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Cofradias

¡Sentados a su mesa!

  • Por eso hoy, que es Domingo de Ramos, también es el Domingo de la Sagrada Cena

QUIZÁS no podía empezar nuestra Semana Santa de otra manera. Un Dios que nos sale al paso a lomos de un borriquillo y entre ilusiones que rompen el alba de la infancia es capaz de hacer de esta tarde de Domingo de Ramos como una madrugada de ansias tempraneras de tantos niños que sueñan con ser los cirineos del mañana, el pueblo del Nazareno ( ), como les dicen a nuestros hermanos cristianos perseguidos de Oriente. ¡Para su honra! Un Dios que al entrar en Jerusalén entre la algarabía y el júbilo, entre el clamor y la alabanza, entre palmas y colchas de adorno -¡todo se parece tanto!-, pide corriendo a los suyos buscar un recodo para descansar en confianza, reponer fuerzas de la subida a la Ciudad Santa y, sobre todo, un lugar para celebrar con ellos, peregrinos y amigos, la Pascua. Un año más. Y como si fuera la primera vez, en ese hoy empapado de gracia que recoge el antes del Mar Rojo, el ahora de nosotros y el mañana de los que vendrán: "Haced esto en conmemoración mía".

Llama la atención en el texto bíblico que Jesús envía a sus discípulos a un lugar concreto. ¡Todo lo tiene pensado! Nada se le escapa al Señor que escribe derecho con renglones torcidos. Porque los detalles son siempre importantes. ¡Como tan bien saben nuestras cofradías! Y quien no los tiene en cuenta, es porque quizás poco ama.

Jesús cuida con mimo esa cena tan especial. Ellos no saben que se acerca el final y que en adelante se llamará la última, pero Él ya tiñe con aires de despedida una tragedia que todos temen llegada la hora -esa palabra tan especial para San Juan-, pero que sólo el Hijo del hombre aguarda.

Y llega el momento difícil de sentarlos a su mesa y, entre pálpitos del corazón, dejarnos el sendero de un convite, su Cuerpo y su Sangre, que nos alimentarán para la vida hasta la eterna. Y se sientan todos, venidos, como en aquella parábola, de las encrucijadas de caminos con marcadas historias con sabor a barro y pringue de senderos baldíos, convidados de balde en el festín de un Dios que tira la casa por la ventana con su gente, "el amigo de pecadores… comilón y borracho", como le decían los puritanos de antes. ¡Y quizás también los de ahora! ¡Y quiere que todos lo acompañen! El Discípulo amado, el de las dudas y el costado, el de las tres negaciones, el de las treinta monedas de la traición… No descarta a nadie. ¡Todos! Sin acepción de personas, sin aduanas pastorales y sin normas de uso, que diría el papa Francisco:

"Sueño una Iglesia Madre y Pastora… Éste es el Evangelio puro. Dios es más grande que el pecado… Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla".

Por eso hoy, Domingo de Ramos es también el Domingo de la Cena. ¡Porque ahora ha querido el Mesías que sea Sevilla el lugar de aquel convite! Y el cenáculo íntimo de amigos, sobre la tumba del Rey David -para eso es el Cachorro del León de Judá-, se ha transido en las calles abiertas de una ciudad, la nueva Roma que siempre quiso ser Jerusalén, que llena de gozo y nervios de espera, de temores y cobardías, de penas y sinsabores, de gozos y penumbras, que quiere ver de nuevo el rostro del que nos ha sentado a su mesa, sin espantarse, para que un año más tú y yo, como amigos, le reclinemos el hombro, mostremos la indiferencia tristona de los de Emaús, le prometamos mil fidelidades de cartón piedra o le traicionemos por las sobras de treinta monedas de desengaño, y seamos, a pesar de los pesares, los amigos del alma que Él quiso y quiere tener a su lado. "Vasijas de barro" como recordaba San Pablo, gente corriente y moliente, pecadores… ¡Pero, anímate, quizás hasta menos que los que Dios quiso escoger como sacerdotes y hasta poner en su cena aquel primer Jueves Santo!

Cada año al pasar, viendo como sale temprano de los Terceros para tener tiempo de invitarnos a todos, sueño con subirme a cualquier asiento y ser capaz de decirle al Maestro: ¿Me convidas también a mí? ¿Te asustarás de mis desastres o me harás un hueco en ese altar de amores del Sacrificio? Y Tú, Señor… diciéndome siempre que hay sitio. ¡Y que ésa es tu Iglesia! ¡Hogar y mesa compartida, banquete de amistad, Madre de brazos abiertos para todos! Porque, como decía el genial Chesterton: "La Iglesia no es un museo de santos sino un hospital de pecadores". ¡Como los que se sentaron y se sentarán siempre en la Cena!

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