Clímax | Crítica

Tan francés como sólo puede serlo un argentino

Una imagen del peculiar y a la postre retorcido fiestorro que es la nueva película de Gaspar Noé.

Una imagen del peculiar y a la postre retorcido fiestorro que es la nueva película de Gaspar Noé.

El muy francés franco-argentino Gaspar Noé -porque nadie es más francés que un argentino que hace de francés y también la pedantería tremendista para epatar al burgués es una marca de la subcultura y la contracultura francesa desde el redescubrimiento progre de Sade y el teatro de sanguinolentas atrocidades Le Grand Guiñol a la Historia del ojo de Bataille o este cine que algunos llaman "nuevo extremismo francés"- fascinará a quienes se dejaron fascinar con sus abracadabrantes Irreversible, Enter the Void o Love.

Puede que con Clímax encuentre más adeptos fuera del círculo de iniciados que lo veneran como las brujas al macho cabrío gracias a los frenéticos números de danza filmados en largos planos secuencia o insólitas angulaciones y coreografiados al son de ruidosa música techno por la coreógrafa vanguardista de qualité comercial (ha creado coreografías para Rihanna, Banks, MØ y Tove Lo) Nina McNeely.

El problema -o para sus seguidores el atractivo- es que no sólo presenta bailes frenéticos, sino que, por lo visto inspirándose en hechos reales, en su segunda parte mete en un bucle infernal y destructivo de droga, sexo, violencia, alucinaciones y un buen puñado de perversiones a los bailarines reunidos para un ensayo y un fiestorro en un lugar siniestro (incluso más los no-lugares urbanos agresivos y desacogedores suelen ser los escenarios de estas manifestaciones) perdido en medio de una nada blanca y helada.

El atrevimiento tipo pedo-pipí-caca -cosas ruidosas y apestosas, sí, pero inocuas muy tremendo que intente ponerse- de este tipo consentido y mimado por sus incondicionales gustará a quienes practican la transgresión de salón e incomodará a quienes les gusta dejarse incomodar por estas tonterías.

Ojo: nada que ver con lo que Bazin llamó el cine de la crueldad (Von Stroheim, Buñuel, Hitchcock...) o los verdadera e inteligentemente trasgresores Pasolini o Fassbinder. Aunque don Luis y Pier Paolo sean citados en esta película, hay que decir que un solo plano de La edad de oro es más verdaderamente perturbador que toda la filmografía de Noé y que la pasoliniana Saló o las 120 jornadas de Sodoma está hecha precisamente contra estas falsas, pedantes y pretenciosas trasgresiones servidoras del poder del consumo que fingen poner en cuestión. Hasta algún guiño xenófobo de posible interpretación fascistoide no deja de ser otra marca de dandismo para epatar a la nueva burguesía de la corrección política.

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