Copa del rey: sevilla - mallorca · la crónica

Bostezos y hasta chanza (1-2)

  • El Sevilla se empeña en caer en la vuelta ante el Mallorca. Los no habituales no se reivindicaron para solicitar un mayor protagonismo.

Tal y como era previsible después del 0-5 de la ida en Palma de Mallorca, el Sevilla disputará los cuartos de final de la Copa del Rey, pero el equipo de Míchel desperdició una nueva oportunidad para ir creciendo en confianza. Cierto que el partido de este miércoles carecía del más mínimo interés, un "marrón" llegó a calificarlo el siempre directo Joaquín Caparrós, pero sí podía servir la ocasión para que algunos futbolistas reclamasen más protagonismo dentro de este Sevilla tan alejado ya de sus mejores tiempos futbolísticos. Pero no, nada de nada, y una derrota más a contabilizar en el debe del ejercicio por mucho que la eliminatoria estuviera más que resuelta antes del pitido inicial del simulacro de ayer. 

Porque este Sevilla-Mallorca fue eso, un simulacro de partido por mucho que algunos de los profesionales sí deberían haber estado interesados en que no fuera así. A partir de ahí, de valorar el ínfimo nivel de muchos, sólo queda una reflexión posible, ¿la mayoría de los futbolistas que utilizó Míchel no se tomaron en serio el trámite o, por el contrario, carecen del mínimo nivel exigible para pelear por un puesto y por ello son condenados al ostracismo por el técnico una semana sí y otra también? 

Cada uno, por supuesto, tendrá su respuesta a esta pregunta. Pero está claro que viendo el juego, la intensidad y la capacidad de muchos, no de todos para que no existan generalizaciones injustas, de los que se vistieron ayer de blanco, la calidad de los entrenamientos se debe corresponder con los resultados que después cosecha el equipo sevillista durante su caminar liguero. Al profano, al que no tiene ningún motivo para ir a la ciudad deportiva todos los días, al que se limita a sacar sus conclusiones a través de los partidos oficiales, no le queda otro remedio que pensar que este Sevilla está donde está porque sus profesionales, en este caso los que se visten de corto sobre el césped, son incapaces de soportar un nivel alto de exigencia. Es evidente que los no presentes en la noche de ayer, los titulares en definitiva, pueden estar fuera de semejante apreciación, pero tampoco reciben mucha ayuda de sus compañeros para estar mejor preparados para la competición y eso puede explicar que los vaivenes sean tan pronunciados. 

Son divagaciones teóricas sacadas del análisis de un partido que sólo provocó bostezos, uno detrás de otro a quienes se atrevieron a acercarse al Ramón Sánchez-Pizjuán. Míchel, a la vista de los esfuerzos que se presumen para el mes de enero, optó por refrescar al equipo y sólo mantuvo a Kondogbia como único futbolista titular que ya tuviera el mismo rol el pasado sábado frente a Osasuna. Los otros diez eran nuevos, estaban suficientemente frescos por tanto, pero la verdad es que la intensidad les iba a durar apenas cuarenta y cinco minutos. Y hasta en eso se es generoso, pues la primera mitad tampoco fue excelsa. 

Dentro de ese primer acto sí iba a haber tiempo para creer que Perotti lucha por recuperar el nivel físico que le exige volver a estar capacitado para jugar en Primera; que Palop rara vez se distrae; que Coke al menos sí tiene voluntad; que Cala y Botía son aprovechables si están concentrados, porque después del intermedio... Así sucesivamente hasta centrarse de manera particular en un Kondogbia que sí apunta a que irá creciendo; a un Manu del Moral que llegó a provocar la chanza de la grada a pesar de haber anotado el primer gol cuando se cayó de una manera increíble con el balón en los pies; o a un Babá que se empeña en reiterar una y otra vez que la oportunidad del mercado del pasado invierno era una frase hecha más procedente de los despachos. 

Apuntes y más apuntes que se deberían haber multiplicado tras el intermedio, cuando Míchel introdujo a Stevanovic, tal vez el único aliciente junto al retorno de Alberto Moreno a la primera plantilla nervionense. Pero la desidia se multiplicó entonces por mil, el Mallorca, donde Caparrós sí introducía a los niños, remontó como quien no quiere la cosa y hasta pudo aumentar la distancia. Suerte que el colchón era mullido, muy mullido, porque muchos, de los que jugaron, se empeñaron en provocar los pitos y los malos humores.

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