Pasarela

La carambola de Rainiero

  • Se cumplen 60 años de la boda del anterior príncipe monegasco con la que fuera gran estrella de Hollywood El enlace supuso la recuperación del país

Hay familias que se hacen de oro con el ladrillo. Literalmente. No por lo conceptual de la especulación urbanística, sino desde la misma producción para la albañilería. El irlandés Jack Kelly, el Leo Messi del remo en Estados Unidos, se erigió como uno de los industriales más brillantes e influyentes desde su fábrica en Filadelfia. Desde la Costa Este creó su imperio a lo largo de Estados Unidos. Su hermano escritor, George, premio Pulitzer, le facilitó el capital fundador. A Kelly siempre le fueron bien las cosas. Se casó con una rubicunda modelo de origen alemán, Katherine Majer, y tuvieron cuatro hijos, entre ellos otro superdotado olímpico, Jack junior, y una preciosa chica que tuvo una meteórica carrera en Hollywood. Sólo hizo once películas, pero la mayoría son clásicos que perviven como Crimen perfecto o La ventana indiscreta. Grace, la tercera hija del rey del ladrillo, fue una de esas rubias icónicas de Alfred Hitchcock. También era la esposa de Gary Cooper en Solo ante el peligro y en ese trance se encontraba Rainiero Grimaldi cuando buscaba pareja, faro mediático, para su desacreditado y minúsculo país que es tan extenso como cinco sevillanos parques de María Luisa: 2 kilómetros cuadrados y bien escarpados.

El casino de Montecarlo, nido de nazis y filonazis durante la Segunda Guerra Mundial, estaba en la quiebra y el magnate Aristóteles Onassis, socio mayoritario de la sociedad de Baños de Mar, amenazaba con ser realmente el encubierto jefe de Estado de un territorio que Francia podía anexionarse en caso de vacío de poder. Fue Onassis el que sugirió a Rainiero que para levantar el chiringuito mediterráneo debía buscar una imagen que atrajera e incluso se barajó el nombre de Marilyn Monroe. Pero la elegida fue la joven oscarizada actriz (por La angustia de vivir, arrebatándoselo para disgusto general a Judy Garland) Grace Kelly, que a sus 26 años se convertiría en la princesa Gracia. Jack aportó una dote de 2 millones de dólares y toda la influencia estadounidense para convertir el paraíso fiscal monegasco en la meca del glamour: Europa y Estados Unidos unidos por una estrella. Un plan Marshall de lujo para el principado.

Grace y Rainiero coincidieron en el festival de Cannes de 1955 y en la Navidad, en la cena familiar de Filadelfia, el príncipe pidió la mano al poderoso remero, para revolución de la prensa de todos los colores. Los cuentos se hacían realidad y la boda de Mónaco del 19 de abril de 1956, casi 60 años encima, representa también una nueva etapa, un punto de distinción entre la posguerra y los nuevos tiempos, la modernidad en forma de la rubia más sexy, de erotismo frío, de Hollywood, para un príncipe recortado, de bigotito italiano, y un jardín (de ladrillo) por florecer.

Fue una boda de cuento, tal como la relataron en los periódicos y como la contó la TV pública francesa. Antes de iniciar su trayectoria en el cine en 1948, Kelly, rostro de marcas de cigarrillos, intervino en más de 60 dramáticos para los canales estadounidenses. Era una princesa moderna, dentro de lo que cabe, para un continente antiguo. Tras llegar en el buque Constitution la joven se convirtió en princesa con un traje nupcial, regalo de su hasta entonces casa, la productora Metro Goldwyn Mayer, diseñado por Helen Rose, y que a día de hoy se sigue copiando.

El cuento proseguiría de puertas para fuera, con los tres vástagos del matrimonio, pero Grace nunca se vio realizada como princesa Gracia. Con ese marido más bien tristón, alejado de aquellos furtivos amores de Los Ángeles. Amores tan pasionales como el diseñador Oleg Cassini, que se quedó plantado con esta carambola con la que Rainiero salvó Mónaco y con la que Hollywood ponía pie y medio en los palacios de verdad.

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