Pataleo tras pataleo, el soniquete de una liga de circo
La reacción del Real Madrid tras la expulsión a Huijsen incrementa el sonrojo del torneo
NINGUNA de las grandes ligas europeas cae en la carrera por el autodesprestigio como la española con el tema arbitral, que flagela año a año a una competición que jornada sí y jornada también protagoniza una actuación circense en la que todos salen a la pista. Decisiones inverosímiles y correcciones del VAR aún más rocambolescas demuestran en cada partido que no hay un criterio fijo cuando la tibieza rodea a una jugada y que una nefasta política de información también es el tiro en el pie que se pega el estamento arbitral, que ahora cree solucionarlo todo llamando a los susodichos por el nombre de pila y borrando sus segundos apellidos.
Y luego están los pataleos, infantil reacción de impotencia que todos practican pero que sólo le funciona al Real Madrid. Un dossier a la UEFA comparando los errores que favorecen al Barcelona con los que les perjudica es la última demostración de que la propia dignidad se puede arrastrar hasta en los partidos que se ganan. Y precisamente es la reacción a una decisión que está explicada desde hace años en las normas que cada inicio de temporada –o sea, que está fresca– los especialistas arbitrales de cada club recuerdan a plantillas de jugadores y miembros de cuerpos técnicos. Parar a un rival usando las manos –como hizo Huijsen con Oyarzabal– fuera del área es roja directa. Si hubiera sido una zancadilla se podría discutir. Dentro del área se considera que el penalti ya es suficiente castigo.
Unos lo verán justo y otro no, para unos será más ecuánime que para otros, pero es lo que los árbitros tienen la consigna de decidir. Algo así como aplicar la Constitución.
Insisto en que en ninguna liga el arbitraje levanta tanto revuelo. Igual es la cultura española. En otros países, si los árbitros se equivovan (que se equivocan poco), el perjudicado cabecea, protesta y rápidamente asume lo que marca la autoridad. En España depende de a quién ose molestar. Y si es a quien todos sabemos, domicilio y colegio de los hijos se vuelven públicos de repente.
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