Miguel Ángel Cano | Catedrático de Derecho Penal

“Buena parte de los universitarios desconoce a Miguel Ángel Blanco”

Miguel Ángel Cano, en el Instituto de Criminología de Granada.

Miguel Ángel Cano, en el Instituto de Criminología de Granada. / Antonio L. Juárez

Miguel Ángel Cano, catedrático de Derecho Penal y Criminología por la Universidad de Granada, Coordinador del Grado en Criminología y Director de la Revista Electrónica de Criminología, acaba de publicar su último libro, El Síndrome del Norte. La otra lucha contra ETA (Editorial Bosch). Se ha recorrido cientos y cientos de kilómetros para entrevistar a 25 agentes de la Guardia Civil y de la Policía Nacional y familiares, y alumbrar esa negrísima memoria de lo que sucedió en la sangrienta rutina que padecieron cuando fueron destinados al País Vasco y Navarra para servir durante aquellos años de plomo.

–En El Síndrome del Norte habla de “hacer viva una memoria colectiva y reconocimiento público” a esos agentes destinados en el País Vasco y Navarra.

–Es descorazonador observar cómo buena parte del alumnado que llega a la Universidad, con edades entre los 18 y los 20 años, apenas conoce la existencia de una organización terrorista como ETA, que ocasionó más de 800 víctimas mortales, ni acontecimientos ligados directamente a la actividad terrorista como el atentado de Hipercor o el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Parece que, en los planes de estudio en la enseñanza secundaria, la historia de ETA no se trata.

–El atentado de Hipercor en 1987 le cogió cerca, en un instituto. ¿Qué recuerda?

–Fue tremendo. Yo cursaba entonces 3º de BUP y estaba realizando un examen de historia. Aunque me encontraba a varios km. del atentado, la explosión se pudo escuchar en buena parte de la ciudad de Barcelona y el área metropolitana.

–Un agente relata en la obra que un niño de unos 10 años se apostaba en un monolito y apuntaba los días y las horas que pasaba la patrulla.

–Este agente era miembro del GAR (Grupos Antiterroristas Rurales), un cuerpo de élite de la Guardia Civil que se creó con el objetivo prioritario de combatir a ETA. Cuando pasaban por una localidad pequeña, a las afueras de la misma siempre había un niño pequeño, de unos diez años, sentado en una especie de monolito, el cual parecía apuntar algo en un papel cuando pasaba el Nissan Patrol de la Guardia Civil. Con estupor pudieron comprobar que el chaval estaba apuntado los días de paso de la patrulla y el horario en el que pasaban. Y todo ello utilizando la palabra txakurra (“perro” en euskara).

–Las casas-cuartel eran guetos, como los judíos en Varsovia con los nazis.

–Completamente cierto. Era dantesco. Las paredes del acuartelamiento estaban cubiertas con una placa de metal para evitar atentados. Lo de hablar con vecinos era algo imposible, debido a la animadversión que las “fuerzas de ocupación” despertaban en buena parte de la población vasca.

–Todo era opresivo. Había curas afines al nacionalismo que se negaban a oficiar las misas de difunto en castellano y las concluían en apenas 7 u 8 minutos.

–O que incluso se negaban a que el féretro entrara en la iglesia cubierto con la bandera de España. Hay que recordar que no pocos párrocos y sacerdotes vascos fueron en su día condenados por terrorismo, por llevar a cabo acciones execrables como, por ejemplo, esconder en la iglesia a un comando de ETA que acababa de cometer un atentado terrorista con víctimas mortales. El clero vasco, si no lo ha hecho ya, debería pedir perdón por ese silencio y/o complicidad ante la barbarie.

–El libro está trufado de datos escalofriantes. Uno de tantos: entre 1982 y 2010, se suicidaron 40 agentes de la Guardia Civil en el País Vasco y Navarra.

–Y esos son los casos conocidos. Había un manto de silencio en torno a esta problemática. De hecho, y esta es una de las cuestiones que está ligada al denominado Síndrome del Norte, no pocos guardias civiles me han comentado casos de antiguos agentes, ya jubilados o bien habiendo abandonado la Benemérita tras años de servicio en el País Vasco, que han acabado con su vida, debido sobre todo a las secuelas psicológicas que les produjo su estancia en el Norte.

–Una viuda le había dicho a su marido que dejara la Guardia civil, que ella se ponía a trabajar. Él le contestó que lo enterraran en su pueblo llegado el caso. Lo mataron en 1982.

–Este fue un relato especialmente doloroso. El día que mataron a su marido era el Día de la Madre. Y justo antes de que le pegasen varios tiros en la cabeza, el agente de la Guardia Civil había estado hablando con su mujer desde una cabina telefónica. Tenía dos hijos y quiso hablar con uno de ellos por teléfono, pero el niño estaba llorando y no se quiso poner. Después, con los años, se arrepintió de no haber hablado ese día con su padre, ya que está convencido de que, de haberlo hecho, su padre no habría muerto.

–Un extracto: “En mi primer servicio, de 22:00 a 6:00 de la mañana, vi a un policía nacional agonizando y batasunos brindando con champán en los balcones”.

–Era la deshumanización total de las víctimas. Según me comentaba, el agente que yacía en el suelo era un Policía Nacional al cual habían disparado en la cabeza y que estaba agonizando en el suelo entre convulsiones. En esa terrible situación observó cómo detrás había varias personas asomadas a los balcones, y algunas de esas personas estaban gritando de júbilo.

–Según su libro, unos 15.000 agentes arrastran secuelas de aquellos terribles años de plomo. ¿El silencio administrativo sobre esas secuelas aún persiste?

–En su momento el tema se silenció por dos razones: una, reconocer el Síndrome del Norte hubiese significado admitir que ETA tenía éxito en sus campañas de acoso, persecución y atentados, y que el Estado español mostraba una debilidad (paliada con la aparición del GAR); la segunda, reconocer el Síndrome del Norte hubiese multiplicado el aluvión de bajas y peticiones de traslado de los agentes destinados en el Norte.

–¿Qué opinión tiene sobre la sigilosa partida política que está jugando ahora Bildu?

–Los entrevistados no pueden comprender cómo el PSOE puede pactar con un partido que nunca ha condenado, por ejemplo, el asesinato de militantes del Partido Socialista. Por otro lado, también les produce rechazo, asco y estupor los llamados ongi etorri, las fiestas de bienvenida a terroristas de ETA condenados por delitos de sangre. Ongi etorri que nunca han sido condenados por parte de Bildu.

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