Prestigio y reputación

El respeto hacia Tamara Falcó e Isabel Preysler se va desintegrando

Tamara Falcó enseña en 'El Hormiguero' el anillo de pedida de la boda.

Tamara Falcó enseña en 'El Hormiguero' el anillo de pedida de la boda. / ATRESMEDIA

Tamara Falcó fue animada y aupada por MasterChef Celebrity para que se alzara vencedora de su edición en 2019 y eso trabajo una revalorización de la hija de Isabel Preysler y Carlos Falcó, marqués de Griñón, figuras muy respetadas y queridas en las revistas del corazón, en las cabeceras más clásicas. Tamara venía a ser la heredera de la primera esposa de Julio Iglesias en ese mundo de portadas, imagen de moda y de marcas en la publicidad que ha venido a enturbiarse a lo largo del último año.

Tras su revalorización como experta en gastronomía y tener su docu-reality en Netflx, Tamara, sonriente, afable con su aparente ingenuidad piadosa, inició su etapa de madurez, en la década de los 40 años, que incluía ser madre de familia y de ahí que se haya aferrado a su matrimonio con Íñigo Onieva y a ascender en su estatus de personaje mediático entre sus negocios de imagen, de bodegas o aceites, en parte heredados de su padre, fallecido en la primera oleada de la pandemia en 2020. 

Parecía que con tener a ¡Hola! de su parte y contar con la ventana de más audiencia televisiva en las noches en estos momentos, El Hormiguero, Tamara podía cimentar su creciente prestigio. Su boda iba a ser la boda del año, pero se ha ido torciendo, y mucho con los meses. Es más un reality que un acontecimiento social de reconocimiento relevante. A la ruptura por clamorosa infidelidad de Íñigo Onieva le sucedió un compás de espera con movimientos en el subsuelo que trajo una reconciliación inesperada unida a la ruidosa separación de Preysler con el premio Nobel Mario Vargas Llosa, que destapado más de una vulnerabilidad. Madre e hija han empezado a estar más cuestionadas que nunca por una sucesión de decisiones que enturbian sus respectivas marcas personales.

Los hasta ahora admiradores a pie de calle de Tamara Falcó llegaron a aceptar la reconciliación y hasta los preparativos de boda con la perpetua mala cara del novio. Pero el asunto del vestido de novia comienza a oler a chamusquina entre acusaciones cruzadas impropias de estos ámbitos, con un comportamiento personal y profesional dudoso. Tamara Falcó no está a la altura. Tiene dinero, respaldo social e incluso mediático, pero la base de la reputación, lo que realmente piensa la opinión pública, empieza a resquebrajarse como nadie podía sospechar. La firma Sophie et Voilà ha justificado que los desencuentros con la novia procedían de presiones para copiar otros modelos que cuestionaban la profesionalidad y rigor de las diseñadoras. Ante la ausencia de respuesta optaron por lanzar el comunicado, cuando ya Tamara Falcó estaba trabajando en alternativas, mientras se aviva esta historia de premuras. Desde el entorno de Isabel Preysler creen que están resolviendo la jugada de forma perfecta: tienen de su parte a los medios para adecuar la versión para que Tamara parezca perfecta y mientras fabrican portadas con esta aventura nupcial a contrarreloj que hace revalorizar las exclusivas de este verano.

Pero en el fondo es el cortoplacismo en el que se ha instalado Tamara y toda su órbita sin caer en la lluvia de críticas y dudas que se arrojan desde las redes sociales y de una cada vez mayor parte de los medios. Toda esta boda 'gafada', como se ha también denominado, va a causar una factura de devaluación para Tamara y para la propia Isabel Preysler en su fase de reseteo en los cuarteles de invierno.

 

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