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Pierde hasta el estilo (1-0)

Espanyol- Real Betis · La crónica

Mel apostó por un equipo menos ofensivo y valiente que acabó por derrumbarse tras el gol de Pandiani. La entrada de Tosic por Santa Cruz, inútil para un equipo que no sabe jugar al 0-0.

Foto: efe
Javier Mérida, Enviado Especial

Barcelona, 27 de octubre 2011 - 22:32

Habría que averiguar el porqué del Betis que nos encontramos ayer en Cornellà. No se parece en nada al de antes y, además, pierde igual, al punto de que la derrota cosechada ayer fue la quinta de una serie que no tiene visos de finalizar aquí y que amenaza con llevarse todo por delante.

Este Betis no se parece al de San Mamés en nada. Cierto que el equipo, menoscabado de fútbol y de moral por tanto partido perdido, da la impresión de estar para sopitas y buen vino, pero lo preocupante es que, desde el nuevo dibujo o, más bien, desde la nueva idea de juego se le ve acobardado. Por primera vez en mucho tiempo, el conjunto de Pepe Mel no murió matando y se reveló siempre como un once apocado, aseadito y poco más, que sólo mordió en dos fases aisladas en las que sus centrocampistas, los mejores del partido, achucharon y picaron un tanto hacia la meta de Cristian Álvarez, quien supo tapiarla bien ante los disparos lejanos de los atacantes béticos.

Quizá ni el propio Mel pudiese pensar que esas cuatro derrotas consecutivas les iban a pesar tanto a sus futbolistas a la hora de iniciar cualquier acción. Los reajustes del técnico, principalmente el trío de centrocampistas que sustentaron Iriney y Cañas para que Beñat se soltase algo más y se adentrase hasta el mismísimo balcón del área, iban en gran medida encaminados a frenar las acometidas de un Espanyol que suele utilizar muy bien los carriles interiores. Amén de la zurda prodigiosa de Javi Márquez, de Forlín y de Romaric, al que con dos cilindros le da para jugar, pululan siempre por la zona Verdú, que abandona su posición de falso extremo izquierdo, y hasta Sergio García, quien igualmente huye de la cal por el otro lado.

Pero el Betis se encontró al principio con mínimos problemas en el corazón del campo. Su ordenada presión, con las líneas más juntas, ya que se inició unos metros más atrás pero la zaga los ganó con excesivo atrevimiento, cortocircuitó a un Espanyol que trató de vivir de algún que otro balón en largo o cruzado sobre Álvaro Vázquez, quien a veces se encontró con alguna indecisión del debutante Ustaritz.

A la hora de jugar, el Betis se adobó de paciencia. Temeroso, por mor de esas cuatro derrotas, aunque tampoco muy inseguro, se desdobló con pocos efectivos pero siempre asegurando la posesión del balón con un Beñat muy práctico y vertical y un Cañas que amén de apagar fuegos siempre se ofreció. Despacito, con muy buena letra, pero por momentos decidido. Y, sobre todo, sabiendo aprovechar los momentos, como los estertores de la primera mitad, en la que acumuló hasta tres ocasiones en disparos de Beñat, Cañas y Santa Cruz, repelidos por Cristian Álvarez, el último con Rubén Castro en mejor posición de remate que el paraguayo, quien se cegó.

Con todo, siempre pareció muy poco lo que el Betis ofreció en ataque y, atrás, ya se sabe. Juegue quien juegue, a Casto le crean tres o cuatro ocasiones claras por partido. Ya sean por aciertos de los rivales o por errores de una zaga que no acaba de ajustarse y en la que ayer incluso debutaron dos futbolistas. Porque a Ustaritz se le unió a poco de iniciada la segunda mitad Tosic, a quien Mel introdujo en el campo en sustitución de un Santa Cruz que no las olía y con el que pareció enviar un mensaje de que el empate era un buen resultado para romper la dinámica negativa.

No le falta razón al técnico, pero también pudo caer en la cuenta de que quedaba un mundo y su equipo es incapaz de jugar al 0-0. Que el Betis acabe hoy un partido sin encajar un solo gol es un milagro y más ahora que está atiborrado de nervios y que a la más mínima se descompone, como ocurrió cuando el 4-1-4-1 se vino abajo con el gol de Pandiani en el único centro de Dídac cuando más vigilado debía estar con las bandas béticas dobladas. Claro que el remate del uruguayo no pudo ser más cómodo entre Ustaritz y Dorado, quien había sustituido a un Mario casi siempre renqueante.

Pero, claro, si en defensa el Betis sí se pareció al Betis, con el balón fue muy distinto. Se mostró aseado, sí, pero rara vez lo jugó con prontitud. Además, lo tuvo poco y lo administró con imprecisión. En la segunda mitad, apenas inquietó a la meta rival y eso que tras el gol tuvo más de un cuarto de hora y ya con Jonathan Pereira deshaciendo el cambio de Santa Cruz...

Pero la derrota es inexcusable. Cierto que pudo empatar y que no fue excesivamente inferior al Espanyol, pero la sensación de seguridad de los periquitos en todo lo que hacen no tiene correspondencia en verdiblanco. El Betis es hoy un equipo acobardado, herido y que puede volverse loco si no recupera cuanto antes el estilo que lo llevó a ser alguien. Y eso se antoja difícil ahora mismo.

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