Máximo Huerta | Escritor

“Ninguna ciudad igualará al París de los años 20”

Máximo Huerta.

Máximo Huerta. / José Ángel García

Máximo Huerta (Utiel, Valencia, 1971) es de respuestas cortas y directas. No se anda por las ramas ni contesta con monosílabos, pero en una sola frase aporta un titular. Anda estos días por Sevilla presentado su última novela, París despertaba tarde (editorial Planeta), una obra con la que rememora el París de los años 20 del siglo pasado.

Desde su adolescencia quedó fascinado por aquella Belle Epoque que convirtió la capital francesa en un centro de creatividad y modernidad que no ha poseído ninguna ciudad desde entonces. Dos mujeres protagonizan el relato.

Con él charlamos en una mañana que adelanta la primavera. 

-Tengo entendido que su fascinación por París le vino por unos familiares...

-Sí, por unas tías-abuelas que venían de Francia a Utiel en tiempo de vendimia. Emigrantes que cuando llegaban me resultaban muy exóticas. Vestían y olían de otra manera. Y, sobre todo, que lo hacían con alegría, puesto que eran fechas de fiestas. Si hago consulta de psicoanálisis, ése sería el origen de mi pasión por París.

-Traían también aires de libertad...

-Seguramente, aunque también estarían exageradas en la mente de un niño, que suele crear monstruos, aunque la mía creó diosas (risas).

-¿Cuándo fue la primera vez que visitó la capital gala?

-En 1988. De hecho, vamos a ir ahora el mismo grupo que la visitamos entonces. Era un viaje de fin de curso, en el instituto. Mientras el resto ligaba, yo me enamoré de la ciudad. 

-Pero algún ligue seguro que tendría por esas calles parisinas...

-Yo ya de eso ni me acuerdo (risas)...

-Documentarse de aquel París de los años 20 le habrá llevado tiempo...

-Tiempo y placer. No dejaré de documentarme sobre aquella época, porque me interesa, me entretiene y porque siempre hay algo más, como un local nuevo, una galería de arte que desconozco, algún evento...Sigo leyendo todo lo que tenga que ver con esa década.

-Hay quien dijo que, una vez superado el Covid, los actuales años 20 recordarían los de la centuria anterior. Aquella Belle Epoque...

-La gente dice muchas tonterías. Ha transcurrido ya un siglo de los Juegos Olímpicos de 1924 y del éxito, la efervescencia, el cine, la moda, la sociedad, el mundo artístico... Jamás volverá a suceder lo que ocurrió en aquellos años 20 porque entonces hubo una serie de ingredientes que se dieron cita en una ciudad que se convirtió en el ombligo del mundo, hasta ser la urbe más cosmopolita. Pero no, la pandemia no nos ha hecho diferentes. No en vano, volvemos a saludarnos con besos, con lo bien que nos venía la mano. 

"Soy una mezcla de prudencia, de arrepentimiento y de osadía. Todos tenemos un porcentaje de Kiki y de Alice"

-¿Es usted poco besucón?

-No, me encantan los besos. Pero la prudencia la hemos perdido porque tenemos tendencia a olvidar.

-En su libro hay dos personajes antagónicos, pero complementarios, Alice y Kiki. ¿Cuánto hay de cada una de ellas en usted?

-Soy una mezcla de prudencia, de arrepentimiento y de osadía. Es lo que representa a estos dos personajes de la novela. Creo que todos tenemos un porcentaje de cada una de ellas. La alegría de vivir de Kiki y la prudencia de Alice. Pero las dos poseen ilusión, que es el motor de ambas y lo que nos iguala a los amigos y familias. Es el motor de muchas vidas. 

-El relato empieza con un abandono sentimental. ¿Hace falta tocar fondo para proyectarnos nosotros mismos?

-Me gustaría decir que no es necesario llegar a ese extremo, pero normalmente las mejores canciones y novelas de amor nacen de un dolor, puesto que lo único que te queda es la vida. Las ganas de volver a amar, a cantar o de volver a hacer algo más se originan normalmente en un momento crítico. Siempre recordamos las canciones que nos han pellizcado el corazón y las novelas que lo tocan. 

-¿Le molestaría que redujeran esta obra a un libro feminista?

-Es una novela de mujeres valientes que tienen que rehacerse, como la ciudad. Están en metamorfosis, en cambio y que necesitan igualdad. 

-¿Ese París de los años 20 sigue latente en la ciudad actual?

-No, ya sólo queda en las novelas, en las películas grabadas. La fiesta de los años 20 ya terminó. Vivimos de rentas de aquella creatividad, de su moda e insolencia, pero de aquello sólo queda el recuerdo y una novela. 

-¿Existe ahora alguna ciudad en el mundo que iguale al París de entonces?

-No. Ni la ha vuelto a haber. Ni Berlín, ni Londres ni Nueva York han disfrutado de esa vanguardia, la vida, la explosión y efervescencia del París de los años 20. Nada es comparable a aquella creatividad que golpeó a todo el mundo. Fue un paraíso de libertad y un refugio de artistas. 

-Por cierto, ¿qué tal su oficio de librero? ¿Es un trabajo de riesgo en estos tiempos de hegemonía digital?

-Riesgo es salir a la calle. La librería es un refugio de felicidad en el pueblo y un epicentro cultural...

"Que una librería se haya convertido en el motor de Buñol habla muy bien de nosotros. No somos tan malos como nos pintan"

-Se ha convertido, entonces, en un atractivo cultural de Buñol...

-A mí, que la gente conozca Buñol por una librería, me resulta un piropo. El hecho de que un negocio de estas características se haya convertido en el motor de un pueblo habla muy bien de nosotros, que no somos tan malos como nos pintan. 

-Y vendrá gente de todo el mundo...

-Vienen de toda España, también extranjeros, a conocer la librería, a comer en el pueblo, a darse una vuelta, a saludarme e, incluso, a que les firme los libros. 

-Hay una cita histórica, atribuida a Enrique de Borbón, que dice: "París bien vale una misa". ¿La política actual también vale una misa, usted que tuvo breve experiencia en ella?

-(Silencio). Es que no voy a misa desde hace mucho tiempo. Mi madre dijo: "ya está, se acabó". Y ya no acudimos más. 

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