Los manuscritos olvidados de Tombuctú
El asedio 'yihadista' en Malí trae a la actualidad la fragilidad del patrimonio de las bibliotecas de Tombuctú. La Junta construyó un edificio para el legado andalusí del fondo Kati y financió un proyecto hoy paralizado.
La presencia de islamistas radicales en el territorio del Sahel ha puesto de relieve, una vez más, la fragilidad del tesoro cultural que suponen las numerosas bibliotecas y colecciones diseminadas por todo este territorio en el que sobresale la ciudad de Tombuctú, en Malí, al noroeste de África, un espacio donde el mito de un pasado floreciente convive, desde hace ya demasiado tiempo, con la violencia extrema.
La noticia del incendio de una de las célebres bibliotecas de Tombuctú, concretamente la del Instituto de Estudios Árabes Ahmed Baba, a finales de enero puso en alerta a la comunidad investigadora internacional que ya, desde que el pasado marzo, cuando los salafistas se hicieron con el poder tras el golpe de Estado en Malí, viene denunciado con insistencia el peligro de un expolio patrimonial en el país. Y si bien finalmente el daño perpetrado a esta biblioteca sólo tuvo lugar en el edificio, no cesa el miedo a que la irracionalidad de los grupos en la órbita de Al Qaeda acabe con la historia que encierran estos legajos, entre los que también está un trozo del pasado de España.
"La destrucción de los manuscritos de Tombuctú sería equiparable al incendio de la biblioteca de El Escorial", comparó el editor Manuel Pimentel al hilo del asedio en la ciudad malí. El ex ministro de Trabajo pasa por ser uno de los grandes conocedores del Fondo Kati, un conjunto de 7.026 manuscritos iniciado en 1468 por el jurista Ali Ben Ziyad y custodiado hoy por su descendiente Ismael Diadié Haidara, con quien el político sevillano publicó Los otros españoles (mr) un relato de las vicisitudes de esta familia y de sus manuscritos. Hojas, pergaminos, vitelas y tomos, escritos en árabe, castellano y el aljamiado (castellano con grafía árabe) donde se acumulan tratados de ciencia, aritmética, medicina, poesía y música desde el siglo XII, además de las crónicas de los moriscos en el exilio desde que fueron expulsados de la península por la conquista cristiana y entre los que destacarían en especial los 300 manuscritos andalusíes, los 100 de renegados cristianos, los 70 de comerciantes judíos y los árabes que se conservan desde el medievo. Un tesoro que ha sobrevivido a termitas, inundaciones, asedios, fanáticos y la ignorancia de quien no sabía qué tenía en sus manos.
Ya en agosto pasado, Antonio Llaguno Rojas, vicepresidente de la Fundación Kati, alertó, en las páginas de este periódico, que la imposición de la Sharia (ley islámica) obligó a Diadié y a su familia a "esconder y proteger muchos de sus manuscritos, tal y como se hiciera en 1826, cuando los nuevos dueños de la ciudad, los peules, impusieron un estado teocrático e inflexible en la región".
Hace algo más de una década, fue la Junta de Andalucía la administración que dio un paso decisivo en la protección de este singular legado, pero hoy poco o casi nada sabe -o quiere contar- sobre esta iniciativa. Cuando fuentes del Gobierno andaluz arguyen "razones de seguridad" para justificar el escaso avance del proyecto, otras directamente acusan a la Junta de "abandono" cuando no de "olvido". Y eso pese a que fue la administración autonómica la encargada de financiar la construcción de un edificio en Tombuctú para dar cobijo a estos escritos andalusíes.
Las actuaciones para levantar este centro se remontan a febrero de 2000, cuando un grupo de intelectuales como Muñoz Molina, Saramago o Juan Goytisolo, encabezados por José Ángel Valente, publicó un manifiesto en el que se pedían actuaciones urgentes para salvaguardar el legado Kati. En 2002, la Consejería de Relaciones Institucionales, entonces comandada por el andalucista Juan Ortega, firmó un documento en el que se comprometía a la construcción del centro, un espacio de 800 metros cuadrados en un solar de la familia. El espacio se abrió en septiembre de 2003 como parte de los proyectos de cooperación impulsados por Andalucía con un presupuesto de 150.000 euros, de los que 120.000 fueron aportados por la consejería andaluza y 30.000 por la familia Kati. El convenio acordó, además, la microfilmación de los manuscritos para que investigadores pudieran acceder a ellos a través de la sede que el Centro de Estudios Andaluces tenía previsto instalar en Almería. Cifras que se vendrían a sumar a los 90.000 euros concedidos por el Ministerio de Cultura para empezar a intervenir los documentos.
A la obra de la biblioteca, que tomó también el nombre de José Ángel Valente, siguió una exposición con parte de los fondos en Córdoba, en agosto de 2004, en la casa del Bailío y otra en Sevilla, en septiembre de 2005, en la antigua sede de Caja San Fernando. Fue en la capital hispalense, cuando Diadié comenzó a alertar de los fallos y trabas de la aportación de la Junta. "El hormigón [del edificio] ha sido dañino porque no ha venido acompañado de las condiciones de humedad y temperaturas ideales; en apenas tres años, nuestro legado ha empeorado más que en los últimos cinco siglos, cuando en aquel 1468 los míos se vieron abocados a exiliarse de España y, tras varias escalas, llegaron a Tombuctú", valoró entonces Diadié.
La segunda parte del acuerdo, fundamental para la divulgación de estos manuscritos, es la que está totalmente paralizada. En 2007, el historiador y director del Fondo Kati firmó un acuerdo con Gaspar Zarrías, entonces consejero de Presidencia, y la Fundación Tres Culturas para el depósito en el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico (IAPH) de los primeros 15 manuscritos -los que se exhibieron en Córdoba y Sevilla- de los siete mil del fondo. El convenio, firmado por tres años, acordó la desinsectación, restauración, escaneo y conservación digital de estas joyas bibliográficas de los que a día de hoy sólo se habría ejecutado "una mínima parte", según la Fundación Tres Culturas, titular del depósito en el IAPH.
La salida de los andalucistas del Gobierno de la Junta, los cambios de dirección en la Agencia de Cooperación para el Desarrollo y en la Fundación Tres Culturas, organismos dependientes de la Consejería de Presidencia, y la desidia administrativa se han venido a sumar en los últimos años a la crisis económica en nuestro país -que ha frenado la mayor parte los planes en el exterior- y al clima de violencia imperante en el Magreb y el África subsahariana. De hecho, la dirección de Tres Culturas, ahora en manos de Elvira Saint Gerons, aduce "razones de seguridad" para la paralización de este proyecto. "Se ha hecho hasta ahora la parte que se ha podido: adecentar la biblioteca de Malí, la formación de los técnicos locales en el manejo de los manuscritos, pero no se ha digitalizado nada ni se ha podido traer más documentos de Malí al IAPH", asume Saint Gerons. Si bien, la responsable de la Fundación con sede en La Cartuja asegura que "se están viendo las posibilidades de darle continuidad" a estos trabajos.
Sin embargo, no todas las voces confían en esta "buena voluntad" mostrada por la Junta, que, parece haber caído ahora en la cuenta de que en uno de sus laboratorios más afamados, el IAPH, descansan desde hace años un puñado de estos históricos papeles. Ya en 2010, Rafael Sanmartín Ledesma, director del Centro de Estudios Históricos de Andalucía advirtió de las consecuencias del abandono de este proyecto. "Tras la finalización de las obras de la Biblioteca Andalusí de Tombuctú, parece que no se ha puesto en valor -o se ha devaluado- que no es lo mismo, su importancia a la vez que, desde la Consejería de la Presidencia, no se ha facilitado información acerca de las labores que se han desarrollado, ni del estado de las investigaciones de los documentos". Por su parte, en 2011, la Diputación de Córdoba anunció un plan de digitalización del fondo.
Cuando se le pregunta a la Junta por las relaciones con Diadié, y dado el clima de violencia que azota el país -ahora respaldado por el Gobierno francés- señala que "hay maneras y correos para ponerse en contacto con él, pero por razones de seguridad no podemos dar más detalles". Lo último que trascendió del periplo vital del heredero del fondo Kati, según publicó El País, es que el 6 de abril de 2012, seis días después de la caída de Tombuctú en manos yihadistas, Diadié y su familia abandonaron la ciudad llevándose consigo una parte de su biblioteca, mientras que el resto lo dispersó de forma discreta entre sus colaboradores.
Un relato que se asemeja al iniciado en 1468 por su antepasado, el jurista de origen visigodo Ali ben Ziyad cuando decidió escapar, con la biblioteca a cuestas, de la persecución que sufría en Toledo por negarse a rechazar la religión musulmana. Una historia que se repite en el siglo XXI.
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