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¡Vaya regate de Fredy!

  • Kanoute da otra lección de grandeza en su despedida al sorprender a los aficionados que acudieron al campo con la escopeta cargada haciéndolos llorar de emoción.

Noche triste y noche grande para el sevillismo. Agridulce, extraña, pero grande... sobre todo gracias a Frederic Kanoute, el mejor futbolista jamás visto con la camiseta del Sevilla y su escudo en el pecho. Lo es. No hay duda. Y con permiso de Juan Arza, que ya es decir. Kanoute se despidió haciendo las dos cosas que mejor sabe hacer en la vida: marcar goles y dar las gracias. Grande. A manos llenas, el franco-malí regala felicidad, otra de sus especialiadades, y ayer hizo felices a miles de sevillistas en el día que más difícil era, pues las opciones de clasificación europea, el objetivo marcado, se diluyen y se quedan en nada matemáticamente.

Los noventa minutos y los que le sucedieron en Nervion dieron para mucho y se oyó y se vio de todo, pero cualquier cosa quedó eclipsada cuando, en el minuto 81, el gigantón nacido en Lyon pero con el alma y el corazón en Bamako fusiló la portería de Gol Sur en un tanto que puede queda grabado con letras de oro en la historia de Nervión. 136 goles.

A Fredy, ese hombretón tranquilo y sereno, se le saltaron las lágrimas cuando tuvo que decir "gracias". Lo hizo en su pecho, con una leyenda en su camiseta sobre el mismo corazón con el que mostró su apoyo a Palestina o a cualquier causa en que viera injusticia. "¡Nosotros te queremos, Fredy quédate; nosotros te queremos, Fredy, quédate, laralalá laralalalalá... ¡¡¡Fredy, quédate!!!". Ese grito, desgarrador, unánime y cerrado enterró cualquier cántico lanzado anteriormente por parte de la grada -nunca toda- con mensajes alusivos al precio de los carnés o a las preferencias de un entrenador para la próxima temporada.

Ver a Kanoute abrazarse a sus compañeros o andar pausadamente hacia Gol Norte, luego hacia Gol Sur, y volar por los aires mientras era manteado por la plantilla no merecía ensuciarse, por ejemplo, con los pitos que la afición le dedicó a algunos de sus jugadores antes incluso de saltar al campo, cuando el speaker anunciaba por megafonía la alineación del Sevilla.

Porque anoche se acercaron al Ramón Sánchez-Pizjuán dos tipos de aficionados sevillistas, dos formas de acudir a ver un partido de fútbol. Ir con la escopeta cargada o ir a ofrecer el último aliento al equipo para agotar cualquier opción de poder salvar la temporada entrando, aunque fuera de carambola, en Europa. O ir con el agradecimiento en las manos y la nostalgia de poder ver la figura de Kanoute por última vez sobre el césped de Nervión en un partido oficial. Habría otros que, simplemente, fueron. Que no había que ubicarlos en ningún grupo, quizá hastiados, aburridos, pero siempre fieles. Con menos ganas de animar que otras veces, pero ahí. Y al final todos se encontraron, éstos y aquéllos, los que llegaron con la escopeta cargada y los que no, llorando por la despedida sincera de un hombre grande, con una humanidad tan inmensa como su fútbol.

Después de lo que vivió ayer el coliseo sevillista, un ambiente parecido a la celebración de algunos de los seis títulos que Kanoute ha ganado aquí, de poco valían pancartas hablando de "limpieza" en el club, ni alusiones al palco, ni acordarse de Caparrós, ni pitarle a Reyes, a Manu, a Coke, ni pitarle a Rakitic (el futbolista que tuvo el honor de ceder su sitio en el campo no podía menos que vestirse de frac y hacer por una vez un partido bueno esta temporada), ni hablar de "mercenarios"... Todo eso no es nada al lado de Frederic Kanoute.

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