Obituario

Adiós a Lluís Llongueras, inventor del pódcast y del pelo frito

Lluís Llongueras en Málaga en la presentación de una colección en 2008

Lluís Llongueras en Málaga en la presentación de una colección en 2008 / Javier Albiñana

La peluquera de la esquina era la amiga de confianza de cada mujer, guardiana de los rulos y los secadores astronáuticos. El mundo de la barbería era totalmente exento al de la peluguería pero Lluís Llongueras tuvo la sagacidad de acuñar el término unisex para tratar la pelambrera y las barbas. Un todo estético, el cuidado de la belleza como necesidad irrenunciable ya se fuera hombre o mujer. Eso fue en la burbujeante Barcelona de 1972, la ciudad española mascarón de vanguardias, capital que había alzado su burguesía como élite de la modernidad, la bohemia y el europeísmo.

Uno de esos nombres de la Barcelona bulliciosa era el de Lluís Llongueras, Llongueras, rival de Ruphert ("te necesito", susurraba Victoria Abril al teléfono), amos de los pelos y del estilismo a través del corte, el cardado o la fritura capilar. ¿Ponen cara a Rosa María Calaf? Su estilo era puro espíritu Llongueras, influencer que inculcó a toda Cataluña y a media Espoaña cómo llevar los pelos con osadía, desenfado y sin complejo. Este barcelonés de Esparraguera, chico que desde adolescente aprendió en las peluquerías selectas de su ciudad, ha fallecido este lunes a los 87 años. Desde hacía 67 años tenía sus propios locales.

Por negocio era necesario que apareciera en programas y spots, donde su voz rota, como rasgada tras una noche de discoteca, aumentaban su misterio de gurú, siempre exótico, con perilla y gafas estridentes. En la frontera en los 80, por ejemplo, aparecía en el programa de los viernes, Cosas, elaborado entre Madrid y Barcelona (era insólito por ello, en serio) y mientras el padre Mundina aconsejaba cómo cuidar las petunias, Llongueras le presentaba a Mónica Randall a sus chicas de melenas asimétricas, con peinados a prueba de despeinados, "peinados con los que se podía hacer el amor", sonreía inspirador. Llongueras era desparpajo y experimentación, de ahí que se aliara el propio Dalí. Desde Barcelona sólo llegaban noticias modernas y en el año olímpico se presentó con la peluca más grande del mundo, récord Guinness para el museo Dali.

Lluis Llongueras Lluis Llongueras

Lluis Llongueras / Marta Pérez, EFE

Mucho antes, en 1968, con la casa de discos Belter, que igual encumbraba a Peret, a Manolo Escobar o a Pepe Pinto y Paquita Rico, elaboró una grabación con consejos, Aumente su atractivo, (su timbre era engolado y confidente) para orientar por ejemplo a mujeres de pelo pobre. Fue el profeta del pódcast, Llongueras nunca tuvo un pelo de tonto, admitan el chiste.

Su emporio fue firme aunque ya la popularidad con los años no era tan consistente por el aumento de la competencia. El mundo rompió barreras y se hizo más complicado innovar. En 2010 fue despedido por su propia hija, con un litigio con su ex mujer y sus hijos mayores. Se había casado en segundas nupcias y en la empresa familiar afloraron los conflictos que, parece, se controlaron mejor a partir de entonces. En 2012 recordaba a este periódico que revista alemana Clips publicó que los tres grandes de la peluquería eran Alexandre de París, el londinense Vidal Sassoon y él. El nombre, la marca de Llongueras, permanece, con herederos y un legado en forma de vanguardias pretéritas, cuando de Barcelona todo lo que surgía era inspirador.

 

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