Diez años del Mundial

El gol de Iniesta y la segunda vuelta al mundo

  • Como ocurrió cinco siglos antes, la expedición tuvo que pasar junto al cabo de Buena Esperanza y zafarse de la persecución de los portugueses

Iniesta empalma a la red el gol del Mundial, ante Van der Vaart y Stekelenburg.

Iniesta empalma a la red el gol del Mundial, ante Van der Vaart y Stekelenburg. / Michael Kooren / Reuters

En una información de la dichosa nueva normalidad, aparecieron las normas sobre distancia en una piscina municipal de Madrid que lleva el nombre de Vicente del Bosque. Eso reactivó la vivencia. Todos recordamos dónde vimos el partido. Yo estaba en un campo de fútbol. Pasábamos unos días de vacaciones en el Edificio Estadio de Ayamonte y el presidente de la comunidad dijo que si ganaba España abrirían la piscina para un baño nocturno. Cayetano, dueño del bar Estadio, invitó a una copa a los parroquianos para celebrar el triunfo. La piscina y los apartamentos se construyeron en el antiguo campo de fútbol de Ayamonte, del que sólo se conservaban las taquillas junto a la calle Severo Ochoa, Nobel de Medicina de 1959, que es lo más parecido a ganar un Mundial.

La derrota contra Suiza en el primer partido (16 de junio, Bloom’s day de 2010) convirtió los siete encuentros en siete finales. La sombra del empate de Honduras en el Mundial de España 82, el que ganaron Rossi y Pertini; la garra de los chilenos, sobre los que me documenté leyendo El fútbol a sol y sombra de Eduardo Galeano, que recordaba aquel Mundial de 1962 en el que Di Stéfano no jugó ni un minuto; el duelo con Portugal, que nos había eliminado en la Eurocopa que perdieron contra los griegos; los datos históricos sobre sus antiguos pobladores que el americanista Luis Navarro me dio horas antes del choque contra Paraguay; el muro de Berlín que volvía a caer con el gol de Puyol a Alemania en el aniversario de nuestra boda; y el frenesí de aquella prórroga. Holanda es la única selección que ha jugado y perdido tres finales de un Mundial. Lo único que ganó como selección fue la Eurocopa de Alemania 88, que yo llamo de Cortelazor por el pueblo de la sierra de Huelva donde la disfruté. Vencieron en la final a la Unión Soviética, que tendría un final parecido al del muro de Berlín. Iniesta tenía cuatro años recién cumplidos y Nelson Mandela todavía estaba en la cárcel.

Fuentealbilla y Johannesburgo tienen trece letras. Es el recorrido simbólico que hizo el balón en aquel minuto mágico. Topónimos tan largos como el de Stekelenburg, el portero holandés. España acababa de consumar la segunda vuelta al mundo de una expedición pasando por Sudáfrica. La primera tuvo lugar casi cinco siglos antes cuando la nao Victoria, ya sin Magallanes, superó el 18 de mayo de 1522 el cabo de las Tormentas o de Buena Esperanza. Atravesaron el Océano Índico desde las Molucas y el 9 de julio de ese año llegaron a la isla de Cabo Verde. En el Mundial de Sudáfrica, como en aquella singladura, también tuvieron que zafarse de la persecución de los portugueses, con un marinero llamado Cristiano Ronaldo que trabajaba para la corona lusitana pero rendía pleitesía al rey Florentino.

La expedición española se inició en realidad dos años antes, con la Eurocopa de 2008 que le ganamos a Alemania, y terminó dos años después, en la de 2012. Una con el Gobierno de Zapatero, otra con el de Rajoy. Luis Aragonés hizo de Magallanes; el papel de Elcano, el finalizador, fue Vicente del Bosque, aunque Salamanca no tenga las vistas marineras de Guetaria. Los niños que nacieron en esa década, que sus padres asocian con unos funestos hermanos, los Lehman Brothers, crecieron en una España sumida en la crisis económica y en los éxitos deportivos. La eterna zurrapa de nuestros siglos de Oro.

El 6 de septiembre de 1522 los hombres de Elcano llegaron con el título de campeones del mundo a Sanlúcar de Barrameda y dos días después al puerto de las Mulas de Sevilla. Tres de los campeones de 2010 nacieron en la provincia a la que arribaron los supervivientes: Marchena, de Las Cabezas de San Juan; Jesús Navas, de Los Palacios; Sergio Ramos, de Camas. El año que ganamos el Mundial obtuvo el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa y murió José Saramago, Nobel el año que lo ganó Francia en 1998; también falleció un futbolero de postín, Miguel Delibes, aunque los domingos de caza mandaba a su hijo al fútbol para que hiciera las crónicas del Valladolid.

El gol de Iniesta sale en el libro Con el agua al cuello, del griego Petros Márkaris, premio Pepe Carvalho de novela negra; en uno de los relatos del libro Dios es redondo, de Juan Villoro, que imagina el gol vivido por el padre de Iniesta paseando por las calles de Fuentealbilla, un paisaje de Albacete tan universal como los que José Luis Cuerda rodó en Amanece que no es poco. Daniel Sánchez Arévalo, cineasta y novelista, utilizó el partido de aquella final como armazón de su película La gran familia española. Todo por un gol anotado por un muchacho de la meseta curtido en el Mediterráneo de Serrat que nació el año 1984 de Orwell, cuando la pifia de Arconada en la final de los Campos Elíseos contra Francia.

Habían pasado sesenta años del gol de Zarra y ahora empieza a contar el tiempo para hacer del gol de Iniesta pieza de anticuario. Un gol que honró la memoria de Dani Jarque y convirtió a España por unas horas en esa gran familia que vivía una película de Frank Capra. Mandela había salido de la cárcel y hasta un año antes fue presidente de Sudáfrica. Nunca se ha prodigado como goleador el albaceteño, paisano del queso mecánico que llevó a Primera Benito Floro. Recuerdo un golazo que le marcó al Madrid en un 3-4. El mismo día que murió Adolfo Suárez. Menos mal que ese día mi hija Carmen aprendió a montar en bicicleta. Hija del Mundial de los Estados Unidos. Cuando España no pasaba de comparsa. En 2014 volvimos a la realidad, el rey Juan Carlos abdicó y perdimos con Holanda. El duque de Alba hizo la estatua en el quinto gol.

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