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España

Juan Ignacio Zoido, el ministro costumbrista

  • Afable y cercano en las distancias cortas, a lo largo de su dilatada carrera política ha ocupado cargos a nivel estatal, regional y local, ámbito este último en el que consiguió su mayor éxito al recuperar para el PP la Alcaldía de Sevilla.

A las 19:30 ya estaba montado en el AVE devolviendo con llamadas algunos mensajes de felicitación. Feliz, orgulloso, sabedor de que esta nueva etapa es el culmen de una carrera política que comenzó en 1996 en la Dirección General de Justicia, donde probó la hiel de las manifestaciones de sus propios compañeros a las puertas del Ministerio y donde celebró con un jamón y dulces de su tierra al lograr la aprobación de la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil. Dicen que aún está la Guardia Civil registrando la bolsa donde su hermano llevaba el cuchillo jamonero que, al final, logró introducir en los despachos nobles del Ministerio de la calle San Bernardo.

 

El nuevo ministro del Interior no se ha criado en las juventudes del partido, pero maneja a la perfección el código de las lealtades transitorias. Primero a la vera de Javier Arenas, gracias al cual fue director general de Justicia, delegado del Gobierno en Castilla-La Mancha, delegado del Gobierno en Andalucía, secretario general del PP andaluz y alcalde de Sevilla. Y después protegido por María Dolores de Cospedal, quien lo metió en la aventura de presidir interinamente el PP andaluz en el tardoarenismo y quien lo ha elevado hasta el consejo de Ministros. Juan Ignacio Zoido (Montellano, 1957) aprobó las oposiciones a judicatura en 1982. Hábil en las relaciones sociales, hombre orgulloso de su crianza en el Fregenal de la Sierra (Badajoz) y marcado por el fallecimiento prematuro de su padre. Muy pronto se tuvo que poner al frente del negocio familiar en el pueblo: una pastelería de reconocido prestigio, con un precioso local de exquisita decoración, que ancla sus orígenes en el siglo XIX. La falta del padre dejó a aquel muchacho, el mayor de cinco hermanos, sin opciones de tropiezo en la vida. Vio cómo se derrumbaba buena parte de su margen de seguridad. Se quedaba sin mucho tiempo para aprender a encender los hornos y adquirir destreza en la dirección de los trabajadores del obrador, sin tiempo para permitirse baches en la facultad, donde conoció a Javier Arenas, y sin tiempo para tropezar en la oposición como juez. Hasta fue un juez decano prematuro, elegido por sus compañeros en 1992, lo que le permitió contactar con la clase política de los años ochenta, controlada en un alto porcentaje por un poderoso PSOE, y conocer a una vocal del Consejo General del Poder Judicial llamada Margarita Mariscal de Gante, luego ministra de Justicia de Aznar de 1996 a 2000.

 

Como magistrado lo pasó mal en el Juzgado de Familia. Suyas fueron sentencias de divorcios muy conocidas como las de los duques de Feria. Zoido prefiere la política a la toga desde hace muchísimo tiempo. Su gran virtud es que aguanta más que un buzo bajo el agua. Es la prueba palmaria de que en política gana el que sabe resistir. Soportó la caída del PP en 2004, cuando el atentado del 11-M mandó a Rajoy a la inesperada oposición en una etapa en la que el PP fue víctima del cordón sanitario impuesto por el resto de fuerzas. Pasó entonces de no ser militante a ser secretario general del PP en Andalucía. Aguantó quedarse sin la Alcaldía de Sevilla en 2007, pese a encabezar la lista más votada, y se pasó cuatro años recorriendo barrios con una política de perfil populista poco usual en el PP pero con la que logró el mayor triunfo conocido jamás por el centro-derecha en Andalucía: 20 de 33 concejales en la capital de Andalucía. Lleva desde mayo de 2015 como discutido líder de la oposición municipal a la espera de un destino en Madrid que ahora logra por todo lo alto. La gran clave no es otra que el apoyo de una Cospedal que, en su pugna con Arenas, logró quitarle uno de sus dos discípulos más amados. El otro es Antonio Sanz, leal al político de Olvera y al frente de la Delegación del Gobierno en Andalucía.

 

Zoido es campechano en el trato, gran consumidor de melva, se permite el lujo de ser calculadamente frívolo, nada aficionado a las conversaciones sesudas, improvisa las intervenciones públicas, no tiene límites de gigas a la hora de tirar de memoria, se jacta con razón de saber cerrar etapas, y se conoce al dedillo el quién es quién del sector de la sociedad sevillana donde ha conseguido moverse como pez en el agua. El costumbrismo es su fuerte. A quien ya es (juez) sólo le falta estar. Y ahora estará sentado en la sala del consejo de ministros de la Moncloa. Sin duda será feliz regresando a Sevilla en el AVE de los viernes, tal como lo fue Arenas en sus buenos tiempos. De Arenas lo ha aprendido todo. Como casi todos en el PP andaluz. 

 

Creyente sin complejos, exhibe orgulloso su fe católica en numerosas ocasiones. Sale de nazareno en San Isidoro la tarde de los Viernes Santos, una cofradía de reducida nómina donde abundan los abogados, magistrados, fiscales y notarios. Es más cumplido que un luto en los saludos y asistencias a funerales. Impuntual en la mayoría de las ocasiones, disfruta de los placeres terrenales, sevillista con carné, discreto en las deliberaciones oficiales y usuario del margen de la libreta apócrifa donde anota quién lo felicitó cuando ganó unas elecciones y quién no. 

 

El peor momento de su vida fue cuando perdió a su hijo José María en accidente de tráfico en octubre de 2003, del que habla con toda distensión y alegría. Casado con la almeriense Beatriz Alcázar, de nuevo fue padre en 2011 de un niño al que puso el nombre del Patrón de Sevilla: Fernando. Hoy es un abuelo feliz que cumple un verdadero sueño. Cuando se lleva especialmente bien con alguien, le envía en las vísperas de Navidad el particular Toisón de Oro de su Casa Civil: una caja de dulces de la pastelería familiar, unas delicias artesanales a la altura de la tienda gourmet más exquisita. Cuando deja de llevarse bien, suspende el envío. Y cuando tiene dudas, pregunta con un punto socarrón: "¿Esta Navidad te mando o no la caja?"

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