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El Sevilla se consume en el fuego (3-2)

  • El hambre y la rivalidad del Málaga sobre el vecino, esta vez no correspondida, obran la derrota del equipo de Emery Bacca y Fazio remontaron el gol de Duda, pero los rojos no sofocaron el embate final de los locales.

Consumido, hecho cenizas acabó en el fuego de La Rosaleda el Sevilla, que encadena cuatro jornadas ya sin ganar en esta Liga, con sólo dos puntos de los últimos doce y la evidencia de que hoy, no está para competir con el Athletic o la Real Sociedad por esa soñada cuarta plaza y, además, ve cómo el Valencia se le acerca por detrás.

Con las piezas mal ubicadas, con demasiada sangre fría en la hierba y sin el ímpetu necesario para sofocar a los once fundamentalistas que alineó el fundamentalista de Schuster, el equipo de Emery, que recompuso la figura después de un lamentable primer tiempo y llegó a disfrutar de un 1-2 a la hora larga de partido, se dejó arrollar en el desesperado embate final de los costasoleños, justos vencedores.

Hoy, que todos los medios glosan la figura del irrepetible Luis Aragonés, me viene a la memoria aquella plantilla del Sevilla que adiestró el madrileño desde 1993 a 1995. Era un Sevilla con sus limitaciones técnicas al que Bilardo -"los de colorado son los nuestros..."- ya había retorcido el colmillo justo antes de la llegada del Zapatones. Un Sevilla con Diego, Prieto, Martagón, Jiménez, Rafa Paz, Simeone, Marcos, Monchu... al que le iba la marcha. Que se crecía bajo la hostilidad extrema. Ahí daba más la cara. No se arrugaba. Podía ganar, empatar o perder por puro fútbol. Pero sólo por eso.

El Sevilla de Emery fue ayer todo lo contrario. En la primera parte se dejó ganar la batalla en el centro del campo por el error de Emery en el planteamiento y en la elección de algunos nombres para el mismo. Luego rectificó el de Fuenterrabía con la entrada de Gameiro por Reyes: ganó un jugador que jugaba sin la pelota. Pero el ardor malaguista, cuando Schuster quemó sus naves, terminó de quemar a un Sevilla desbordado en la batalla. Lo vio Martagón desde la banda, trajeado y con el brazalete de delegado.

No fue lógico el dibujo táctico que desplegó el Sevilla en La Rosaleda. Un 5-2-2-1 que entregó el centro del campo a un Málaga que salió con ropajes de derbi. Puede que el entrenador vasco, en el partido ideal que coció en su mente, ideó un 3-4-2-1, con los laterales a la altura del centro del campo, los tres zagueros lejos de Beto y Rakitic engarzando juego con Reyes, Vitolo y Bacca mientras Iborra mantenía la posición más atrás. Ese estado ideal de las cosas que anida siempre en los entrenadores antes de que el árbitro ordene que el balón ruede.

Pero luego, llega la realidad. Que a veces es cruda. Schuster, al otro lado del tablero, acumuló peones en la sala de máquinas, los azuzó con un adecuado trabajo psicológico, por si hiciera falta en la tropa malaguista cuando asoma el enemigo entre los enemigos, y el curso del partido fue por los derroteros inevitables.

A saber: Camacho y Tissone sacaron la guadaña en cuanto pudieron, calibraron dónde iba a poner el listón el colegiado González González y, como sus primeras acciones ciertamente viriles y que pudieron ser objeto de amonestación no lo fueron, se hicieron los dueños de la fiesta. Por delante de esos dos zapadores, Duda jugaba con esa excitación especial que siempre juega cuando enfrente está el Sevilla, como Eliseu, y el recién incorporado Amrabat se acoplaba en el engranaje con dinamismo y criterio. El holandés fue un incordio toda la noche por su movilidad y su calidad en el pase. Lo dicho, cinco peones para la medular, más el apoyo por fuera de Jesús Gámez y Antunes.

Esa intensidad sostenida por los costasoleños, que fueron como guepardos a cada pelota dividida, incluso a cada pelota en desventaja, fue decantando el pulso a su favor con el paso de los minutos.

Y eso que el Sevilla fue el primero en avisar. Rakitic, quién si no, habilitó a Reyes, que se plantó junto al palo izquierdo de Willy, quien atajó su blando zurdazo cruzado. Era el minuto 14. Nunca más apareció el Sevilla hasta el descanso.

El Málaga, mientras, fue echándole leña a su fuego. Fue centrando sus acometidas sobre el costado de Coke y Reyes. Allá que se fue Duda. Coke rozó el penalti en el 27. Y cuatro minutos después reincidió ya en el área. Duda marcó bajo el aturdimiento de los rojos, muy mal dispuestos sobre la hierba: Coke y Alberto Moreno se anclaron muy atrás y Rakitic e Iborra quedaron sin respuesta en la medular. Si querían que Reyes y Vitolo les echaran una mano en el trabajo sucio, aviados estaban.

Emery movió fichas en el descanso. Quitó a Coke por Figueiras, que amagó al principio y luego emuló a su antecesor. Y el relevo de Reyes, Gameiro, ganó balones y dio trabajo a la zaga local. Equilibró la pelea colectiva. Rakitic e Iborra aparecieron ante un Málaga que empezaba a pagar su esfuerzo. Aparecieron líneas de pase e Iborra puso de gol a Bacca con un pase interior que el colombiano no desaprovechó. El Málaga acusó el golpe, el Sevilla empezó a trenzar juego al son de Rakitic y el croata volvió a encontrar a Fazio a balón parado. En dos chispazos, 1-2. Pero Schuster guardaba más leña: Samuel y Pablo Pérez. El primero aprovechó un fallo en cadena para empatar de empalme a la escuadra, y el segundo sirvió a Duda un buen pase que Alberto Moreno, al intentar despejar con la izquierda en lugar de la derecha, convirtió en letal. El 3-2 convirtió La Rosaleda en una fabulosa hoguera. En ella se consumió un Sevilla descolocado y sin sangre.

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