Santiago Castroviejo Fischer | Biólogo

Santiago Castroviejo: "Un hormiguero puede provocar más emociones que la última serie"

Santiago Castroviejo Fisher: "Un hormiguero puede provocar más emociones que la última serie"

Santiago Castroviejo Fisher: "Un hormiguero puede provocar más emociones que la última serie" / Juan Carlos Vázquez

Como biólogo evolutivo, Santiago Castroviejo Fisher (Sevilla, 1979) ha centrado sus estudios en descubrir y entender los patrones de la biodiversidad. Para ello usa como modelos los anfibios y reptiles de los trópicos, regiones donde la diversidad natural se exhibe en el punto de saturación y cuyo barroquismo es capaz de provocar el síndrome de Stendhal incluso al experto. Pero antes del trópico fue la marisma, pues Castroviejo es uno de los llamados hijos de Doñana, el vergel cercado donde vivió hasta los ocho años y ha explorado con demora hasta hoy.

–¿Dónde se cumple más estrictamente la ley de la selva, en la ciudad o en la selva?

–Las ciudades son los sistemas más improductivos y egoístas del planeta y desgraciadamente están en expansión. Son sumideros de energía sin parangón y no producen nada. Ejemplifican al dedillo el concepto de insostenible. De hecho, las ciudades sólo se mantienen porque extraen de los sistemas como la selva.

–¿Impone adentrarse por primera vez en la selva?

–Por primera vez, quinta y última, siempre. Las selvas no dejan indiferente a nadie, ni siquiera en las fotos. Desde que fui por primera vez hace más de 25 años, nunca he visto a nadie que haya puesto allí el pie, se encoja de hombros y mire para otro lado. Otra cosa es qué sentimientos evoca la selva, pero la indiferencia es imposible, aunque sea por la cantidad de pequeños animales que se quieren alimentar de tu sangre.

–¿Se ha sentido apabullado?

–Quien tenga interés por el mundo y un poco de sensibilidad, y no desee evadirse en el metaverso, habrá percibido en una selva que hay un sinfín de formas de vida a su alrededor. Esa percepción se eleva a la enésima potencia en los trópicos. Apabullan la belleza de las formas y el misterio de cómo tanta variedad se originó y cómo coexiste. Son sistemas tan barrocos que atraen como imanes a quienes nos dedicamos a estudiar la diversidad de la vida.

–¡El barroco en la selva!

–… Y no hace falta irse tan lejos, cualquiera puede observar a su alrededor increíbles dramas homéricos de muerte, manipulación, colaboración, guerra, nepotismo, altruismo y deseo. Un hormiguero puede provocar más emociones que la última serie de televisión.

–¿Ha descubierto a algún principito que antes fuera sapo?

–Muchos sapos y ranas aparentan lo que no son, aunque más bien buscan no llamar la atención. Se camuflan con su medio y se asemejan a hojas, corteza, musgos o piedras. Los principitos rutilantes y llamativos que hiciesen alardes de protagonismo serían rápidamente la merienda de otro animal.

–Expertos entonces en el arte de la mascarada.

–Hay excepciones, hay sapos del tamaño de una aceituna, de colores muy vistosos y encima diurnos. Se ven a la legua y tienen el tamaño perfecto para un tapeo, pero son auténticas bombas químicas. Quien se lo intente comer lo pasará muy mal, puede incluso morir.

–En el primitivo planeta en el que convivieron dinosaurios, cocodrilos y reptiles, ¿había una competición por vestir la piel menos fina?

–Probablemente sí. Sin embargo en aquel momento había muchas otras formas vivientes sin corazas a las que les iba estupendamente. Los anfibios tienen una piel muy fina, permeable y nada acorazada. Para protegerse de predadores y patógenos producen una inmensa variedad de compuestos químicos. Son pequeños laboratorios ambulantes. No les ha ido nada mal esa solución, hay más de 8.000 especies de anfibios.

–¿Le duele Doñana?

–Tengo vínculos emocionales muy fuertes, así que obviamente me afecta. Pero lo relevante es preguntarse por qué está tan mal un espacio con todas las figuras de protección posibles. No ha pillado por sorpresa a nadie. La Administración siempre ha optado por el beneficio de unos pocos actores, minería, arroceros, freseros o veraneantes, en lugar de por el bien común, que es preservar un espacio, una vida y una cultura reconocidas a nivel mundial.

–Que sea un parque nacional cerrado extraña. ¿Quién se empeña en ponerle un cerco al paraíso?

–La mayoría de los andaluces desconocen Doñana. Pero aunque quisiesen, poco podrían conocer ni visitar. La marisma se ve desde el otro lado de la cerca a no ser que seas de alguna hermandad. La devoción mariana opera milagros, te permite tirar basura, cohetes, molestar a la fauna y hacer un fuego impunemente.

–¿Quien le pone vallas al vergel lo hace por miedo al exterior o por hedonismo, para que lo disfruten sólo unos pocos privilegiados?

–Si se ha hecho como estrategia de conservación, no ha servido de nada. Mire cómo está. Tal vez los objetivos de tapiar Doñana hayan sido otros, como evitar que haya testigos.

–¿En qué estado está la investigación en España?

–He estado 18 años trabajando en Suecia, Colombia, EEUU y Brasil. Volví en abril del año pasado. Lo que me he encontrado es bastante demencial. Hay por un lado excelentes programas para atraer a científicos, la financiación ha aumentado, los centros se han modernizado en sus instalaciones, ha entrado sangre nueva mediante procesos que priman los méritos y no los contactos.

–… ¿Y lo demencial?

–La burocracia atenaza casi cualquier esfuerzo al punto que no se hace ni la mitad de lo que los científicos podrían hacer con el dinero que teóricamente se les da. La institución le administra los recursos mediante sistemas kafkianos y complejísimos, donde el objetivo siempre es rellenar papeles y esperar, nunca investigar. El resultado es que los investigadores no pueden contratar o comprar ni al mejor, ni al más barato, ni cuando lo necesita. Al final se opera con un sistema de chanchullos digno de un bazar en El Cairo.

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