De libros

El cine, memoria de los cuerpos

  • Gutiérrez Aragón publica en unas semanas 'A los actores', un libro de reconocimiento y gratitud a los intérpretes con los que ha trabajado en el que mezcla sus recuerdos con apuntes teóricos.

A los actores. Manuel Gutiérrez Aragón. Anagrama. Barcelona, 2015. 168 págs. 16,90 euros

Figura destacada del cine español de la Transición, guionista (Furtivos, Las largas vacaciones del 36, Las truchas) y director de algunos filmes-clave de aquella década prodigiosa de fábulas, metáforas y símbolos que intentaban explicar la realidad (Habla mudita, Camada negra, Maravillas, El corazón del bosque, Demonios en el jardín), Manuel Gutiérrez Aragón (Torrelavega, Cantabria, 1942) abandonaba el cine en 2008 tras el estreno de Todos estamos invitados, su filme sobre ETA, para recuperar de nuevo y a tiempo completo aquella temprana vocación de escritor con una serie de novelas (La vida antes de marzo, Gloria mía, Cuando el frío llegue al corazón, todas publicadas por Anagrama) que lo confirmaban, a la luz de la crítica y los premios (Herralde en 2009), como un autor de primera línea. En este periodo de transición y regreso a la literatura, Gutiérrez Aragón ocupaba hace unos meses el sillón F mayúscula de la Real Academia de la Lengua que dejaba vacante quien un día fuera su maestro, amigo y mentor, el también cineasta José Luis Borau, siendo el tercer cineasta junto a Fernán-Gómez y su predecesor en acceder a la institución.

Con el trabajo hecho, instalado ya, por tanto, en el ámbito de los reconocimientos de madurez y en un lugar privilegiado de la historia de nuestro cine, Gutiérrez Aragón emprende ahora con este A los actores la que se anuncia como una serie de libros de sesgo ensayístico sobre su trayectoria y su experiencia cinematográficas, una suerte de memorias con espíritu didáctico y cierta voluntad teorizante sobre los diferentes aspectos de la creación de películas, de la que la cuestión actoral ha sido para el cineasta la que más gratificaciones le ha dado a lo largo de su carrera, y también la que más echa de menos de aquellos días de trabajo en equipo, rodajes tempraneros, cámara, claqueta y acción. "Lo que echas de menos es tocar la vida", como le comentaba Vargas Llosa.

Este libro, que llega a las librerías en septiembre, es, ante todo, un libro de reconocimiento y gratitud hacia los actores, pero también unas memorias parciales filtradas desde la fascinación primera de la infancia por el cine a través de los cuerpos y los rostros de sus intérpretes y estrellas. Gutiérrez Aragón anuda así retazos de la autobiografía personal y profesional y aparca por el momento otras cuestiones relativas al lenguaje, la técnica o la puesta en escena, aunque también hable aquí de ellas, para desgranar con sustento teórico (Barthes, Eco, Burch, Bálasz, Bresson, Aumont o Nacache aparecen citados en el texto, aunque no siempre de manera fluida) esa labor mediadora esencial entre el cuerpo y el gesto de los actores y el acceso al universo de la ficción que propone toda película en su pacto con el espectador: "la fisicidad de los intérpretes transparenta la trama y la historia, escribe. Aquello es verdad porque el cuerpo no puede ser desmentido" […] "El cuerpo tiene una narración propia, que puede coincidir o no con la historia en la que aparece […] El cuerpo no es opinable […] El cuerpo narra a su manera".

A partir de su experiencia, desde los días de aprendizaje en la Escuela Oficial de Cine con Berlanga, Serrano de Osma o Sáenz de Heredia, hasta sus primeros largometrajes, en los que dirigió a grandes figuras de nuestro cine como José Luis López Vázquez, Alfredo Landa o Fernando Fernán-Gómez (de quien descubrimos, entre otras cosas, que no funcionaba bien en las escenas de amor), Gutiérrez Aragón va desglosando una muy personal teoría del actor que es más un ensayo que una metodología ("mi método, en realidad, sólo una costumbre, es ensayar todo lo ensayable, pero sin pedir motor"), un texto abierto entreverado por la memoria afectiva que recorre conceptos como la fotogenia, la naturalidad ("también tiene que ser construida, la naturalidad no es natural"), el poder del primer plano, el montaje, el desnudo femenino o la mirada a cámara de la mano de aquellos intérpretes que conoció, descubrió y trató de primera mano, de la joven y hermosa Ángela Molina ("tiene tal presencia que un desnudo sería una redundancia") al transformista e imitador Óscar Jaenada, del indomable y malogrado Pirri de Maravillas al veterano Fernando Rey ("su dicción, su manera de hablar clara y vehemente…") por el que nadie daba un duro como Don Quijote, de Ana Belén e Imanol Arias en su esplendor de los primeros ochenta a las jóvenes Marta Etura y Clara Lago que despegaban en La vida que te espera.

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