Síndrome expresivo 58

Un mundo feliz

Eufemismos

Eufemismos / Rosell

Érase una vez una península próspera, bañada por las aguas de un océano utópico y un mar civilizador. Una mañana primaveral, los ciudadanos se despertaron sobresaltados por una noticia que alteraría para siempre sus monótonas y ordenadas vidas. Así, en la Plaza Mayor del Reino, los nuevos gobernantes fueron cambiando uno por uno el significante de todas aquellas palabras susceptibles de erosionar los estrictos principios éticos de la ciudadanía. "Protejamos las mentes de nuestros hijos", clamaban los voceros de la nueva lengua. Los más longevos del lugar aún recuerdan con dolor el espectáculo de aquella ceremonia, celebrada con vítores y proclamas de júbilo desde los balcones engalanados con banderas.

Cuentan algunos testigos que los primeros en desfilar por la explanada fueron unos buhoneros gitanos que compartían emplazamiento junto a unos inmigrantes (perdón, migrantes) senegaleses, atónitos ante tan ingente despliegue de escenarios y pompa oficial. Unos y otros se preguntaban por la razón de tal insólito acontecimiento hasta que, desde las columnas de altavoces laterales, se escucharon las siguientes indicaciones: "Hoy os declaro individuos adscritos a las minorías étnicas, liberados para siempre del yugo cruel de la xenofobia lingüística. Levantaos, romaníes del universo, legendarios cíngaros de tez aceituna y lengua caló; alzad vuestras voces, subsaharianos, afroamericanos, ciudadanos de piel oscura o negra, personas de color y de raza negra (o que no pertenecen a la raza blanca), morenos oscuros y claros, mulatos y tostados".

Unos metros más allá, varias decenas de vecinos asistían pasmados a la enumeración de palabras y asociaciones de términos para nombrar las realidades de este mundo feliz. No daban crédito a lo que veían sus ojos y oían sus oídos hasta que, desde la misma fuente beatificadora, llamaban a filas a otros vecinos: “Acercaos, semitas, hebreos, naturales del Monte Sion, israelitas o descendientes de Sefarad. Abrazaos en una alianza de civilizaciones eterna con vuestro hermano mahometano. Sí, queridos súbditos, los que profesan la fe islámica, magrebíes o norteafricanos, o simplemente árabes del Atlas”.

A la vista de las circunstancias, los desorientados testigos comentaron en voz baja la maniobra de ocultamiento de la realidad por parte de los recién llegados al poder. Al mismo tiempo, los ocupantes de la plaza parecían como si se hubieran convertido en muñecos de trapo sin capacidad crítica; en autómatas seguidores de los dictados expresivos de la casta biempensante; en adultos infantilizados por la palabra del líder salvador y omnipotente.

“Vámonos de aquí”, murmuró el más veterano para abandonar de inmediato el céntrico lugar. Así, anduvieron entre las callejuelas del casco histórico de la capital sin un rumbo exacto, abrumados por las consignas eufemísticas impresas alrededor. "Ajustes de tarifa", "Empleados discontinuos", "Despido en diferido", lucían los titulares de las principales cabeceras periodísticas.

De repente, a lo lejos divisaron unos anuncios luminosos con las películas más celebradas por la crítica y decidieron comprar las entradas para despejar sus maltrechas mentes. En un primer momento, todo parecía estar en orden: taquillas abiertas, precios asequibles y una fila de clientes en la línea de acceso a las salas. Sin embargo, cuando elevaron las miradas para elegir el título deseado, tomaron conciencia de que algo no encajaba: el feo de El bueno, el feo y el malo se había convertido en “el incómodo de ver, el poco agraciado, el de belleza diferente y el contrahecho vanguardista”; el viejo protagonista de El viejo y el mar había pasado por arte de birlibirloque a “el octogenario, la persona mayor (yo también tengo más de dieciocho años) el jubilado precario (no son los únicos), la tercera edad o el yayo en la obra”; y en la sala siete, lucía el respetuoso título de un clásico del cine cómico “Este que está criando malvas, que pasó a mejor vida, que vino a visitarlo la Parca, que fue víctima de unos daños colaterales o aquel que ya descansó… está muy vivo”.

¿Se puede superar?

Todos los estudiosos de la lengua conocen de sobra la tendencia de algunos hablantes por buscar términos nuevos para disfrazar la crueldad o lo escatológico de una determinada realidad. Hasta aquí, existe un acuerdo sobre la aceptación de unos cambios lingüísticos que emanan de la voluntad popular. Ahora bien, el fenómeno de moda en la actualidad es absolutamente el contrario: los de arriba (políticos, medios de comunicación, asociaciones religiosas, sindicales, deportivas, gastronómicas, aeronáuticas, sinfónicas, gasísticas o de cualquier índole) deciden por su cuenta lo que es malsonante y, lo que es más sorprendente, cuáles son las suaves y tersas palabras que deben ocupar su lugar. ¡Lo nunca visto! Perdón: ¡lo de toda la vida!

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