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Andalucía

El abrazo de Córdoba

  • La ciudad andaluza sobresalió por su solidaridad acogiendo a niños de la zona afectada por la tragedia nuclear. Hoy son jóvenes que cuentan su historia.

La madrugada del 26 de abril de 1986 la central eléctrica nuclear Vladimir Ilich Lenin, en Pripyat (Ucrania), sufrió un fallo que provocó que el reactor alcanzara los 2.500 grados. La consiguiente explosión desintegró y provocó el cambio del curso de la historia para millones de personas.

Ayer se cumplieron 30 años de la tragedia de Chernobil. Y en Córdoba está muy presente. Fue una de las ciudades españolas que más solidaridad mostró con los afectados. Muchas son las asociaciones que surgieron en las décadas siguientes a la catástrofe de Chernobil y miles son los niños -rusos, bielorrusos y ucranianos- que participaron y participan en los programas de acogida.

El sufrimiento de los habitantes de la zona es evocado ahora, treinta años después, Inna Pliu, una de tantas madres bielorrusas que recurrieron a estos programas para que su hijo, nacido dos semanas más tarde de la explosión, tuviese la oportunidad de pasar unos meses al año alejado de "tanta muerte". Era profesora de música en Vitebsk, Bielorrusia, cuando descubrió que Córdoba "abrazaba la llegada de los niños eslavos". Y es que la situación "era muy dura", recuerda Pliu.

"Por entonces, yo estaba embarazada y salía todos los días a pasear, en la calle los charcos tenían un color extraño, pero nadie sabía nada". Su hijo nació en mayo de 1986 y fue "en los pasillos de maternidad" donde supo de la noticia. "Todo el mundo tenía miedo. Los niños hablaban de los amigos que iban muriendo a diario como si fuese algo natural", cuenta Inna. Durante los primeros meses de la catástrofe, la gente compraba los productos "con la lista de la compra en una mano y un contador Geiger en la otra", para medir la radiación. "Esto es lo que llevó a cientos de familias a apuntar a sus hijos a estos programas, dejándoles en manos de desconocidos", relata. "Y fue lo mejor que les pudo pasar".

Gracias a las acogidas, los niños volvían visiblemente con mejor salud, física y psicológica, además de haber disfrutado de un mundo nuevo y de conocer nuevas personas que les quieren. "Estamos agradecidos a Andalucía por su sol y por la salud que le ha devuelto a nuestros hijos", asegura. "Los corazones de los andaluces tienen tanto cariño que sólo podemos darles las gracias", concluye Inna, que vive en la actualidad en Córdoba. Su hijo, en cambio, decidió regresar a su país.

Ivan Ramanovich nació aquel año en la ciudad en la que Inna impartía clases de música. "A los niños no nos preocupaba lo que estaba ocurriendo, aunque algunos éramos más conscientes que otros". Este joven bielorruso llegó a Pozoblanco en 1998, con 13 años, y estuvo viniendo durante cuatro veranos más. Ahora trabaja y vive en Barcelona sin olvidarsus primeros días en su "segunda casa". "Muchos niños en mi colegio estudiábamos español", recuerda. El interés por la alfabetización en la Unión Soviética llevó a "la implantación de la enseñanza de lenguas extranjeras en todas las escuelas, incluso en las más inaccesibles de Siberia". Sin embargo, "aunque hablaba español, pronto entendí que el castellano no se parece a lo que nos enseñaron en el colegio". Gracias a su familia cordobesa, que son como sus "propios abuelos", Ivan conoció un país nuevo. "Ahora soy una persona muy diferente a la que podría haber sido si no hubiese venido a España". Durante su estancia aquí Ramanovich visitó muchas zonas de España. "Siempre estaba con ellos, una vez incluso me llevaron a comprar un camión. Yo no quería irme nunca y me pasaba la primera semana después en Bielorrusia hablando en español", relata con una sonrisa. "Estoy muy agradecido por todo lo que me enseñó Andalucía y ahora soy muy feliz. Gracias al programa de acogida, yo tengo otra familia".

Una historia similar es la de Veronika Melnikava, otra joven que nació varios días después de la explosión. Natural de Kameniets- Podolsky, en Ucrania, su padre era militar y su familia se trasladaba continuamente de un lado a otro, hasta acabar en Vitebsk, con la que Córdoba viene manteniendo el programa de acogida. Fue compañera de clase de Ivan Ramanovich y como él estudió español en el colegio. Un buen día, esta joven recibió la sorpresa de que viajaría a España. "Yo no sabía nada, me apuntaron al programa y fue toda una sorpresa". Ella describe a su familia de acogida como la suya propia. "Es más, ya todos nos consideramos como una gran familia y nos queremos mucho". Melnikava cree que su historia es "para contarla en un libro" porque el día del encuentro entre los niños y padres cordobeses, antes de que le asignasen a una familia, ya "sabía quienes serían mis padres". "Tenía un presentimiento y en cuanto les vi, supe que serían mi nueva familia", dice convencida de que su destino parecía estar escrito.

Pasó los veranos disfrutando de Córdoba. En su caso, recibió además revisiones médicas. Pero lo que más le gustaba "era la comida", dice la joven, aunque "no podía entender que las personas pudieran pasarse dos horas durmiendo después de la comida". Ahora la siesta es una más de sus costumbres. El espíritu de los cordobeses le encandiló y ya desde pequeña comprendió que su sitio estaba en la ciudad que le cambió la vida. Y es que esta joven vino durante dos años seguidos y al tercero se quedó para siempre. Ahora, Veronika Melnikava va a casarse con un joven cordobés y está disfrutando de una vida plena, con trabajo y una gran familia en los dos extremos de Europa.

Sonia González cierra este círculo de ejemplos de solidaridad. Es secretaria de la asociación de Acogida Infantil Los Pedroches y madre de acogida. Ella aporta la visión final de esta historia y narra su experiencia desde la perspectiva andaluza. Ya afirma que "un verano sin bielorrusos no es verano". "La realidad de estos pueblos es muy difícil", dice, "pero son niños muy cariñosos". González reconoce la dificultad que conlleva hacerse cargo de un chico de acogida. Sin embargo, destaca que "es algo que les cambia la vida a todos" y que permite la conexión de dos culturas y de dos formas distintas de comprender la realidad. Lo que hace que "la experiencia sea maravillosa" es que estos programas "giran entorno a la felicidad de un niño".

Este tipo de medidas de acogida ha cambiado la vida de los miles de niños que empezaron a llegar a España a mediados y finales de los 90 y son estos chicos los que ahora animan a los hogares españoles a que se atrevan a recibir a un "niño de Chernobil". No sólo la salud de estos pequeños está en juego. Las familias descubren un mundo nuevo, cuya unión suele durar para siempre.

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