Las derrotas de Padre Coraje
Una rotonda sin estatua, sin placa. Lleva su nombre, aunque no aparezca por ningún lado, sólo en una pancarta: 156 meses sin Juan. Y pintadas ya despintadas por decenas de fachadas de Jerez en las que puede adivinarse Justicia para Juan Holgado. Queda eso.
Ésta es la historia de una derrota. No, de muchas derrotas. La primera, la del propio Juan Holgado, el empleado de 26 años de una gasolinera de Jerez que cumplía un turno que no le correspondía la madrugada del 22 de noviembre de 1995 y que defendió su vida hasta el último suspiro. Recibió decenas de navajazos. 30, tres mortales. Peleó contra unos asaltantes inexplicablemente violentos que se ensañaron más allá de lo que su botín, 70.000 pesetas, requería.
A partir de ese momento, una cascada de derrotas. La policial, por ejemplo, cuando la mañana del 23 de noviembre empezó a escribirse un manual de cómo no investigar un asesinato. En 48 horas convirtieron el escenario del crimen en un páramo. La derrota de un juez, Manuel Buitrago, que instruyó un mastodóntico sumario de 6.000 folios en el que la Audiencia no encontró una sola prueba incriminatoria, sólo un elenco interminable de drogotas en los últimos años del azote de la heroína y elementos circunstanciales que ganaban y perdían importancia en lo que la resolución llegó a calificar como "errática" investigación.
La derrota de los presuntos, por supuesto, convertidos en asesinos virtuales. Tres delincuentes habituales, carne de presidio, y un cuarto sin antecedentes. Han sido juzgados en dos ocasiones por el mismo delito y luego han sido juzgados por muchos más, pero nadie ha probado que Pedro Asencio, Domingo Gómez, Francisco Escalante y Jesús Sañudo, los habitantes del banquillo, estuvieran esa noche en la gasolinera.
Y la derrota de una familia, los Holgado, que se acostaron el 21 de noviembre en un cómodo piso salpicado de las fotos de Juan con la elástica del Xerez, el equipo en el que había militado desde las categorías infantiles, y se despertaron el 22 en una pesadilla. Nada ha vuelto a ser lo mismo. "No queremos venganza, sólo justicia". Trece años después, hoy se cumplen, no han conseguido ni una cosa ni otra. Hace tiempo que los padres no viven juntos, tienen órdenes cruzadas de alejamiento. Se han reprochado demasiadas cosas entre sí. La madre, Antonia Castro, aparece en los partidos del Xerez, en los plenos del Ayuntamiento, en cada manifestación, siempre de luto. Clama justicia. Se ha convertido en una imagen habitual en Jerez porque también es la derrota de una sociedad, que los días después del asesinato se lanzó a la calle horrorizada por el suceso y luego empezó a convivir con él hasta olvidarlo. Antonia Castro es sólo una memoria difusa del hecho, como la glorieta y las pintadas despintadas.
El padre, que el 22 de noviembre de 1995 era un empleado de banca de 51 años, poco más que decir de él, es hoy un hombre envejecido que vaga, también de luto, por Jerez. Visita la comisaría periódicamente y pregunta si hay algo nuevo, aunque ya se sabe la respuesta.
"¿Qué hago, qué investigo?", dice Francisco Holgado ante un descafeinado, con la resignación en la mirada. Es la última de las derrotas, un personaje mitad real mitad ficción. Fue bautizado en su día como Padre Coraje. Es y no es Francisco Holgado. ¿Cuál de los dos es este hombre cansado que dice con tono desesperanzado que aún tiene esperanzas, que quizá haya otro juicio, que quizá Toxicología de Sevilla encuentre un ADN revelador en un tetrabrik de zumo que 13 años después sigue su existencia interminable en una bolsa transparente, una de las pocas huellas que no se borraron en las primeras horas de la investigación y que tal vez contenga el nombre de un asesino? "O que salga alguien y que diga quién fue, aunque quizá ya no sirva de nada". Es y no es Padre Coraje.
Padre Coraje era un hombre con peluca y bigote postizo que bajó a las cloacas de un barrio exterminado por la heroína que en su día tuvo el esplendor de las mejores casas de putas de la provincia. El caso Holgado fue también la derrota definitiva de ese barrio, Rompechapines, condenado a la piqueta.
Padre Coraje era el hombre que quiso llegar donde no llegaba la Policía. A cambio de los trankimazines que tenía recetados, obtenía informaciones, contradictorias y falsas, de los yonquis de la época. Grabó cintas en un largo viaje, de Jerez a Valladolid, acompañado por el que él creía que era el asesino de su hijo, Pedro Asencio, pero nada encontró el tribunal en esas cintas. Padre Coraje se convirtió en una celebridad nacional porque hicieron un libro y una serie de televisión. No sabe si lo que se dice allí, en el laboratorio donde nació su alter ego, es cierto: "No he leído el libro ni he visto la película, no quiero saber nada de eso", dice Francisco Holgado, antes de transformarse en Padre Coraje, el investigador, el hombre que siguió durante meses a todos los traficantes de la ciudad: "Sólo hay una teoría posible. Mataron a quien no era. Juan había cambiado el turno a un compañero que se movía con drogas y traficaba con alhajas. Fueron a por él y se encontraron a Juan. ¿Por qué, si no, tantas puñaladas?". Y vuelve Francisco Holgado, el hombre arruinado, el hombre que ha tenido que dormir en su coche más de una noche, endeudado hasta las cejas en su batalla (minutas y minutas de abogados en 13 años): "No estoy bien. Nunca estaré bien. Cada minuto, cada segundo, no paro de pensar por qué le tuvo que tocar a Juan... Y el tiempo no pasa, va lento, muy lento."
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