Betis - Sevilla | Ambiente

De lo dulce a lo acre, la emoción de lo agridulce

La clave del minuto 48: Fekir cae ante Acuña tras haber golpeado en el pómulo a Papu Gómez.

La clave del minuto 48: Fekir cae ante Acuña tras haber golpeado en el pómulo a Papu Gómez. / Antonio Pizarro

Vísperas de mucho, días de nada. ¿De nada? Hubo de todo en el derbi. Un derbi que llegaba inusualmente desigualado en este siglo. A la decimotercera jornada, el Betis le sacaba 13 puntos al Sevilla. Era como un guiño a las trece barras, que se veían más poderosas que nunca para que el beticismo soltase amarras y recitara, el coro bien afinado, varias revanchas en una. Era el derbi centésimo trigésimo octavo (138º) y las porras de los bares ya señalaban las antípodas en las que andan en estos momentos sevillistas y béticos. Había porras exclusivas sobre cuántos goles marcaría el Betis al Sevilla. Hubo de todo, aunque un empate sepa a nada.

Desde la mañana ya se palpa que llega un día grande, distinto, único en el mundo. Se juega un derbi en Sevilla. El termómetro de la emoción es más bien fotómetro: se pueden contar con los dedos de una mano las camisetas del Sevilla y las del Betis las hay a manojitos, que para algo juegan en casa. Un niño juega a la pelota en la Plaza de los Carros con su inmaculada camiseta blanca mientras en los bares de alrededor hay jóvenes exhibiendo la zamarra verdiblanca.

En la popular bodega Vizcaíno se reparten los colores entre el dueño y los camareros. El día se hacía largo con sol en todo lo alto. La emoción subía con el paso de las horas en busca de que la luna compareciera para testificar el gran evento. Los derbis a las nueve de la noche se hacen muchísimo de esperar. En Heliópolis y Nervión, donde se concentran las muchachadas futboleras, el reguero de cristales y botellas por los suelos son los perfectos notarios de la mala educación que se ha apoderado de una acomodaticia sociedad que lo quiere todo hecho. Hasta que le recojan su basura, por supuesto.

Lo que más hubo fue emoción. Podría decirse que lo que hubo fue un exceso de emoción. O unas emociones mal medidas. La pulsión visceral propia de todo derbi lleva acarreada en esta ocasión el exceso de confianza y petulancia del bético y el exceso de languidez y pusilanimidad del sevillista. Todo es exceso y el resultado son tres tarjetas rojas cuando la víspera da paso al hecho. Víspera de mucho, día de poco. O no, según se mire. Hacía mucho tiempo que no se veían tantas expulsiones en un derbi.

Tres expulsiones revisadas por el VAR en una concatenación de sensaciones previsibles, según el prisma de cada cual viendo las repeticiones: roja clara a Montiel, dice el bético. Más clara la roja a Fekir, replica el sevillista. ¿Qué hace Borja Iglesias? Con el micrófono de González González en la sala VOR echando humo, el delantero gallego le dio un pisotón en el tendón de Aquiles a Joan Jordán, pararrayos de las sornas verdiblancas desde el derbi del palo: a él le dedicaron en Gol Sur la enorme pancarta mosaico con el mensaje "Escape Room Benito Villamarín".

Sonó el esperado "¡A Segunda!" con que los verdiblancos querían zaherir a los blanquirrojos, sobre todo tras un par de faltas sevillistas en la primera parte. El Betis se empeñaba en fallar ocasiones. Rafa Mir estaba más certero contra su propio poste que frente al área contraria. Édgar ya avisa de que no va a dejar pasar ni una, ni cuando esté superado Claudio Bravo –qué partidazo del joven central– y sale como salvador cuando, ya en la segunda parte, el partido es un constante acoso y derribo de un Sevilla falto de ideas pero impulsado por más de 500 atrevidos hinchas de rojo que tuvieron el arrojo de aguantar el chaparrón de la caldera bética.

El beticismo responde al son del 1-0 y espoleado por el formidable momento del Betis, todo confianza, fútbol exudado por la piel, en pro de la previsible goleada. Pero llegan las expulsiones de Fekir y Borja Iglesias. ¿Qué hiciste, Borja? Suena fuerte el "Te quiero, Betis", justo cuando más lo necesita el equipo de Pellegrini.

Pero el Sevilla de Sampaoli quema sus naves después de que Bono salvase un par de ocasiones clarísimas, en la primera parte ante Borja Iglesias y en la segunda a Álex Moreno. El Benito Villamarín se tienta la ropa en cada centro, en cada ataque sevillista, espoleado por la hinchada roja, que se deja oír fuerte desde su rincón de Gol Norte. Nervión se cuela en Heliópolis pero, como en los béticos que se ilusionaron con la goleada tras la roja a Montiel y el inmediato autogol de Jesús Navas, la promesa de dulzura se queda en el acre de lo imposible. Del zurriagazo de Gudelj desde 29 metros a gol se pasa a una volea al travesaño y al paradón postrero de Claudio Bravo. Ni goleada ni remontada. Empate a pura emoción. Un auténtico derbi.

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