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la crónica del martes

En busca de la medida perdida

  • El martes reconcilió a la ciudad con la fiesta, con la celebración desmedida en aras del turismo y los porcentajes.

  • El calor y los días laborables devuelven la calma a un real que se llenó bien entrada la tarde.

Una amazona, sobre su caballo, flanqueada por dos flamencas./BELÉN VARGAS

Una amazona, sobre su caballo, flanqueada por dos flamencas./BELÉN VARGAS

En esta Feria de siete días la noción del tiempo se ha perdido. El martes parece jueves. El día laborable inicia un periodo de mesura tras días de aglomeración. Se acabaron los festivos. Hasta nuevo aviso. La medida se recobra. Ésa que parece perdida en aras de los porcentajes. Todo ha de ir en incremento. El Ayuntamiento saca pecho por los tres primeros días de farolillos. Un 10% más de visitantes. Cálculo de forzada comparativa. El puente de mayo nos dejó un caudal de madrileños sobre el real. Los viajeros del AVE vinieron, vieron y disfrutaron. Hicieron de ese triduo ferial un apéndice de la capital del Reino. Ayer, que era fiesta en Madrid, aún se podían ver algunos apurando las últimas horas sobre el albero.

El martes de Feria nos reconcilió con la mesura. Con la fiesta siempre conocida. Tranquilidad en el recinto. Andar por sus calles se hizo un ejercicio saludable, como dicen los expertos en la materia. En la caseta municipal se recibe a los empresarios. Emprendedores y economistas.

La vuelta a la normalidad nos devuelve a la cruda realidad de las recepciones. Salir de ellas con el estómago agradecido se convierte en un arte dificultoso. Por cada plato servido hay mil manos pendientes. Cientos de gaznates esperando el condumio con el que hacer más llevaderas las horas bajo las lonas. El sol aprieta. Más que ningún día. La fritanga se convierte en el manjar demandado: croquetas, chocos, pimientos y flamenquines. Al jamón se le atisba de vez en cuando. Al marisco, en rara ocasión.

Dejémoslo claro. Comer gambas y langostinos es un auténtico incordio en la Feria. Hace falta un mesa donde despojar al crustáceo de su cáscara. Y un pañuelo perfumado con el que eliminar el agrio olor que deja en las manos. En la caseta de la Policía Nacional abundaron estas especies. El ministro de Interior, Juan Ignacio Zoido, se ha convertido en un invitado tan habitual en estos encuentros que su presencia se da por asegurada en toda invitación. Él y su larguísima cohorte.

En la caseta de la Asociación de la Prensa se otorgan los claveles. A Miguel Poveda, Eva la Yerbabunea y la Asociación Paz y Bien. Al cantante catalán le gustaría colocarse una máscara estos días para ser un feriante anónimo. De esos a los que no persigue una legión de admiradores (de ambos sexos) por todo rincón de esta ciudad de siete días.

Lunares en el traje y en el mantoncillo para una joven subida a la grupa. Lunares en el traje y en el mantoncillo para una joven subida a la grupa.

Lunares en el traje y en el mantoncillo para una joven subida a la grupa. / José Ángel García

El anonimato, esa discreción que dieron por perdida las redes sociales. Hay una Feria real y otra que campa a sus anchas en Facebook, Twitter e Instagram. La gente viene al real a pasárselo bien y a que todo el globo terráqueo lo sepa en la pantalla de su móvil. Hay que dejar constancia de cada plato consumido, de cada jarra de rebujito, de cada baile, de cada pose y de cada acompañante. Y por su puesto, del traje estrenado para la ocasión. A la fiesta de las vanidades le ha venido como anillo al dedo la moda de transmitir todo cuanto hacemos.

La gente viene al real a pasárselo bien y a que todo el mundo lo sepa en las redes sociales

Andar por la Feria en este martes que sabe a jueves es una delicia. Autóctonos. Sin bullas. Las casetas no llegan al lleno completo. Se puede entrar en la trastienda sin necesidad de rozarse en demasía con el prójimo. Una tortilla de patatas es la mejor merienda a esa hora en la que la manzanilla se ha adueñado del estómago. La Feria es una urbe en la que todo se congrega. Políticos, famosos de raigrambre y pacotilla y clero. Sí, sobre el albero se puede ver estos días a sevillanos con clériman. Sin complejo alguno. Como lo hace el delegado diocesano de Hermandades y Cofradía, Marcelino Manzano, al que apenas ya se le reconoce tras dejar atrás unas cuantas tallas. Un retallado en toda regla. La sonrisa de la Iglesia -como así se le conoce en todo el orbe católico sevillano- estuvo en la caseta de la Encomienda y la Embebienda. Allí departió sobre un cielo -al fin- de farolillos que los operarios colocaban cuando las calles registraban el mejor ambiente. No sólo de pan vive el hombre. Al espíritu también hay que fortalecerlo de víveres que son manjares de dioses: jamón, queso y manzanilla. Gloria bendita.

Este martes nos reconcilia con la fiesta. Con el sentido de la medida. Con el equilibrio perdido en aras del turismo y los porcentajes. Se lo dijo el tabernero Rogelio Gómez Trifón -en presencia de tres periodistas- al concejal de Fiestas Mayores, Juan Carlos Cabrera: "El año que viene que vuelva la Feria al martes". De aquí al sábado no hay cuerpo que lo aguante.

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