Al polo austral en velocípedo | Crítica

Técnica y aventuras

  • Fórcola edita 'Al polo austral en velocípedo', obra de Emilio Salgari donde se fantasea con una hazaña, característica, en cierto modo, del intrépido cientifismo del XIX: llegar al polo sur en bicicleta. 

El escritor italiano Emilio Salgari y su familia (Verona, 1862-Turín, 1911)

El escritor italiano Emilio Salgari y su familia (Verona, 1862-Turín, 1911)

No es posible leer sin emoción las tres cartas que dejó Salgari antes de suicidarse en el valle de San Martino. Una primera a los directores de los periódicos de Turín, rogando que abrieran una suscripción para socorrer a su mujer y a sus hijos. Una segunda, a sus editores, a quienes culpa de su dramática escasez (“A vosotros, que os habéis enriquecido con mi sudor manteniéndome a mí y a mi familia en una continua semi-miseria o algo peor...”). Y una última, a sus hijos, en la que les ofrece un tierno consejo, “manteneos buenos y honestos”, y cuyo comienzo es, por si mismo, intolerablemente desgarrador: “Queridos hijos: Soy un vencido”. Es este hombre, de extraordinario valor e imaginación fecunda, el que publica Al polo austral en velocípedo en 1895, siguiendo una consigna al uso de su siglo: la de ilustrar al público en los saberes científicos, mediante la diversión y la aventura.

Salgari ofrece la narración trepidante de un viaje al confín del globo, con un medio técnico de reciente perfección

En tal sentido, su vinculación con Verne es ineludible. No solo porque ambos practicaran el mismo tipo de literatura; sino porque el viaje a los polos, entonces de plena actualidad, será novelado por uno y otro. Recordemos también que aquello que une a Nemo y Sandokán, los dos de origen indio, es el odio inveterado al imperio inglés, y la defensa de una idea nacional que, en el caso de la Italia de Salgari, acaba de alcanzar su cénit, tras su reciente unificación. ¿Qué es lo que ofrece Salgari en este viaje a la Antártida? Sobre el hueco de un conocimiento exacto de aquella geografía -véase el prólogo de Martínez de Pisón-, Salgari ofrece la narración trepidante y verosímil de un viaje al confín del globo, con un medio técnico de reciente perfección, como era el velocípedo (en este caso, a motor); y con el aliciente añadido de la competición entre dos miembros de la Sociedad Geográfica de Baltimore, uno inglés y el otro norteamericano, quienes tratarán de alcanzar el Polo Austral por diferentes modos, en barco y en biciclo. Por el camino, el lector hallará, junto a una nutrida porción de saberes, la grata efervescencia de la aventura, vivida desde la comodidad de un sillón.

No es, pues, una ringla de escaramuzas bélicas, aromadas por un amor ideal (recuerden a la dulce perla de Labuán), lo que nos ofrece Salgari. Es la mezcla decimonona de deportividad y audacia, trufada por ingenios de vapor, lo que aquí toma posesión del vasto y misterioso mundo.

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