El tercer sí de Cayetana de Alba, la duquesa descalza, en el recuerdo ante la boda de su hijo Cayetano
El 5 de octubre de 2011 se casaba en Sevilla, en el palacio de las Dueñas, la querida aristócrata con Alfonso Díez, tras cuatro años de noviazgo y negociaciones con sus hijos
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La duquesa de Alba, Cayetana Fitz-James Stuart, estará muy presente este próximo sábado en la iglesia de los Gitanos donde se oficia la segunda boda de su hijo menor, Cayetano Martínez de Irujo. Con la práctica totalidad de su familia allegada en los bancos del santuario sevillano, estarán muy cerca de la lápida que señalan dónde están las cenizas de la recordada noble que ayudó precisamente a restaurar ese templo.
Al día siguiente, el 5 de octubre se conmemorarán 14 años de la tercera boda de la duquesa, tras sus matrimonios con Luis Martínez de Irujo, padre de sus seis hijos y de Jesús Aguirre. Un deseado sí quiero, negociado con sus hijos, con el entonces desconocido Alfonso Díez, quien le acompañó en sus últimos tres años. Cayetana tenía 85 años cuando pudo cumplir el sueño de esa tercera boda, en su palacio sevillano y ante poco más de una treintena de invitados.
Una ceremonia religiosa que se extendió durante una hora en aquella mañana de otoño de carácter primaveral, dirigida por el sacerdote Ignacio Sánchez-Dalp. La feiz novia lucía vaporoso vestido en tono rosado firmado por Victorio y Lucchino, con cinturón verde esperanza y zapatos en tono rosa palo de Pilar Burgos. El novio, de elegante chaqué. En el enlace estuvieron presentes sus amigos Curro Romero y Carmen Tello, Francisco y Cayetano Rivera y su prometida, Eva González, o el doctor Francisco Trujillo, quien obró el casi milagro de una asombrosa recuperación en la movilidad e hidrocefalia que sufría Cayetana. Fran Rivera estuvo en el festivo día pero no así su ex, la hija de la duquesa, Eugenia Martínez de Irujo, que estaba enferma. Por asuntos de viaje se ausentó uno de los hijos, el duque de Siruela, Jacobo Fitz-James Stuart, que tampoco estará en la boda del sábado. Jacobo y su esposa, Inka Martí, mantienen una distante relación con la familia. En la boda de la duquesa estuvo la primera esposa de Cayetano, Genoveva Casanova, que parte a México en estos días.
Cuatro guardias de seguridad acompañaron a la duquesa y a Alfonso Díez cuando salieron a saludar a los congregados a las puertas del palacio. Aquello generó una estampa inenarrable: la aristrócrata decidió descalzarse para bailar la rumba del grupo Siempre Asi, que también dio realce a la ceremonia religiosa, y lanzó su ramo nupcial para que lo tomara un espontáneo. Las imágenes dieron la vuelta al mundo. La duquesa había cumplido su sueño y ya solo restaba brindar en uno de los salones de las Dueñas por esa relación que terminó siendo tan breve como intensa.
Así era la crónica de aquella boda en la apertura de este periódico hace 14 años.
La duquesa feliz: La duquesa quería compartir su buena nueva con los sevillanos. Por si no lo sabían. Al encuentro de esos viejos amigos que aguardan en la esquina. Y varias decenas de objetivos se batieron como mandobles. Cayetana de Alba escenificó su alegría de estar casada y de haber superado tantos impedimentos y caras largas que le habían escamoteado salirse con la suya. Y se quitó los zapatos, se recogió su vaporosa falda y, jaleando los brazos, se acompasó con la rumba de Siempre Así. Siempre Cayetana. Atrás quedaban las dudas y las miradas de reojo. Alfonso Díez, estilizado en su chaqué, tutelaba los movimientos de su esposa, no fuera a ser que la euforia se aliara con la Ley de Newton. Cayetana ya había arrojado su ramo, sin llegar demasiado lejos en un par de ocasiones. Le llegó a caer a un guardia de seguridad, que algo azorado se lo devolvió, entre palmas de jaleos y gritos de piropos. Eran casi las dos y cuarto de la tarde, remate de una mañana calurosa para el radiante otoño de la duquesa descalza . Y de un duque consorte con ademanes de ángel de la guarda.
Ante el palacio había una alfombra roja, pero no hubo el desfile de modelos de otros acontecimientos nupciales. Fue una ceremonia íntima, y aún más íntima sin la hija enferma, Eugenia, y el hijo viajero, Jacobo. En la descendencia, salvo Cayetano, no se atisbaba el entusiasmo que desprendía en todos sus gestos la duquesa de Alba , animada por los hermanos Rivera y contemplada con embeleso por el nuevo duque consorte.
La mayoría de los pocos invitados pasó de largo ante los sevillanos que aguardaban ante el palacio de las Dueñas la noticia como si fuera una salida cofradiera entre el laberinto. Una mañana de Semana Santa con tintes de chirigota callejera, tal como se presentaron algunos de los curiosos en busca de su minuto de gloria y su entrevista en Antena 3 o Telecinco. La boda de la duquesa parecía despertar más pasión entre los periodistas y las cadenas que entre la gente corriente y al final el lugar reservado para la prensa se convirtió en un promiscuo recinto de personajes de todo tipo a la caza de una mirada y de una exclusiva imposible.
La duquesa , recién casada, quiso darse una pequeña ducha de Sevilla. En su giro rumbero resumía las vueltas que le ha dado la vida desde que se negó a seguir en la silla de ruedas. Milagros de la cirugía y de una firme personalidad. Cayetana levanta los brazos y la gente se cae al suelo. Para la ternura simpre hay tiempo.
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