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Ana Gómez Díaz | Arqueóloga y conservadora de la Casa Bonsor de Mairena del Alcor

"Haría falta una serie sobre las peripecias de arqueólogos y arqueólogas"

La arqueóloga Ana Gómez, en la Casa Bonsor de Mairena del Alcor.

La arqueóloga Ana Gómez, en la Casa Bonsor de Mairena del Alcor. / José Angel García

Ana Gómez Díaz (Sevilla, 1974) confiesa que no es arqueóloga de vocación, aunque siempre estuvo interesada por el arte y la historia gracias a los viajes con su familia. Estudiante de ciencias puras dio un giro para orientar su carrera hacia la Publicidad y las Bellas Artes, pero acabó estudiando Geografía e Historia. Fue en el primer curso donde, gracias a las clases de Rosario Cabrero, descubrió qué era la Arqueología y decidió cursar la doble especialidad de Prehistoria y Arqueología e Historia del Arte, finalizando su recorrido académico con el Doctorado internacional en Arqueología, centrado en la experiencia de la Necrópolis de Carmona. Desde hace 20 años es la arquóloga-conservadora de la Casa Bonsor, en Mairena del Alcor, y forma parte del proyecto ArqueólogAs, impulsado por la Univeridad de Barcelona. Ahora está excavando un molino hidráulico harinero en Mairena del Alcor.

–Si hablamos de arqueología, nos viene irremediablemente a la cabeza un estereotipo: Indiana Jones...

–La realidad dista bastante. No obstante es de agradecer que, al menos, el personaje sea doctor y profesor universitario. Otro estereotipo recurrente es el personaje de videojuegos de Lara Croft, que fue analizado por mi compañero del proyecto ArqueólogAs, Tono Vizcaíno. Igual que se han realizado muchas series sobre médicos, policías y bomberos, quizás haría falta una sobre las peripecias de arqueólogos y arqueólogas, sería interesante. Las aventuras distarían un tanto de aquéllas que se presentan en la ficción pero no estarían exentas de emociones y nos ayudarían a descubrir la realidad de la profesión.

–ArqueólogAs es un proyecto que reivindica el papel de las mujeres en la arqueología española.  ¿Han sido borradas de la historia?

–Sí, pero no tuve esa percepción durante la carrera, dado que entre el profesorado había tanto hombres como mujeres.Esta situación no se planteaba. Incluso en las prácticas que realicé como estudiante en excavaciones del Proyecto Arqueológico Ciudad de Sevilla el equipo también era mixto y entre el alumnado de mi curso tampoco teníamos brecha de género. La presencia o ausencia de la mujer a lo largo de la historia de la arqueología, hasta que no se empieza a analizar no se hace evidente. En mi caso fue clave la invitación que me hizo Margarita Díaz-Andreu para formar parte del equipo de trabajo de ArqueólogAs. Ella se dio cuenta de que la situación no había cambiado gran cosa en los centros universitarios, en los museos, en la arqueología comercial,  etcétera. Buscando en los orígenes  observó que casi no hay mujeres en la historia de la arqueología.

–Es un proyecto inclusivo.

–Sí. Se ha hecho mucho énfasis en que la falta de mujeres en la historia de la Arqueología no es un problema solo nuestro, también de los hombres, puesto que una historia falseada, incompleta, no es una buena historia.

–¿Qué influencia tiene la falta de referentes femeninos en las nuevas arqueólogas?

–Es muy subliminal y refuerza la falta de referentes en casi todas las áreas, lo que las alumnas ya han experimentado en sus estudios primarios. El resultado es que no consideran la Arqueología como algo para ellas y que naturalizan que se les dé prioridad a ellos. No obstante, vamos cambiando.

–¿Quiénes eran esas primeras arqueólogas?

–Las primeras que tuvieron contacto con la profesión lo hicieron a través de los museos y la investigación y, en contadas ocasiones, con la arqueología de campo. Pioneras fueron Joaquina Eguarás Ibáñez, Felipa Niño, Consuelo Sanz Pastor o Encarnación Cabré.  Y en Andalucía,  Regla Manjón, Elena Wishaw, Pilar Acosta,Josefa Jiménez Cisneros o Concepción Blanco Mínguez, entre otras.

–¿Cuándo llegó el cambio?

–El ingreso de las mujeres en la universidad española en igualdad de condiciones y como estudiantes fue en 1910. De este modo, algunas mujeres pudieron acceder, una vez formadas, a las oposiciones que les permitieron ocupar cargos relacionados con la arqueología dentro del cuerpo de archiveros, bibliotecarios y arqueólogos, en el de restauradores o como profesoras universitarias. Estas profesionales prestaban sus servicios por bajas remuneraciones y en algún caso, como en la Universidad, gratis.

–¿Estaban a la sombra de sus padres o maridos?

–Encarnación Cabré fue la primera mujer que realizó trabajos de arqueología de campo en España. Desde pequeña participó en las campañas arqueológicas de su padre, en las que su madre, Antonia Herreros, le auxiliaba. Gracia Sánchez y Dolores Simó, primera y segunda esposa, de Jorge Bonsor, se encargaron de conservar las colecciones y archivos procedentes del trabajo arqueológico realizado por Bonsor en el suroeste peninsular y en particular en la comarca de Los Alcores, facilitando la consulta y el acceso a las colecciones a investigadores y visitantes en el Castillo de Mairena del Alcor.

–¿Pudieron compatibilizar vida profesional y familiar? 

–Según las investigaciones realizadas, las mujeres que lograron acceder al mundo laboral en estos años se dividían en solteras –por elección personal o circunstancias derivadas de la guerra– y casadas. Estas últimas solían interrumpir su vida laboral hasta que podían reincorporarse tras cuidar de los hijos. Tenían muchas dificultades, por poner un ejemplo, durante los primeros años de la incorporación de la mujer a los estudios universitarios relacionados con la arqueología, ellas no eran invitadas e incluidas en los trabajos de campo y no se las animaba a escribir publicaciones científicas. A finales del siglo XX afortunadamente la situación cambió, aunque aún queda un largo camino.

–La brecha continúa.

–Recientemente en un congreso de ArqueólogAs, Paloma Zarzuela presentó un estudio de la arqueología comercial en la Comunidad de Madrid que llegaba a la conclusión de que la inestabilidad laboral y la dificultad para conciliar  llevan a un retraso de la maternidad o renuncia a ésta; y, en algún caso, al abandono de la profesión.

–La crisis de 2008 y la pandemia ahora ¿agravan la situación?

–Hace escasamente un año se publicaron varios artículos que daban la voz de alarma. El colapso de la burbuja inmobiliaria a la que va ligada la arqueología comercial y el recorte en inversiones en investigación mermaron a la profesión. La pandemia ha provocado un efecto negativo, siendo más acusado en el caso de los profesionales que tienen contacto directo con el público en tareas de socialización del patrimonio a través de visitas guiadas y talleres suspendidos. Además, si alguien en la familia ha de dejar de trabajar, normalmente lo deja quien gana menos y la brecha salarial hace que normalmente sean las mujeres. 

–Empezamos hablando de estereotipos. ¿Cuál es la imagen real hoy?

–Aún prevalece la imagen romántica de la profesión. Aunque es cierto que tiene un alto componente vocacional, actualmente se está planteando un debate interno para trasladar al público la realidad de la arqueología a día de hoy, su alto nivel de profesionalización y la repercusión que tiene en la sociedad, su desarrollo y los descubrimientos que se realizan, algo que podría repercutir en la valoración de la profesión. Precisamente en septiembre, en un congreso internacional organizado en homenaje a la arqueóloga María Ángeles Querol, hay un foro de debate dedicado a reflexionar sobre este tema.

–Entonces hay futuro.

–Sí. Hasta hace escasas fechas no se crearon grados específicos de arqueología en las Universidades españolas, como el grado interuniversitario de las Universidades de Sevilla, Granada y Jaén, que ya cuenta con cuatro generaciones de graduados en la materia. En estos momentos además se está reclamando que la profesión sea reconocida oficialmente, ya que aún no aparece en la Clasificación Nacional de Actividades Económicas. La arqueología es hoy clave en labores de socialización del patrimonio pues acerca a la ciudadanía la profesión a partir de trabajos de reconstrucción gastronómica, recreación histórica y recuperación de monumentos y yacimientos arqueológicos, que en muchas ocasiones resultan ser el nuevo motor de desarrollo de muchas poblaciones.

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