Recuerdos de montañas lejanas | Crítica

El turco demediado

  • Orhan Pamuk publica un diario ilustrado que revela sus cuitas como escritor y pintor en los últimos años

Orhan Pamuk (Estambul, 1952). Koray Şentürk, Yapı Kredi Kültür Sanat Yayıncılık Archive

Orhan Pamuk (Estambul, 1952). Koray Şentürk, Yapı Kredi Kültür Sanat Yayıncılık Archive / Koray Şentürk, Yapı Kredi Kültür Sanat Yayıncılık Archive

Supimos por Estambul. Ciudad y recuerdos (2005) que el Premio Nobel Orhan Pamuk (Estambul, 1952), tras descartar la arquitectura, quiso ser primero pintor antes que escritor de novelas. Recuerdos de montañas lejanas viene a ser un reencuentro íntimo con una vocación que nunca dio por cerrada.

Entre 2009 y 2022 (de la publicación de El Museo de la Inocencia a Las noches de la peste), Pamuk fue pergeñando estos diarios, escritos en cuadernos con formato 8,5 x 14 cm e ilustrados con dibujos de paisajes (casi todos ellos marítimos: mares, ensenadas, barcos, bahías, islarios). Era como volver a ser el joven Pamuk de antaño, quien renunció a sus estudios de arquitectura en la Universidad Técnica de Estambul para pintar las calles de su ciudad y los barcos de líneas urbanas sobre el Bósforo, sin saber que el tiempo lo encumbraría como escritor.

En estos dibujos aún se aprecian detalles de quien fuera admirador precoz de Seurat. De ahí su puntillismo. En el pintor, ahora maduro, no faltan las líneas nerviosas que trazan la ondulación de las olas del mar. Otras veces se aprecia el marasmo de la niebla sobre islas y horizontes, las montañas junto a carreteras y desfiladeros, los contornos de las ciudades que visita o, también, las estancias en las que se halla el escritor en sus casas de Estambul (en Cihangir y en Büyükada) o en su otro apartamento neoyorkino con vistas al Hudson.

Una de las páginas interiores del libro. Una de las páginas interiores del libro.

Una de las páginas interiores del libro. / Random House

En parte Recuerdos de montañas lejanas es un tratado sobre pintura. Las reflexiones sobre el sueño y el paisaje se suceden: “Hay que ver y leer un paisaje como en un sueño”. Con su habitual letra apretada, leemos: “Uno empieza a pintar cuando ve lo que ha olvidado. Luego, el mismo paisaje empieza a sugerir el tiempo” (esta idea pictórica la trasladará literariamente a ciertas novelas). El lector disfrutará por igual leyendo los textos que admirando sus dibujos. Pero habrá de saber que “mirar el paisaje como un cuadro es un error. Lo que hay que hacer es mirar el cuadro como un paisaje”. Pamuk ha emulado a los autores de diarios que más le gustaron (Tolstói, Virginia Woolf, Thoreau, Joseph Cornell). Tiene predilección especial por William Blake, el artista y poeta que, a su juicio, mejor supo pensar el texto sobre la imagen.

Si algo se palpa aquí es que la vida de un escritor no ha de resultar ni idílica ni envidiable

Pamuk es autor de doce novelas y de seis libros de no ficción. El paso del tiempo, agavillado en estos diarios, refleja muchas veces las cuitas (malestar, inseguridad, obsesiones) y la felicidad que le procuró escribir Una sensación extraña (2014) y Las noches de la peste (2021). El autor habla en voz alta. Comparte su intimidad. Así, cuando logra escribir bien, cuando pilla al vuelo una idea, cuando se empantana o cuando reescribe el comienzo de una novela y le causa malestar. Nadar le procura calma física y mental. A veces (y pese al peligro que ello podría ocasionar), Pamuk relee sus novelas escritas años atrás, como El libro negro (1999). A través de su personaje, Galip (trasunto del propio Pamuk), el autor comprueba complacido que logró convertir Estambul en texto y el texto en ciudad de forma natural. Lo mismo hará en casi todas sus novelas, donde su espacio más querido cobra forma y entidad, en el centro y por sus márgenes, como ocurre en las no muy citadas La casa del silencio (1982) y La vida nueva (1995), y, de igual modo, como se aprecia también en Me llamo Rojo (1998), Nieve (2002), El Museo de la Inocencia (2008), la ya referida Una sensación extraña (2014) y La mujer del pelo rojo (2016).

Durante años, la puesta en marcha del Museo de la Inocencia en Estambul (alumbrado a partir de la novela homónima), traerá mil y un quebraderos de cabeza al autor. Pamuk busca refugio en el silencio interior de sus novelas. Sólo quiere hallar abrigo en el mundo de detrás que no vemos, pero que está dentro del mundo (“No amamos los libros porque nos recuerdan el mundo, sino porque hacen que lo olvidemos”). La vida prosaica va por un lado. La imaginaria va por otro. En el entrecruce se halla otra elongación, donde el placer y la duda, la amargura y la felicidad. Si algo se palpa aquí es que la vida de un escritor no ha de resultar ni idílica ni envidiable.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

Los años pasan. Son muchos los viajes realizados (India y Pakistán, Europa, Estados Unidos, América del Sur). Discurren entre quehaceres, compromisos y vacaciones. En Goa (India), el autor ofrece pasajes dedicados a la lenta escritura de Una sensación tan extraña. Lo acompaña su anterior compañera, la escritora india Kiran Desai (recientemente casado, su actual esposa es Alsi Akyavas). Año por año, el orden de publicación de sus novelas no coincide con el ardor creativo que embarga al escritor, lo que le lleva a concebir nuevas novelas, como ocurre con La mujer del pelo rojo, mientras se halla inmerso aún en Las noches de la peste (la sitúa en la isla imaginaria de Minguer, tomada de las islas griegas de Creta y Kastellorizo). Se cruzan además esbozos de novelas aún no publicadas (en español al menos), como La historia del pintor o Los jugadores de cartas.

Es bien sabido que Pamuk mantiene una tensión permanente con respecto a la actualidad que acontece en Turquía. Los infundios y chismorreos que le llegan sobre su vida personal se mezclan en sus cuadernos con la triste situación política que rige el largo mandarinato de Erdogan. Justo este año se ha cumplido un siglo (1923-2023) de la creación de la moderna República de Turquía.

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