‘La Fuente Agria, desjarrada’, exclusiva mundial

FRANCO: 50 AÑOS, 50 HISTORIAS [10/50]

El de 1975 fue el último verano que pasé en mi pueblo. Donde tomé la alternativa como periodista con la única exclusiva de mi vida: ‘La Fuente Agria, desjarrada’, en el diario ‘Lanza’, que debe su nombre a una frase del Quijote

La Fuente Agria de Puertollano fue mi particular ‘Watergate’ el verano de 1975.
La Fuente Agria de Puertollano fue mi particular ‘Watergate’ el verano de 1975. / M. G.

El de 1975 fue el último verano que pasé en mi pueblo. De eso también se cumplen 50 años. El verano del crimen de los Galindos. Cinco muertos en un cortijo de Paradas, tantos como los últimos fusilamientos de Franco, que también había convertido el país en su cortijo particular. El verano que sonaba por la radio la canción de Benito Moreno España huele a pueblo. Con el tiempo, seríamos buenos amigos en Sevilla, después de su autoexilio a la Bretaña francesa donde le cogió el mayo francés. Yo había terminado primero de Periodismo en la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense. Entonces era frecuente el pluriempleo. Uno de los compañeros de mi padre en la empresa Calvo Sotelo, Francisco García Sánchez, Fran para sus lectores y oyentes por la radio, ejercía la corresponsalía del diario Lanza en Puertollano. Un periódico que debía su nombre a una frase antibelicista del Quijote: “Nunca la lanza embotó la pluma”, y que entonces dirigía un periodista de Falange llamado Carlos María San Martín que firmaba sus artículos como Kasama.

La amistad de Fran con mi padre propició mi alternativa como plumilla. El primer paseíllo fue el último. Me explico. El principal monumento de mi pueblo es la Fuente Agria, una estructura octogonal con cuatro caños y unas gradas de circo romano en miniatura donde la gente esperaba con sus botellas, que muy pronto cogían el color hierro del agua ferruginosa, para llenarlas. El agua agria tenía muy buena fama como remedio contra males del hígado, de los riñones, contra achaques digestivos. Tres caños eran de cola rigurosa y uno de avituallamiento, en el argot de los ciclistas. En éste no había que guardar cola. Cogías uno de los jarros de hojalata, echabas un trago y que beba el siguiente. Ese verano observé que no quedaban jarros. Se los habían llevado. Y me estrené con un reportaje-denuncia que titulé La Fuente Agria, desjarrada. En línea con esas canciones-protesta (Luis Pastor, Pablo Guerrero, Hilario Camacho, Rosa León, Carlos Cano), que Carlos Tena y Gonzalo García Pelayo ponían en su programa de Radio Nacional Para vosotros jóvenes.

Cuál sería mi sorpresa a los pocos días cuando vi que el Ayuntamiento había repuesto los jarros. Cada vez que los estudiantes de Periodismo me piden que les cuente batallitas de medio siglo en el oficio, les digo que más allá de nuestro compromiso ético y nuestro servicio a la verdad, la realidad se cambia sola, no necesita de periodistas que con su periodismo de investigación la transformen. Y les pongo el ejemplo de que en cinco décadas en el oficio el único cambio que conseguí con mi trabajo fue que colocaran los jarros en la Fuente Agria. Se los debieron llevar muchas más veces, hasta el punto de aburrir a las autoridades, que optaron por no reponerlos. Ahora, en un quiosco de venta de patatas fritas se venden vasos de plástico para beber agua agria. La única exclusiva de mi vida. Los hojalateros se irían al paro. Dos décadas largas después, cuando el Ayuntamiento me invitó a dar el pregón de la Feria de Puertollano en el auditorio que lleva el nombre de Pedro Almodóvar, al final, el alcalde, Casimiro García, me regaló un jarro de agua agria que conservo como si fuera una pieza de cerámica de Sargadelos o de la Cartuja. Agua Agria. Fue mi único Watergate, con mis respetos a Bob Woodward y Robert Redford.

El verano del crimen de los Galindos, cinco muertos, como los últimos fusilamientos"

No había marcha atrás en la agonía de Franco y ni el agua agria habría bastado para frenar su progresivo deterioro. En 1974, el año que empiezo la carrera, fue la revolución de los claveles, la misma que desbarata el espíritu del 12 de febrero de Carlos Arias Navarro, nombrado por Franco presidente del Gobierno tras el atentado mortal contra el almirante Luis Carrero Blanco el 20 de diciembre de 1973.

El país vivía un periodo de incertidumbre. Y yo también. Tal vez lo que no sabía Franco es que los autores de la urdimbre de la tan discutida como indiscutible Transición ya lo tenían todo “atado y bien atado”. La muerte de Franco me cogió con los 18 años que ahora tienen el azulgrana Lamine Yamal o el madridista Franco Mastantuono. Mi sueño también había sido el de ser futbolista. El último año de Franco tuve un problema de fe. No me refiero a una apostasía progre de rechazo de los rescoldos del nacionalcatolicismo. La fe de la que estuve a punto de abjurar fue la del fútbol. Descubrí en Madrid, en el ambiente universitario, que las alineaciones eran alienaciones. Recuerdo el cachondeo general en la residencia de estudiantes donde vivía cuando recibí una carta firmada por don Santiago Bernabeu convocándome a una prueba por los juveniles del Real Madrid. Acudí a la convocatoria con mi amigo Fernando Muela, aunque él era del Atleti, y creo que toqué el balón una vez. El As lo tenía que llevar oculto dentro de las páginas de la revista Triunfo o del diario Ya, porque El País no sale hasta seis meses después de la muerte de Franco. La semana que muere Franco, el equipo de mi pueblo, el Calvo Sotelo, estaba en puestos de ascenso a Primera.

Nunca he vuelto a pasar un verano entero en mi pueblo. El de 1976 lo pasé trabajando en Madrid, traduciendo textos en francés para la revista Pueblos del Tercer Mundo con el periodista Juan Carlos Urrutxurtu, vasco de Basauri, con el que corrí el maratón de Madrid de 1979. Fue el verano del accidente mortal de Cecilia y del relevo de Arias Navarro por Adolfo Suárez en la Presidencia del Gobierno. El verano de 1977 estuve en Sevilla haciendo prácticas en El Correo de Andalucía que dirigía José María Requena; el de 1978, en el Centro de Instrucción de Reclutas Santa Ana de Cáceres; el de 1979, en el cuartel del Ceseden del Paseo de la Castellana de artillero fotocopiador, con un hijo de Tico Medina y otro de Sánchez Dragó en el mismo destino. Desde 1980, todos los veranos fueron sevillanos. La década que empezó con los febreros: el 28-F del duelo entre dos artículos de la Constitución (143 contra 151, como los dorsales de dos atletas de los Juegos Olímpicos de Moscú, que fueron ese año), el 23-F del Todos al suelo con Tejero, Armada y el susto de las calles de Valencia. La segunda muerte de Franco. Hoy mi hijo Paco cumple 19 años. Deja de tener los 18 que su padre tenía el año que murió Franco y publicó su exclusiva de la Fuente Agria.

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