Siempre en febrero

La increíble historia de José María Ruiz-Mateos, el hombre que levantó dos imperios y dos imperios vio caer

José María Ruiz-Mateos, rodeado de sus hijos, en el hotel de Madrid en el que anunció el paso previo al concurso de acreedores.
José María Ruiz-Mateos, rodeado de sus hijos, en el hotel de Madrid en el que anunció el paso previo al concurso de acreedores.
Pedro Ingelmo / Cádiz

20 de marzo 2011 - 05:04

En la cena de clausura de la Fiesta de la Vendimia de Jerez de 1986, el gran protagonista de la noche es José María Ruiz-Mateos. Los invitados, de obligada etiqueta, llevan los apellidos más selectos de la aristocracia bodeguera y, entre ellos, se encuentran muchos que han sido abiertos enemigos comerciales de este empresario considerado un intruso que con sus agresivas prácticas, tan criticadas en el sector, había levantado un imperio, Rumasa, cuyo símbolo de poder dio el nombre de Jerez a las dos grandes torres que se levantaban ante la madrileña plaza de Colón. Esa cena significaba un reconocimiento, un desagravio al mártir expropiado y encarcelado, al visionario que había sido castigado por llegar a donde ninguno de ellos había llegado. Al día siguiente, en la corrida de toros de la fiesta, el diestro José Luis Galloso le ofrece el astado, el primero de la tarde, y la plaza entera se levanta con un ruidoso aplauso. Ruiz-Mateos había vuelto.

25 años después, Ruiz-Mateos convoca a la prensa en un hotel de Madrid y, rodeado de sus hijos varones, realiza dos gestos de victoria con las manos antes de sentarse, abiertamente incómodo, algo rígido, tímido incluso, y pronuncia una frase que corre por las redacciones como una sobreactuación más de alguien que forma parte de la memoria colectiva de este país: "Si no devolvemos hasta el último euro a nuestros inversores, a las personas que en un gesto de bondad y de confianza nos han depositado sus ahorros en nuestros pagarés, me pegaría un tiro en la cabeza, si es que la fe que profeso me lo permitiera". En la película El viaje a ninguna parte, el personaje interpretado por Fernando Fernán Gómez, un cómico ambulante, se prepara para su debut en el cine. "Señoriiiito", dice con el trémolo propio de su oficio. El director le obliga a repetir y él vuelve a decir "señoriiito", por lo que el director maldice a los hermanos Lumiere y el cómico, todo perplejidad, es expulsado del rodaje. Sollozando, se marcha murmurando "esto del cine es una mierda". Qué precisión para mostrar un hombre fuera de su tiempo. En cierto modo, esa declaración de Ruiz-Mateos mostraba un hombre fuera de tiempo, un hombre que apela al honor y a la religión en un tiempo sin honor ni religión. Ese agresivo empresario que había sido capaz de convencer en su juventud a la firma Harvey para hacerse con un contrato de suministro de vino de Jerez a 99 años, lo que le propulsó al firmamento empresarial, el hombre que había creado centenares de sociedades, implacable negociando, virtuoso en los malabares financieros, poderoso en lo más académico del término poderoso, suplica en una correspondencia de tarjetón con el membrete de Marqués de Olivara al primer banquero del país, Emilio Botín, "no nos dejes caer... es innecesario". Pero no sirve ni suplicar ni dedicarle misas. Había propuesto como garantía a cambio de un salvavidas sus botas de viejísimo brandy, práctica habitual entre bodegueros de Jerez durante el siglo XX. Ese hecho tan pintoresco para el planeta tertuliano, no tenía nada de extraño para Ruiz-Mateos. Sí, un hombre en un tiempo que no es el suyo.

La mayoría de los apellidos de aquella cena de la vendimia se despeñaron al tiempo que la reprivatización de Rumasa traía multinacionales de la alimentación que compraban al Estado centenarias bodegas, los despojos del holding de la abeja, a precio de saldo. Los asistentes a la cena eran una vieja guardia de una gloria pasada y los nuevos bodegueros, bodegueros de paso, exprimieron al sector y se fueron. Pero Ruiz-Mateos sigue. En 1996 compró por diez millones de euros lo que había dejado una cooperativa alemana de Garvey, una bodega que había formado parte de la vieja Rumasa. El primer día como propietario pasea por sus intalaciones entre botas destripadas y un inmenso desorden, como si hubiera pasado un vendaval. Era la mejor metáfora de lo que habían supuesto trece años de una expropiación errática, necesaria o no, que fue gestionada con escandalosa impericia por un ejército de funcionarios a los que el holding derribado les quemaba en las manos. La operación Garvey marca un cambio de estrategia radical. Acaban los años de los disfraces y del "que te pego leche". Apoyado en su hijo Zoilo, empieza a construir la Nueva Rumasa. No es una operación de imagen como fue la compra del Rayo Vallecano en 1991, un equipo popular a punto de desaparecer, ni tampoco es la compra de bombones Trapa, que sería la percha para contratar anuncios en televisión haciendo bromas con una doble de Isabel Preysler, la mujer del ministro que firmó su expropiación, Boyer. Garvey es otra cosa, la primera piedra de un proyecto no pensado para reivindicar, sino para multiplicar.

El empresario abandona el mundo del espectáculo y regresa a su despacho, no concede entrevistas, como en los tiempos que se refugiaba en lo alto de las torres de Jerez para dirigir desde allí su imperio con hermetismo, sólo rodeado de sus más fieles colaboradores. Ahora sus más cercanos colaboradores serán sus hijos. Cede a su mujer la imagen del grupo y en los anuncios televisivos trabajadores satisfechos hablan de las bondades de la abeja que retoma el vuelo. Es la mezcla de lo familiar y lo paternal que caracterizó al empresariado del desarrollismo. Otro tiempo, el tiempo en el que él triunfó. En este nuevo proyecto hay algunas ideas claras: no habrá ladrillo y no habrá bancos, que fueron bancos y banqueros los que acabaron, tanto como la propia decisión del primer gobierno de González, con su anterior aventura. Si ahora es Botín, entonces fue Valls, del Opus como él, cabeza visible del Banco Popular.

Son los años en que se produce un acercamiento con el Ejecutivo de Aznar, con el que se llega a una especie de pacto de no agresión. Era tal la maraña judicial, tal el laberinto, que se consigue al final, doce años después, organizar un juicio en el que Ruiz-Mateos sólo es acusado de dos delitos. De ambos sale absuelto. Tiene ya manos libres para negociar. Y ese es su terreno. Lo hace con rapidez porque considera que tiene el tiempo justo: ya cuenta 65 años, la edad de jubilación de los españoles. Logra buenas recalificaciones bodegueras, lo que supone una inyección de capital. Las tejas se hacen bloques y ese es el gran negocio, el negocio loco de la primera década del siglo. Los viñedos van desapareciendo del paisaje de Jerez y son sustituidos por urbanizaciones y grandes superficies. Sobre plano, algunos de sus activos ganan alturas en el planeamiento urbanístico. Su segunda vida empresarial empieza a ser muy atractiva para los bancos y consigue líneas de crédito, algunas muy importantes, como es el caso del Banco de Santander, que le ha prestado a lo largo de este tiempo 330 millones.

En estos veinte años, realiza decenas de operaciones. Muchas de ellas son adquisiciones a coste casi cero, pero que sirven para incrementar el activo total de un holding que formalmente no es tal, ya que está compuesto por sociedades sin otra conexión que tener al mismo propietario, lo que no impide que el dinero circule entre ellas de manera muy doméstica. Clesa, Dhul, hoteles en Mallorca para su firma Hotasa... Y hay otras operaciones que le dan credibilidad. Son aquellas que cierra con grandes corporaciones. Compra los activos de la bodega Sandeman a Sogrape, el gigante del oporto; se establece en Extremadura adquiriendo Apis y Fruco a la multinacional Kraft; paga 188 millones a Parmalat por su división de negocio en España... Al tiempo, se hace con contratos de distribución de líneas blancas con algunas de las principales compañías como Eroski y El Corte Inglés. Los bancos no tienen dudas, es solvente, y así lo admiten al mantener el grifo del dinero abierto a chorros.

Lo cierto es que la Nueva Rumasa de los buenos tiempos, de los años de bonanza económica, paga nóminas puntualmente y todavía le queda para ayudas de caridad a las organizaciones católicas en las localidades en las que se asienta, para convertirse en héroes de las cooperativas comprando el mosto que nadie quiere... Esto alienta a los alcaldes de ciudades con empresas en crisis a acudir a Somosaguas para ofrecer a los Ruiz-Mateos sociedades ruinosas en las que invertir. El alcalde de Mérida, Ángel León, por ejemplo, agradece públicamente a la familia haber salvado los puestos de trabajo de Carcesa, el antiguo matadero, una industria histórica de la ciudad; la alcaldesa de Jerez, la socialista Pilar Sánchez, entabla una cordial relación con los Ruiz-Mateos tras cerrar inversiones y crear la Fundación Teresa Rivero, de piadosa vocación. Todos saben que Ruiz-Mateos es un empresario particular, pero nadie siente rechazo. Llega a obtener incluso un premio de empresario del año, si bien de una revista digital, El economista, muy vinculada a él. Su relación con los medios es la que desea. Cordial y sin ruido.

Como conmemoración del 26 aniversario de la expropiación, el 23 de febrero de 2009, sumido ya el país en la crisis, realiza una maniobra que cambiará la percepción sobre Nueva Rumasa. Con anuncios en casi todos los periódicos de España, su empresa Carcesa, la adquirida a Kraft en Mérida, lanza una emisión de pagarés con un mínimo de 50.000 euros por inversor. El sistema sortea la fiscalización de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, que le advierte que realizará un comunicado cada vez que lance una emisión para no pillarse los dedos, que el inversor sepa que deposita ese dinero sin otras garantías que la de su confianza en Ruiz-Mateos. Es una emisión de pagarés al 8%, un sensacional beneficio por encima de cualquier otro del mercado, que tiene un éxito rotundo. Nueva Rumasa recauda 70 millones, que le sirven para comprar tres hoteles, dos manzanillas y una quesería. La operación forma parte de la audacia, para unos, o la temeridad, según otros, marca de la casa. Nueva Rumasa está desafiando a las leyes de la física: expansión en plena contracción. Pero lo cierto es que lo que los bancos ya sospechan que es una huida hacia adelante sale bien, al punto que esta emisión venció el año pasado sin incidencia de ninguna clase. Nueva Rumasa pagó a sus inversores los intereses comprometidos, si bien algunos deciden canjear el cobro por acciones de la sociedad. Es una confianza absoluta en el futuro de la firma. La segunda emisión se produce al poco tiempo, con el mismo despliegue mediático. Cuenta con varias novedades. Es emitida por Hibramer, una de las empresas más antiguas de Nueva Rumasa, dedicada a la producción de huevos en Valladolid. Es aquí donde aparecen como garantía las botas de Conde de Garvey, que se valoran en 1.200 millones de euros. Esta emisión ya pone sobre aviso a la Fiscalía Anticorrupción, que decide abrir una investigación a la tercera emisión y que ya promete intereses de un10%. En diciembre de 2010, cuando era notoria la falta de liquidez y las nóminas a los trabajadores no llegan a tiempo, todavía se puede leer en un anuncio: "Adquiera participaciones de Dhul desde 1.200 euros. Sea nuestro socio y sorpréndase de los resultados". Si alguien hubiera leído los comentarios que se hacían a un artículo publicado por Zoilo Ruiz Mateos en El Economista.es, en enero de 2010, habría visto este pequeño texto premonitorio: "Nadie da duros a cambio de pesetas. Ojalá triunfen y los valientes (o avaros) cobren su 10 %, pero si fallan que no vengan como los de Afinsa a llorar a Papá Estado".

A esas alturas de 2010, en el chalé de Somosaguas donde se reúne la familia, una vivienda en la que nunca hubo lujos ni ostentación, ya se sabe que Nueva Rumasa está abocada al concurso de acreedores. Pensaban que estaba posicionada en sectores que no se zarandearían con los vaivenes de la crisis, pero no se contó con que a la crisis inmobiliaria, previsible, le seguiría una crisis financiera que, según el manual de los nuevos tiempos, tiende a originar especulación en los mercados básicos, los de materias primas. En apenas dos años, de 2008 a 2010, se desploman los márgenes y las ventas. Ruiz-Mateos miraría esos datos con la misma perplejidad que Fernán Gómez a una cámara de cine. La gestión del grupo, audaz o temeraria, era un coche sin frenos.

La prensa empieza a hacerse eco de suscriptores de la segunda emisión que quieren recuperar el principal, no les basta con los intereses, que hasta ahora se habían pagado religiosamente; los trabajadores de sus plantas, que eran recibidos en Nueva Rumasa con una suculenta paga extraordinaria, ya no cobraban; problemas con los proveedores, con las cadenas de distribución... los frentes se multiplican y los responsables de riesgos de los bancos pasan a la acción con una inquebrantable rigidez. Nueva Rumasa estaba asfixiada. 160 empresas y 9.000 empleos en la cuerda floja. La familia no conseguía convencer a los bancos de que una valoración patrimonial de 6.000 millones era suficiente para hacer frente a los mil millones de deuda total. Y no los consiguen convencer porque durante los últimos meses ha habido intentos de deshacerse de activos y no ha habido comprador. Los bancos estaban al tanto. Esos activos no son, a corto plazo, monetizables. La penúltima bala era un fondo de inversión americano, Oaktree, al que se pretendía convencer de que inyectara 500 millones. Técnicos visitaron instalaciones de sus principales sociedades a principios de marzo, cuando Ruiz-Mateos ya ha defendido su honor en aquel hotel de Madrid. La respuesta: no interesa. La consultora Christine+Co intenta colocar los hoteles en el mercado, pero ninguna de las grandes cadenas se interesa en comprar, de Barceló a Sol Meliá, una firma reprivatizada de la vieja Rumasa.

Ahora alcaldes que saludaron la llegada de la familia Ruiz-Mateos piden responsabilidades, inversores exigen su dinero y otros intentan colocar sus pagarés en el mercado al 70% de su precio, quizá sabedores de que el dinero que invirtieron no es limpio. Hay denuncias en el juzgado, los trabajadores se rebelan contra el que en su día consideraron salvador... la prensa se ceba. Ahora resulta que todos, a toro pasado, sabían quién era. A la desesperada, su equipo de prensa sale a todas, desmintiendo a diestro y siniestro todo lo que aparece en los medios. La familia ve una mano negra que quiere hundir al grupo en un momento especialmente delicado. En una escueta nota de prensa, Ruiz-Mateos volvía a hablar a sus ahorradores: "Lo dijimos y lo mantenemos, ustedes cobrarán".

Más de veinte años duró la vieja Rumasa. Más de veinte años hace que Galloso brindó un toro a Ruiz-Mateos y él saludó con el gesto de "he vuelto". Dos imperios levantados y dos caídos. Siempre en febrero. Y él tiene esa misma mirada de Fernán Gómez en su viaje a ninguna parte, esa mirada con la que parece decir, sin entender qué pasa: "Esto del cine es una mierda".

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