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El historiador peruano Jorge Bernales recién llegado a Sevilla y guiado por mis padres ante la Virgen niña del Arenal una mañana de Miércoles Santo. Bernales da hoy nombre al premio de investigación del Consejo de Cofradías. Las misas de los domingos con sillas de enea, Otto Moeckel ayudando al sacerdote, el cura don Silvano que espera que alguien le llame un taxi y Serrano, el capiller, con la sonrisa esculpida en su rostro de hombre afable. El arquitecto Antonio Degado Roig que nos regala los planos con el diseño de la fachada de la capilla. El cardenal Velasco, arzobispo de Caracas, con la sotana púrpura que llega y se interesa por la devoción castellana de la Piedad tan arraigada en el corazón de Sevilla. Los pasos montados después de Semana Santa hasta que se celebra la última corrida del ciclo continuado de festejos. Las crónicas periodísticas que alaban la Piedad con lirios y las cornetas de la Banda del Sol. El niño Pedro Dormido Jiménez alza el cirial. Antonio Pardo que nos avisa del buen ambiente del almuerzo de hermandad. Y ya no lo vimos más. La última charla, cómo no, fue sobre el Baratillo. El conde de Luna, teniente de hermano mayor de la Real Maestranza, con la medalla de la cofradía para una foto periodística. La Piedad en el Santo Entierro Grande retransmitido por TVE con la voz de Garrido Bustamante, el saber estar de Vicente Ramos, un señor tan elegante como bueno en el sentido machadiano, el lluvioso Miércoles Santo de 2005 con la puerta entreabierta que dejaba admirar un espléndido exorno floral, el tintineo de las llaves de Rogelio Gómez Trifón que se ha pasado por la capilla antes de llegar a casa, Ángel Gallardo y Jesús Eguino de charla en la puerta de la capilla, Eduardo de Andrés con una vara para acompañar al Santísimo en la procesión de la Sacramental del Sagrario y José Ignacio Jiménez Esquivias, un señor como pocos han conocido las cofradías, henchido de gloria al recibir el cuadro de los 50 años. "Me pone Tío Pepe, pero en tragos cortos... y frecuentes". El olor del incienso de los días de culto que se alza hasta la cúpula y se queda horas y horas en las alturas para que no falte el olor a Baratillo. El prioste Javier Traverso soñando palios en el aire. Las cajoneras de la sacristía, el zumbido de los ventiladores en verano, las vitrinas que exhiben bordados, el llamador con el capote y los ángeles, las saetas del Sacri, el licor en la planta alta de la casa de hermandad tras la misa del Gallo, la afabilidad de los Requena, el comentario preciso de Víctor García-Rayo para hacernos vibrar, la tertulia de Los Pirañas, los esterones de la balconada que tamizan la luz, el testimonio único de Angelita Yruela, la explicación del origen la túnica de los nazarenos en el relato de don Otto, la oratoria de Amparo Castilla, las cucharillas que se golpean con el vidrio de las copas para anunciar el turno de palabra del hermano mayor en el almuerzo de hermandad, el pregón de Ignacio Pérez, el precioso óleo de la Piedad del pintor Daniel Puch Rodríguez-Caso, las estampas de Miguel Ángel Osuna, las misas con los toreros al final de la temporada, el cardenal Amigo con la familia Moeckel en la planta alta del Palacio en esas horas que quedarán para siempre en el altillo de la memoria más feliz en los días en que ay, nadie nos faltaba; el carretero Pepe Andreu con la túnica romántica y la vara de hermano mayor en la presidencia de la cofradía un Miércoles Santo, los noviembres de difuntos con dalmáticas enlutadas, el Domingo de Pasión que por fin oímos a Julio Cuesta tras el tiempo de pandemia, la nana con la que arranca la marcha de Paco Lola que es la banda sonora de la cofradía, el betún de los zapatos de algunos nazarenos que se funde con el albero de la plaza, la fidelidad baratillera de la familia Goyguro, la alegría de la cuadrilla de la Caridad por la Avenida, las tertulias que apuran el mediodía del Miércoles Santo en el Punto, el Taquilla o en casa de Ventura, los tuits de profundo amor baratillero de Antonio Sánchez Carrasco, el oro de la nueva diadema que procede de tanta gente buena y tan diversa para una Virgen que es tan niña en la porcelana de su piel como joven en su hechura, el gozo de los Delgado al labrarla como orfebres de la fe y la sonrisa del arzobispo Saiz en el taller de la calle Goles, los recibos de gratitud rellenados por Joaquín Moeckel para dejar constancia de cada donante, José Luis Cantalapiedra que siempre nos ilustra con las historias del ayer que tantas veces explican el hoy, Marcelino Serrano de hermano mayor junto al rey de España en los actos del Día de las Fuerzas Armadas, monseñor Asenjo imponiendo la medalla de oro a Joaquín en la solemne función celebrada en la Caridad y la enorme sonrisa de un señor, Luis Fernando Rodríguez, al que ha correspondido presidir la cofradía en los días que siempre quedarán señalados en azul... baratillero. La Piedad ya está coronada por el oro de los sevillanos y por la devoción de miles de devotos que dejaron en su rostro sus oraciones, plegarias, confesiones y alegrías. Llegó al Arenal en 1945. El Arco del Postigo fue la primera diadema hecha a su medida.
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