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Centenario Fernán Gómez

Escena en penumbra

  • Más allá de su trabajo como actor, el reconocimiento del Fernán Gómez dramaturgo es una cuestión por hacer

Fernando Fernan Gómez, en 1998, cuando presentó su versión del ‘Tartufo’, que estrenó en Málaga con dirección de Alfonso Zurro.

Fernando Fernan Gómez, en 1998, cuando presentó su versión del ‘Tartufo’, que estrenó en Málaga con dirección de Alfonso Zurro. / J. M. Espinosa / Efe

La pandemia coronavírica que todavía acecha ha logrado lo que no logró la Guerra Civil Española: cerrar los teatros. En el Madrid sitiado a merced de las bombas, buena parte de los escenarios mantenían su actividad y el favor del público. Fue aquí cuando debutó en las tablas un actor adolescente formado en los talleres de la CNT llamado Fernando Fernán Gómez gracias a la intervención de su madre, Carola Fernán Gómez, actriz de la compañía de María Guerrero y responsable en solitario de la educación del mozo (fue la misma María Guerrero la que impidió el matrimonio de Carola con el padre de la criatura, Luis Fernando Díaz de Mendoza, también actor de su compañía). En aquella función a cargo de la compañía de Laura Pinillos, la comedia reservaba una frase al actor en su papel de camarero: “¿Solo o con gaseosa?”. Eso era todo. Su madre vistió al chaval con las mejores galas de que pudo disponer y allá que acudió el presunto al estreno, hecho un manojo de nervios. Ya en escena, ocurrió lo inevitable: al jovencito Fernando Fernán Gómez le pudo la presión y se quedó en blanco, sin decir la frase, hasta que el actor encargado de darle la réplica decidió no esperar más y seguir adelante. Más tarde, en el camino de vuelta a casa, el adolescente lloraba con amargura, hecho un pincel, pensando en cómo relatar semejante fracaso a su madre ilusionada mientras a un lado y a otro caían disparos y explosivos. El episodio, que Fernán Gómez narra en su libro de memorias El tiempo amarillo, anticipó la historia de amor y odio que nuestro hombre mantuvo siempre con el teatro, un oficio al que estuvo vinculado desde que Jardiel Poncela lo aceptara bajo su protección en 1940 (algún tiempo después sería el propio Fernán Gómez quien asistiera económicamente al autor de Eloísa está debajo de un almendro en sus últimos y difíciles años) y del que sin embargo abjuró de manera frecuente.

El cine no tardó en llamar a la puerta de Fernán Gómez, quien emprendió en 1943 una carrera de éxito como actor sin descuidar su vocación de autor teatral, un apostolado que le conducía a las tertulias del Café Gijón y que derivó en una mescolanza de aplausos intermitentes y sinsabores continuos. Lo cierto es que la celebración del Fernando Fernán Gómez dramaturgo llegó tarde y mal, si es que llegó. Resulta difícil comprender hoy que al autor le costara diez años estrenar una obra excepcional como La coartada, que ganó un accésit del premio Lope de Vega en 1975 y cuya prolongada condena al cajón se saldó con una soberana decepción. La categoría de clásico de Las bicicletas son para el verano ya no admite discusión, pero la obra, escrita en 1977, no tuvo su estreno en el Teatro Español de Madrid hasta 1982; y Fernán Gómez, quien no terminó de reconciliarse con la obra hasta su reescritura novelística, no obtuvo el reconocimiento merecido por su autoría hasta el Max concedido, atención, en 2003. No menos incomprensible es el hecho de que obras estrenadas en los años 80 como Del rey Ordás y su infamia y Ojos de bosque hayan permanecido inéditas hasta la estupenda edición del Teatro completo publicada en 2019 por Galaxia Gutenberg al cuidado de Helena de Llanos y Manuel Barrera Benítez. Sólo la revisión de clásicos para la escena como el Lazarillo que mantiene aún en su repertorio Rafael Álvarez El Brujo y el Tartufo de Molière estrenado en 1998 en Málaga bajo la dirección de Alfonso Zurro, cuando ya la figura literaria y novelística de Fernán Gómez sí había alcanzado su dimensión más justa, permitió cierta reconciliación. El sinsabor, eso sí, perduró hasta el final: la revisión que hizo Fernán Gómez de su obra El mundo de Arniches en 2007, poco antes de su muerte, para su amigo Manuel Alexandre (a menudo la escritura teatral del autor tuvo connotaciones de verdadera asistencia social), tampoco llegó a estrenarse.

La edición de su 'Teatro completo' permite advertir a un autor sin parangón en España

La continua frustración del dramaturgo llevó así al Fernando Fernán Gómez actor a dejar a un lado el teatro para invertir su tiempo en el cine. El mismo creador admitió que a menudo las tres palabras que más satisfacción le producían eran Se ha suspendido. Llegó a referirse al teatro con expresiones duras, como un pasatiempo burgués en decadencia del que, sin embargo, nunca llegó a retirarse del todo. Justamente, la reciente edición del Teatro completo permitirá advertir a los nuevos creadores escénicos hasta qué punto hablamos de un dramaturgo sin mucho parangón en la España del último siglo. La reciente adaptación teatral de El viaje a ninguna parte dirigida por Ramón Barea puede entrañar un interesante punto de partida en la deseable confluencia de cine y escena como ida y vuelta. No estaría nada mal.

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