Los cobradores que perdimos

El Fiscal

Al término del funeral se oyó uno de los pésames más hermosos y que más significado encerraba: "Soy el cobrador, yo iba siempre al despacho de su padre y después a su casa, donde me enteré que ya estaba enfermo"

El gran cartel de la Amargura

¡Tanta belleza en una sola frase!

Los cobradores que perdimos.
Los cobradores que perdimos. / D. S.

Hay muchas cofradías sumidas en unas agendas de actos y cultos cargadas hasta el exceso. Cuando no se trata de los propios, la cosa consiste en participar en los de otras. Por contra cada vez hay más canales para fomentar una relación fría con los hermanos. El portal del hermano en la web, los cultos por streaming, la expedición de papeletas on line y, por supuesto, la domiciliación bancaria. El otro día se celebró una de esas misas que la corporación dedica en sufragio del alma del hermano fallecido. En altar mayor, con toda la solemnidad requerida, con los familiares en la primera fila y los representantes de la junta de gobierno en el banco. No hay otra banco que el de la junta de gobierno cuando solo se dice el banco. Tal vez el hermano no fuera muy conocido al no ser una cara frecuente de la vida cotidiana en la cofradía, quizás ni saliera de nazareno. Pero quiso ser hermano y morir como hermano. Con eso bastaba. Dios y él sabrían las razones de su inscripción y de su inquebrantable fidelidad a la institución. ¡Cuántos hermanos que no aparecen nunca por la hermandad circunscriben su relación al sagrado titular como el cardenal in pectore que ha sido nombrado por el Papa! El secreto de su púrpura es mantenido por el Santo Padre y el designado. Nadie lo conoce en el mundo.

Se celebró la misa, hermosa como corresponde a los momentos en que la herida de la ausencia comienza a cicatrizar. Los familiares recibieron muestras de condolencias al término de la ceremonia religiosa. Y entre ellas una que llamó la atención por la especial intensidad del protagonista y del mensaje. "Soy el cobrador. Vengo a todas las misas de los hermanos difuntos. A su padre iba a cobrarle a su despacho profesional y ya después a su casa. En febrero me enteré de que estaba en cama por una enfermedad. Ya no hablamos nunca más de cómo iban las cosas y de cómo pasaba el tiempo. Mi más sentido pésame". No hay portal, ni streaming, ni Inteligencia Artificial que supere cuánta verdad encierra ese mensaje. El cobrador fue el vínculo con la cofradía, quien ponía al día al hermano de las novedades, de la compra de la casa de hermandad, del nuevo hermano mayor, de la tensión en las elecciones, del gozo de la coronación canónica, de alguna dimisión repentina, del fallecimiento del número uno... Fue tal vez quien dio conversación al hermano durante unos entrañables minutos mientras recortaba con esmero los recibos de cartón para separarlos de la matriz donde figuraba el título completo de la corporación y el nombre a bolígrafo del hermano con su número de antigüedad. Las hermandades se ahorran el coste del cobrador con la domiciliación de los recibos en la entidad financiera, pero se pierde la calidez del contacto personal. La función del cobrador ha ido tantas veces más allá que la de mero recaudador. Ha sido paciente con las ausencias del domicilio, se ha adaptado a los horarios de cada familia, ha sido discreto en tiempos de penurias económicas ("¿Le importa a usted volver en dos meses?"), ha soportado en ocasiones alguna queja por las cuotas extraordinarias o porque no llega el boletín a tiempo... El cobrador ha sido parte del alma de la cofradía, un embajador improvisado de la hermandad llevada a la misma sala de entrada del domicilio. Y el día de funeral, el cobrador estaba allí. Para darle su particular golpe de hisopo a la hermosa relación de dos sevillanos unidos por una cofradía en el hogar donde todo empieza y acaba. Cuántos buenos cofrades de Sevilla se marchan de este mundo con los deberes hechos. Y las cuotas pagadas.

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