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El yoga como camelo

El gurú de Granada cobra mil euros por el curso de una presunta técnica milenaria que ha inventado él para captar adeptos

El gurú del Zaidín -con gafas- rodeado de acólitos.
Guillermo Ortega / Granada

30 de diciembre 2010 - 05:04

La palabra procede del sánscrito y significa unión y esfuerzo. El diccionario de la RAE la define como el "conjunto de disciplinas físico-mentales originales de la India, destinadas a conseguir la perfección espiritual y la unión con lo absoluto". Tiene miles de adeptos en España, y en la mayoría de los casos los centros en los que se imparte son regentados por personas de buena fe. Pero la secta Vaidika Pratishtana, creada por el granadino Antonio Javier Ruiz Plazas, denunciado por la Fiscalía Provincial, es una excepción: allí el yoga actúa como señuelo, como reclamo para entrar.

Ruiz Plazas, de 51 años y conocido entre sus adeptos como Swami Shankarananda, dice impartir una modalidad, el Vyayam Yoga, que, asegura, es milenaria pero de la que los expertos no han oído hablar. Más bien se inclinan a pensar que es de su invención. Y lo sea o no, lo cierto es que se cuida mucho de que nadie le haga la competencia.

En su página web (vyayam.org) hay un "aviso contra el fraude" categórico: "La Escuela Tradicional Vyayam-Mac Crew Group es la única entidad autorizada por el Maestro Swami Shankarananda para impartir diplomas, certificados o cualquier otra titulación en nombre de la disciplina del Vyayam/Vyayama-Yoga. Ninguna acreditación ni evaluación impartida fuera de la Escuela Tradicional será reconocida oficialmente por ésta ni por el Maestro".

Dicen los que lo han conocido a fondo y son libres para contarlo, como Lisardo Sánchez, acólito de la secta entre los años 2000 y 2008, que Plazas aprendió de un "auténtico maestro", un hombre humilde, que apenas tenía bienes materiales y que se cubría sólo con dos prendas que lavaba él mismo, porque no permitía que lo hiciera nadie por él.

Puede que aprendiera de él, pero desde luego no de su humildad ni de su desprendimiento. Si no, ahora no tendría cuatro motos de alta cilindrada, cinco coches "y un armario lleno de ropa de marca en su chalé de Monachil", como apunta Sánchez. El Vyayam es, continúa "una patraña" que mezcla técnicas de aquí y allá pero de la que no hay "ninguna documentación salvo en los libros que él ha escrito" y que por supuesto vende desde la web, como también un DVD explicativo.

En los años que lleva ejerciendo de supuesto maestro de yoga, muchos han sido los que han acudido a aprender esa técnica ancestral que al parecer sólo él domina a la perfección. Y ahí empieza el negocio, porque el curso cuesta mil euros por persona e incluye la realización de servicios desinteresados, lo que quiere decir trabajar para él sin cobrar nada a cambio. Los cursos se imparten en la casa yoga y cualquier gasto que surja (un refresco, una comida, las fotocopias de los apuntes...) las pagará el alumno.

Pero no queda la cosa ahí, porque hay una segunda fase: la obtención del título de monitor, instructor o profesor, imprescindibles si después se quiere impartir la disciplina en otros lugares, porque de lo contrario no estarían homologados. Obviamente, ahí hay que volver a pagar. El maestro, no obstante, entiende que todo monitor que se precie debe reciclar sus conocimientos una vez al año, así que hay que volver a la casa yoga y pagar otros mil euros. Ni que decir tiene que los que a esas alturas lo hacen es porque ya están en la secta. En el campo de concentración, como lo definió otro adepto que pudo salir.

"Lo curioso es que pagas todos los años para recibir un nuevo curso de monitor y al final terminar impartiéndolo a otros alumnos. Eso me lo hizo a mí y a otras diez o quince personas, así que es cuestión de calcular cuánto saca sólo por eso, a lo que hay que unir lo que abonan los alumnos", continúa el ex adepto, que recuerda que una vez le preguntó a Swami por esa incongruencia y que le contestó esto: "Se aprende más enseñando que recibiendo".

Los monitores son, por lo demás, los que acompañan al autodenominado maestro en sus viajes, sobre todo a la India. Ellos pagan todos los gastos, por supuesto, que en el caso del falso gurú son costosos. Él prefiere que hablen idiomas, porque así consigue expandir su peculiar filosofía a gente de otros países

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