El desentierro | Crítica

La herencia envenenada

Leonardo Sbaraglia y Jelena Jovanoa en una imagen de 'El desentierro'.

Leonardo Sbaraglia y Jelena Jovanoa en una imagen de 'El desentierro'.

El debut en el largometraje de Nacho Ruipérez nos lleva al Levante español del pelotazo, la corrupción y las secuelas de aquella infame Ruta del Bakalao para trenzar en dos tiempos una historia de secretos, prostitución, violencia y muerte por la que circulan políticos corruptos, empresarios extorsionadores, mafias del Este e hijos regresados en busca de respuestas y verdades sepultadas por el tiempo.

El desentierro sigue así el sendero de aquella Crematorio que entendió el potencial de la crónica política como marco para el cine de género, aunque Ruipérez no termine de condensar aquí esa atmósfera de degradación moral encadenada lastrado por la dependencia excesiva en un guion y un montaje que no siempre alternan con fluidez en cambio de tiempos ni aciertan a mantener un ritmo que nos haga ir de uno a otro con interés recobrado por el hilo de la trama.     

Hay, eso sí, una voluntad de hacer del paisaje horizontal de la Albufera y de las ruinas del esplendor hortera un protagonista esencial de la cinta, aunque luego las figuras no estén dispuestas de la mejor manera para que las acompañemos en su descenso a los sótanos de la verdad. Más allá del peaje hispano-argentino (Noher, Sbaraglia) y de la pluralidad lingüística, algunas interpretaciones, especialmente la de Francesc Garrido, chirrían demasiado en su intento de hiperbolizar la violencia, gesto que incide en un mismo y no siempre conseguido deseo de equiparar la propuesta con modelos internacionales similares a partir de lo local.