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Playas: un territorio a dos voces

  • Belén Franco hace coincidir en sus últimos trabajos las dos realidades que conviven en la misma línea de tierra: la del turismo y la de la emigración

Obra de Belén Franco perteneciente a la serie de los veraneantes.

Obra de Belén Franco perteneciente a la serie de los veraneantes.

El representante patronal habla de la alta ocupación de los hoteles de la costa. Intercala alguna queja que no empaña el envidiable estado de la primera industria, al parecer, de este país: el turismo. Poco después, pero en sección claramente separada, el noticiario, radiofónico o televisivo, cuenta que Salvamento Marítimo y Protección Civil rescataron, frente a las mismas costas de tan floreciente turismo, a quienes cruzaban el mar en algún precario esquife.

Mientras muchos certifican la muerte de las ideologías, los controles ideológicos gozan de buena salud: aíslan entre sí esas dos noticias referidas, paradójicamente, a la misma línea de tierra, acariciada o combatida, según los casos, por el mar. Belén Franco (Madrid, 1956) muestra esa oculta falacia al hacer coincidir las dos playas, la del turismo y la de la emigración.

De un lado, sobre campos amarillo oro u ocre bronce, recorta cuerpos que juegan, descansan o llevan en brazos a un niño envuelto en una toalla. Son cuerpos anónimos, sin rostro, actores, al fin, de una praxis social, organizada y reglamentada. Pero cada cuerpo, eso sí, se ha apropiado no de un espacio, sino de un lugar propio, convirtiendo el fragmento de arena en su hogar. Junto a esos cuadros, Belén Franco cuelga otros, con la incierta luz de madrugadas o tempestades: los cuerpos, ahora dotados de rostro, intentan ganar una costa que no les ofrece un lugar. Perdidos más que desorientados, se han librado del mar para evitar ahora la devolución exprés.

Obra de Belén Franco perteneciente a la serie de la emigración. Obra de Belén Franco perteneciente a la serie de la emigración.

Obra de Belén Franco perteneciente a la serie de la emigración.

Cada serie tiene un ritmo. El buen dibujo de la autora acerca a los veraneantes al allegro vivace. El tempo de los que vienen del mar es quebrado, lleno de silencios. Pese a ello, hay figuras comunes: una madre va hacia la orilla, su hijo envuelto, ahora, en una manta. Una joven, en la playa, encara feliz el viento foreño que le alborota vestido y cabello. Otra, emigrante, vestido y cabello agitados por el viento, mira también al mar, pero pensativa, como esperando a quien quizá no logre llegar.

Nuestros libros de historia hablaban de la invasión de los bárbaros que los alemanes llamaron siempre migraciones. Éstas fueron sus sus orígenes y los de Europa. Ahora también vivimos una gran migración, un amplio movimiento de población. Quizá esté escribiendo otra historia. Lo propician, dicen, las mafias pero ¿es ese el origen o más bien que Occidente condenó a la pobreza y al olvido amplias zonas del planeta?

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