en las afueras de Nador.

Las redadas y los traslados desde el Gurugú, donde se refugian miles de jóvenes llegados de todo el África subsahariana, habían comenzado antes del asalto de la mañana del 24 de junio. Las propias organizaciones de derechos humanos y la prensa marroquí habían avisado de que algo importante se avecinaba. Marruecos ha repartido en autobús a centenares de jóvenes, la mayoría de ellos sudaneses y chadianos, desde el macizo hasta lugares tan dispares, como Uchda, Beni Mellal o Tiznit, en el este, el centro y el sur del país. El viernes el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, abordó en Rabat con su homólogo marroquí el problema migratorio. En Madrid preocupa sobre todo ahora la ruta hacia Canarias. Y la argelina.

Protagonista a la fuerza

El trasiego en la frontera de Beni Ensar con motivo de la Operación Paso del Estrecho, la primera desde 2019, y la próxima celebración de la Pascua del Sacrificio son la gran novedad en Melilla estos días. El drama en la verja, que puso el nombre de la ciudad autónoma en las portadas de los diarios y telediarios nacionales e internacionales durante varios días, parece olvidado. La cuestión de la protección expresa de las dos ciudades autónomas por parte de la OTAN no protagoniza los corrillos en las terrazas, aunque una parte de la población está convencida de que a largo plazo la ciudad acabará compartiendo su soberanía con Marruecos. "Aquí no nos sentimos amenazados por Marruecos; se han dicho muchas mentiras. Pero sabemos que Marruecos es cada vez más importante para la OTAN y Estados Unidos. Rabat quiere ver ondear su bandera en la ciudad junto a la española", asegura el cineasta melillense Driss Deiback.

"Estamos cansados de ser noticia por la verja todo el tiempo. La Policía y la Guardia Civil no tienen culpa de lo que ha pasado, los responsables han sido los policías marroquíes. Y además, venga a insistir en que es la valla de Melilla. No señor, es la valla de España y de la UE, parece como si fuera una cosa de los melillenses", espeta a este periodista un vecino al percatarse de que se ha formado un corrillo sobre la sempiterna cuestión. Da la impresión de que las preocupaciones de los ciudadanos de Melilla son menos geoestratégicas que prosaicas.

Lenta decadencia

El verano intensifica la sensación de decadencia de la ciudad. Los dos años de cierre fronterizo han hecho mella visible en la actividad económica de la ciudad, de la que es reflejo la cantidad de comercios –muchos de ellos con visibles carteles de rebajas– y entidades bancarias. El gobierno autónomo y sus ciudadanos aguardan el cacareado plan integral, propuesta lanzada por el Ejecutivo central a raíz de la crisis migratoria en Ceuta en mayo del año pasado, para las dos ciudades norteafricanas. Como también aguardan la recuperación de la aduana comercial, que Marruecos cerró unilateralmente en agosto de 2018 y el Gobierno prometió –aunque la propuesta parece ir cayendo en el olvido– en la hoja de ruta pactada con Rabat el pasado 7 de abril.

"Ésta es una ciudad enjaulada. No se vive mal, pero la cosa va a peor para nosotros. Cada vez tenemos menos funcionarios", lamenta Ibrahim, camarero de La Selecta, junto a la neurálgica avenida Juan Carlos I, rey y próxima a los pétreos águila de San Juan, legionario y león del monumento franquista a los Héroes de España. Tanto en el interior de la cafetería-pizzería como en los veladores se mezclan en perfecta armonía el castellano y el rifeño, como en cualquier rincón de la ciudad, castellana primero y española después desde 1497.

Para el periodista local Alberto Benzaquén, gran conocedor de la realidad sociológica de la ciudad, el declive económico y social de la ciudad es inexorable. "Ahora mismo la propuesta que llega del Gobierno central es la de la una ciudad subvencionada. No hay propuestas para la atracción de riqueza. Hemos perdido para siempre a 30.000 personas que entraban diariamente desde las zonas limítrofes de Marruecos a comprar y consumir. Y creo que más pronto que tarde Marruecos volverá a cerrar esta frontera", advierte.

Aunque la antigua plaza militar de nomenclátor castrense es manida metáfora entre dos mundos y puerta de acceso al paraíso europeo, la realidad melillense es la de una ciudad cuyo PIB per cápita no alcanza los 18.000 euros anuales. Algo que saben perfectamente los inmigrantes subsaharianos acogidos en el CETI, que al caer el sol pasean en pequeños grupos hacia el centro de la ciudad.

Dos de ellos nos aseguran estar contentos porque entre este fin de semana y el próximo serán trasladados a Málaga para iniciar nueva vida lejos de España. Un tercero, un joven de Sudán del Sur que participó en el salto del día 24 de julio, nos reconoce su satisfacción por haber podido cruzar e iniciar el proceso de obtención de asilo pero el dolor de haber visto morir a algunos de sus compañeros le impide esbozar una sonrisa. Los tres estuvieron el viernes de la semana pasada en la protesta celebrada en la plaza de España –apenas dos centenares de vecinos en una ciudad de 80.000 habitantes, todo sea dicho– denunciando las muertes en la verja y pidiendo ayuda al Gobierno de la nación.

Pero no todo son malas noticias. En Melilla uno puede ver en la misma calle una iglesia, una sinagoga, una mezquita y una casa de apuestas. La mitad de la población tiene orígenes peninsulares y la otra mitad africanos, aunque se hace casi imposible ya la distinción. "El mestizaje en Melilla es total, las comunidades cristiana y musulmana viven completamente juntas y mezcladas, aquí no hay segregación por culturas", explica a este diario Benzaquén.

Melilla es una ciudad acostumbrada a la incertidumbre y la anormalidad y estar hecha de peculiaridades y rarezas. A menos de tres kilómetros en todas direcciones está Marruecos y, sin embargo, para algunos de sus vecinos pareciera que les separan miles de kilómetros físicos y mentales. Sus habitantes se sienten olvidados por Madrid y despreciados por Rabat. Están cansados de aparecer en los medios como un problema geoestratégico sin solución y como un drama. De ser protagonistas a la fuerza.

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