Liga Europa: valencia - sevilla

M'Bia sustituye a Palop (3-1)

  • El camerunés ocupa el sitio en el santoral del portero al conseguir un gol que perdurará en la historia del Sevilla. El milagro de Mestalla lleva a los blancos a otra final europea.

Stephane M'Bia sustituye a Andrés Palop en el santoral sevillista. Un gol del centrocampista camerunés cuando el cronómetro caminaba desbocado hacia el final condujo al Sevilla a su tercera final de la Liga Europa, la quinta europea si se suman las dos supercopas de Mónaco. Bastó con un saque de banda largo de Coke, una prolongación de Fazio dentro del área para que el gigante de ébano se encontrara con un remate franco muy cerca de Diego Alves. Mestalla enmudeció de golpe, se acabaron todos los cánticos y la fiesta se trasladó hasta la zona de los cinco mil sevillistas. Sí, habrá quien apelara de nuevo a la taumaturgia, pero esto es el fútbol y el día 14 de mayo quien estará en Turín para enfrentarse al Benfica será el Sevilla, el Sevilla Fútbol Club, el equipo que representa la fe futbolística radicada en Nervión.

Fue un milagro, otro más, protagonizado por este club en el venturoso siglo XXI que le está tocando vivir. E incluso se ajustó fielmente a los presagios de su presidente y de todos sus integrantes. José Castro ya aventuraba en el aeropuerto de San Pablo que estaba tan seguro de un sufrimiento supremo como de la clasificación de su equipo. Lo que cabe suponer es que en su guión no figuraría tanto sufrimiento. En el caso contrario se tendría a un fiel sustituto de Alfred Hitchcock a la hora de elaborar relatos cinematográficos.

Porque el Sevilla estuvo contra las cuerdas desde el minuto 14 del partido hasta el 94, entre otras cosas porque el equipo de Unai Emery sólo se pareció al que tanto ha enamorado a los suyos durante el presente curso en las equipaciones, sólo en eso. El resto era un grupo de futbolistas timoratos, incapaces de reaccionar ante el castigo, espectadores privilegiados de un Valencia que, lógicamente, había saltado al campo con toda la cuerda dada. No le cabía otra, pues tenía que remontar los dos tantos encajados en Nervión, pero lo que no tenía explicación era la actitud del conjunto sevillista.

Emery había apostado por Reyes y Vitolo en las bandas y ninguno de los dos iba a ser capaz de sumar ni en defensa, en la ayuda a los laterales, ni tampoco en ataque, donde no se quedaban con ningún balón. Era el primer déficit futbolístico, pero más importante que ése sería la incapacidad para taponar la sangría que provocaban las incorporaciones de Feghouli a la zona central.

El argelino se metía hacia dentro y eso conducía al Valencia a tener un peón más por allí. Una y otra vez sin que Unai Emery fuera capaz de recolocar a sus piezas para impedirlo. ¿Haber retrasado al delantero Rakitic hasta una zona más cercana a M'Bia y Carriço?, ¿por qué no? Otra opción hubiera sido que Reyes se despreocupara algo de Joao Pereira y que también ayudara en zonas más interiores, pero ni una cosa ni la otra.

El Sevilla se desangraba por esa banda y también por el otro costado. Y fue castigado por ello con crueldad. Feghouli entró por la derecha para firmar el uno a cero y un centro de Piatti por la izquierda, completamente en solitario, era cabeceado por Jonas para hacer el segundo. Ni media hora de partido y la eliminatoria volvía a estar igualada de manera increíble. Bueno, increíble para quien no estuviera viendo el paupérrimo juego del Sevilla.

Antes del intermedio iba a tener Reyes la oportunidad de encauzar todo aquello, pero el utrerano falló con todo a su favor en un remate franco. Al descanso se llegaba a la espera de que Emery fuera capaz de encauzar aquello y su primera opción, ya con el juego reanudado, fue cambiar pieza por pieza, Gameiro por Bacca y Reyes continúa dentro.

El sufrimiento de José Castro se iba a multiplicar cuando en un córner más que dudoso Mathieu se encontraba con un balón suelto para poner el 3-0 y casi apuntillar al Sevilla. Eso parecía cuando se iniciaba el carrusel de cambios y de pérdidas de tiempo, lógicas por supuesto, del Valencia. Diego Alves, Vargas... Todos daban un curso de marrullerías y los recogepelotas desaparecían de manera colectiva. Como en cualquier campo, como en el Sánchez-Pizjuán, es verdad, pero se trata de este relato, no de aquél o de otros.

El Sevilla parecía incapaz de reaccionar hasta que entró Marko Marin y, al menos, trató de echar algo el balón abajo, de jugar, de buscarle las cosquillas al Valencia. Pero tampoco parecía suficiente, como no lo era igualmente el hecho de que Fazio ya fuera delantero centro al estilo de Alexanko con Cruyff.

El Sevilla se despeñaba hacia el abismo mientras Mestalla rugía de manera colectiva con un rotundo "sí, sí, sí, nos vamos a Turín". Pero el fútbol, además de deporte, es un juego, se desarrolla con una pelotita y ésta es caprichosa. Mucho, además. Un fuera de banda, un simple fuera de banda, Coke saca, Fazio, no Alexanko, prolonga y M'Bia, no Bakero, remata muy cerca de Diego Alves. Explotó todo el sevillismo e hizo un ruido mucho mayor que todas las fallas juntas. El camerunés emulaba al Palop de Donetsk y sí, el Sevilla estará en la final de la Liga Europa, la tercera de su historia, algo que está al alcance de muy pocos clubes. Taumaturgia, milagro, llámenlo como quieran, pero 3-1, finalista el Sevilla, el Sevilla Fútbol Club.

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