La revolución rusa | Crítica

Colosalismo y barbarie

  • Taurus recupera este obra excepcional de Orlando Figes, editada en 1996 por Edhasa, donde se analiza con amplitud y perspicacia uno de los hechos cruciales del siglo XX: la Revolución rusa de octubre de 1917

El historiador alemán, de origen británico, Orlando Figes

El historiador alemán, de origen británico, Orlando Figes

Figes, en su “Conclusión” a esta obra vertiginosa y deslumbrante, escribe: “La Revolución rusa desencadenó un vasto experimento de ingeniería social, quizá el mayor de la historia de la humanidad”. Unas líneas más adelante advertirá: “El experimento salió terriblemente mal, no tanto a causa de la maldad de sus dirigentes, muchos de los cuales lo habían iniciado con los más elevados ideales, sino a causa de que sus ideales eran en sí mismos imposibles”. Como es lógico, las abundantes páginas de este estudio se dirigen a documentar cumplidamente esta tesis. Pero no solo en lo concerniente a la caída del gobierno democrático de Kerenski y el posterior golpe de Estado bolchevique, acaudillado por Lenin. Sino a las numerosas causas que precipitan la caída de los zares, entre las cuales se encuentra, de modo destacado, la secular penuria en que se hallaban las masas campesinas.

Figes ha escogido una forma de historiar más próxima a la historiografía continental, escandida en temas o aspectos

Tanto al comienzo como al final de la obra, Figes avanza una explicación de la Rusia actual y su inclinación a los gobiernos autoriarios; explicación que incluye una advertencia, de la que la Revolución rusa sería ejemplo: la fragilidad de las democracias y la posibilidad de una vuelta, hoy muy real, del alguna forma actualizada de comunismo y/o nacionalismo. Al margen de esta lectura, muy pertinente, de la historia, lo que se ofrece en La revolución rusa es un absorbente y minucioso estudio de aquel proceso, cuyo comienzo Figes data en 1891, y en el que se incluye el fin de la servidumbre, el lento crecimiento de la burguesía y la profunda secularización del país, cuya religiosidad ferviente, sincrética y sencilla, era uno de los pilares en que se sustentó el prestigio intocable, el perfil sobrehumano de Nicolás II. Por otra parte, Figes ha escogido una forma de historiar más próxima a la historiografía continental, escandida en temas o aspectos, que no elude la cronología, y cuya efectividad ya mostró el autor en un libro memorable: Los europeos, en el que se documenta un hemisferio complementario o previo a la Revolución rusa: esto es, la Europa occidental donde se acrisola, tanto la sociedad cosmopolita del XIX como las ideologías de masas.

Por supuesto, Figes establece ciertas similitudes entre la Comuna del 71 y la revolución del 1917, muy próximas ideológicamente. Y también con la Revolución de 1789, donde las parecidos formales (la caída de la monarquía, etcétera), son manifiestas, y donde el carácter de algunos personajes, como el puritanismo y la crueldad de Robespierre, pudieran encontrar su eco en la figura de Lenin. De igual modo, es fácil hallar similares episodios de violencia, fruto de la multitud, tanto en lo escrito por Gorki como en las escalofriantes Noches revolucionarias de Restif de La Bretonne. Un último paralelismo con la Revolución francesa es el que une la tesis de Figes (la continuidad de un poder autoritario y omnímodo, tras el cambio de régimen); con aquella que mantiene, a otro respecto, Toqueville, en El Antiguo Regimen y la Revolución, presentándolos como distintas modulaciones de una misma realidad vital y administrativa.

El propio subtítulo de la obra de Figes, La tragedia de un pueblo (1891-1924), nos indica, por otra parte, tanto el protagonista de la obra -el pueblo ruso, en su cruenta y exánime agitación-, como el periodo liminar en el que se centra su indagatoria, hasta la muerte de Lenin. La vasta ingeniería social que acometería Stalin, cimentada sobre millones de cadáveres, queda fuera de este estudio, donde se pretenden aclarar las causas y concausas, los hechos y procedimientos que hicieron posible aquel “cataclismo”. Una de las numerosas bondades de esta obra, en tal sentido, es la diversidad de aspectos que se valoran y concurren al flujo general de la historia. Otra, de igual relevancia, es el cotejo de hipótesis con el que Figes se adentra, en compañía del lector, en la entraña de lo probable, de lo razonable y de lo incierto. Una última virtud de Figes es desbrozar la voluminosa mitología marxista que se abatió sobre estos hechos, brutales y fascinantes, para ofrecernos una versión compleja y perspicaz de aquellos sucesos. Que todo ello venga expresado en una escritura solvente, precisa y animada, no hace sino encarecer, justamente, la valía de esta obra.

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