Carrillo y Fraga, vidas paralelas

Fraga y Carrillo en el Hemiciclo en el 30 aniversario del intento de Golpe de Estado. REUTERS. / REUTERS
Fraga y Carrillo en el Hemiciclo en el 30 aniversario del intento de Golpe de Estado. REUTERS. / REUTERS

05 de marzo 2013 - 16:44

José Luis Rodríguez del Corral

En este año tan pródigo en inquietudes, en el que la necesidad de renovar el acuerdo político en el que se basa nuestra democracia se presenta ya como una urgencia por múltiples factores, ha coincidido el fallecimiento de los dos políticos que, por ser representantes genuinos de las dos Españas que se enfrentaron en la Guerra Civil, más contribuyeron a cerrar esa herida de nuestra historia y a cimentar el pacto constitucional puesto hoy en cuestión. Santiago Carrillo Solares (Gijón, 1915 - Madrid, septiembre de 2012) y Manuel Fraga Iribarne (Villalba, 1922 - Madrid, enero de 2012), salvados esos siete años de diferencia que hicieron que uno participara en la guerra y el otro no, tuvieron a izquierda y derecha de bandos enfrentados trayectorias paralelas que se aproximaron hasta converger en la Transición. Esto no ocurrió por una cuestión de talante o de mera buena voluntad sino que obedecía a concepciones políticas que habían ido madurando con el tiempo y que tenían, en cuanto al grado de desarrollo del país y a su futuro tras la dictadura, algunos puntos sustanciales en común.

Fueron hijos los dos de familias humildes, una revolucionaria, la otra conservadora, pero ambas con cierta ascensión social: el padre de Carrillo, procedente del medio obrero, se traslada a Madrid como dirigente nacional del PSOE; el de Fraga, desde el medio rural emigra a Cuba de donde vuelve con cierta fortuna y llega a ser alcalde de Villalba. Ambos destacaron pronto en la vida pública, Carrillo, alumno en Madrid de la Institución Libre de Enseñanza, mucho más, eso sí, porque a los quince años empezó a ejercer de periodista y un año después, en 1931 en las Cortes republicanas cubría para El Socialista la información parlamentaria. La participación en la guerra en puestos de mucha responsabilidad para un hombre de apenas veinte años da a su biografía un carácter trágico que está ausente de la vida de Fraga, como también el aura "romántica" que imprimieron el exilio y la clandestinidad al dirigente comunista. Muy católico en su juventud, como lo fue toda su vida, Fraga renunció al sacerdocio en que cifraba su primera vocación para hacer una fulgurante carrera burocrática en el régimen dictatorial, del que era hijo más natural que legítimo. Los dos crecieron en rígidas ortodoxias, ya fueran el nacional catolicismo y el fascismo marrullero de Franco o el marxismo leninismo de un partido comprometido por completo con el estalinismo. Y tanto uno como otro jugaron a una heterodoxia de jóvenes promesas iniciando procesos que revelarían su utilidad décadas más tarde.

A mediados de los cincuenta Carrillo se distancia de la dirección del Partido propugnando una política de reconciliación nacional. Recibida al principio como una traición, fue adoptada sin embargo como línea principal del Partido tras la muerte de Stalin. Carrillo pasó de estar a un paso de la expulsión a ostentar la Secretaría General. Con retrocesos como la expulsión del Partido de Claudín y Semprún, esa política fue profundizándose conforme el país se desarrollaba económicamente aceptando la conveniencia de que España se convirtiera en una democracia de corte occidental. Por su parte, Fraga, uno de los "aperturistas" del Régimen que siempre quiso pilotar una "transición" que al final se le fue de las manos, favorecía desde el Ministerio de Información y Turismo una sustancial transformación del país al fundar las bases de la primera industria nacional que, además de sus efectos económicos, hizo cambiar a los españoles la idea que tenían del extranjero y de sí mismos ante la entrada masiva de turistas europeos.

Ninguno de los dos cobraron el fruto de esas políticas que venían en definitiva a reconocer un dinamismo social que no podían controlar y que encontró el liderazgo de hombres más jóvenes y adecuados. Fraga creía que en España había una "mayoría natural" de derechas y que él era el líder natural de esa mayoría, pero las elecciones le negaron tanto lo uno como lo otro. Carrillo pensaba que el gran movimiento civil impulsado por el Partido y su protagonismo indiscutible en la lucha antifranquista le darían un espacio parecido al que tenía entonces en Italia el PCI, en detrimento del Partido Socialista. También se equivocó. Ambos, a pesar de su derrota, evitaron los cantos de sirena de la extrema derecha (aún hoy inexistente en nuestro país a diferencia de otros de nuestro entorno), o de la ruptura revolucionaria, aceptando el mandato de las urnas y apostando por la paciencia democrática. Su presencia en los extremos opuestos del arco constitucional garantizó a éste una solidez y un éxito sin precedentes en nuestra historia contemporánea.

Que ambos desaparezcan en estos momentos de vicisitudes en que es preciso renovar nuestra democracia para ponerla a la altura de los tiempos, induce a la reflexión de si tenemos ahora, con todas las sombras que se le puedan achacar a cada uno, políticos de esa talla que puedan proseguir el camino al que ellos tanto contribuyeron.

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