La caja negra

¡Cuidado con la brasa de los politólogos!

  • Los politólogos son el picudo rojo de esta pandemia como lo fueron los economistas en la crisis de 2008. Han florecido como las setas en los alcorques de la calle San Pablo

La calle San Eloy en la mañana de ayer

La calle San Eloy en la mañana de ayer / Juan Carlos Vázquez (Sevilla)

Los economistas vendían pañuelos mientras todos llorábamos en la crisis de 2008. Algunos hicieron una buena carrera gracias a esas sesudas tertulias y a las continuas consultas que los medios de comunicación hacíamos a estos señores como los desesperados que telefonean a la bruja echadora de cartas. Los había serios, didácticos, pretenciosos y sencillos. La prima de riesgo y las agencias de calificación irrumpieron en nuestra vida de la mano de estos brujos de las finanzas. Algunos sensatos y realistas. Otros verdaderos vendedores de crecepelos.

Cuando un tiempo después se produjo la insólita renuncia de un pontífice a la Silla de Pedro, florecieron los vaticanistas, que eran como los economistas pero tratando de explicar los movimientos, sensibilidades y diferentes corrientes de filias y fobias dentro del colegio cardenalicio. Los economistas y los vaticanistas están unidos por un mismo eje: todos saben de todo. Y ahora, con esta crisis de la pandemia, ha emergido con fuerza una subespecie de la especie mayor, que es la del experto exprés en virus, antivirus, retrovirus, cepas, vacunas, PCR, test y otros términos de la nube de palabras dominante. Esa subespecie es la del politólogo, que suena realmente mal cuando uno se presenta así mismo como tal. A mi me dice un tipo que es politólogo y aplico de oficio la distancia de seguridad, tú en Mazagón y yo en la Cuesta Maneli, sin necesidad de que lo ordene el doctor Simón, que es el primer Simón que necesita varios cirineos para portar su propia cruz.

El politólogo es un tipo que opina de todo con una autoridad que le confiere el correspondiente coro de vírgenes necias. “Conozco un politólogo que te pone al día de la última discusión entre Pablo Iglesias y la pija de la Calviño”. Y allí vamos todos a ponerle la alcachofa por el Skype con un fondo de libros. “Este otro politólogo ha hecho un análisis sobre la vexilología andaluza en tiempos de pandemia”. Y le volvemos a poner en todas las conexiones para que el tipo diga unas chorradas del tamaño del sombrero de un picador, llamado castoreño.

Con los vaticanistas ocurría igual. “Ganará un cardenal italiano: Scola”. “Es el momento de un cardenal de raza negra, un guiño a los más desfavorecidos”. Y salió argentino y albo. Oigo y veo cómo hacen el ridículo algunos autodenominados politólogos y recuerdo aquel conocido periodista al que el presentador sorprendió de pronto con un cambio de tema: “¿Y qué opinas de la postura que debe mantener el nuevo Gobierno andaluz en la negociación de los acuerdos de pesca con Marruecos?”. Y el tipo, un ejemplo de honestidad, se fue para el burladero, pidió el verduguillo y acabó con el burel de una vez: “La verdad es que mis conocimientos sobre la legislación de pesca son escasos”. Los politólogos han florecido como las setas en los alcorques de la calle San Pablo. En el tsunami de la crisis sanitaria, al olor de la sardina del tembleque de un Ejecutivo débil, los politólogos son los gatos que han despertado. Como los expertos en urbanismo cuando se renueva el PGOU, los entendidos en hockey sobre hierba en año olímpico o los que están al loro de los cantantes de los Países Bajos, Croacia, Serbia y Montenegro en cada festival de Eurovisión, que es donde nacen los que siempre ganan, contando con algún puesto decoroso para Malta de vez en cuando para disimular.

El politólogo en tiempos de pandemia también entiende de heráldica. ¡Cómo no! La que le han dado al presidente Moreno por el escudo que ha estrenado en el atril de la Presidencia. De cerca, por cierto, es el escudo de la Candelaria visto de lejos, que decía Juan Ramón de la torre de su pueblo y la Giralda. El escudo no levanta pasiones ni falta que hace, pero sí ha preocupado muchísimo a los politólogos con camiseta, literalmente con camiseta, no sean malpensados. ¿Y la Vicepresidencia no tiene escudo propio? Podrían diseñarle un blasón con una torrija al bueno de Juan Marín, bien regada en manzanilla. A Marín le falta un cuarto de hora para pedir heráldica propia. Lo del escudo de la Presidencia es un gol más que le han metido. Está tan preocupado en salir en Canal Sur y en no parecer fagocitado por el PP, que Juan se ha quedado sin escudo. La rueda de prensa de ayer protagonizada por Marín y la consejera de Empleo recordaba a la carta de ajuste interminable que plantaban antes del comienzo de los dibujos animados. Qué alivio cuando aparecía el busto parlante, siempre de voz profunda y con fondo de cortinas de salón de tonalidad marrón clara, y soltaba el anuncio esperado: “Buenas tardes, señoras y señores. Da comienzo la programación de tarde con el avance informativo y a continuación Barrio Sésamo”.

Pues ahora llega el telediario de mediodía y se acaba la matraca de rueda de prensa de Marín y la de Empleo que nos hace echar de menos en el ruedo de San Telmo a monseñor Aguirre y sus saltos de la rana con el lenguaje. ¡Ni un politólogo ni sus adláteres escondidos (y escondidas) salen a defender el habla andaluza del bueno de Jesús! Porque es un señor y de derechas. ¡Que le zurzan, que no tiene derechos! Claro que sí. Los ofendiditos del acento de la Montero no dicen ni pío del bueno de Aguirre. Lo peor del período de posguerra es el hambre. Y lo más difícil cuando acabe el estado de alarma será digerir los análisis de los politólogos. Los pactos por la reconstrucción deben incluir compensaciones por soportar a estos tíos que son más pesados que un antropólogo hablando de Semana Santa, que un cantautor de la Transición o que un festival de saetas.

Cada vez que oigo a un politólogo recuerdo aquella genial frase de Antonio Ordóñez, que se murió en 1998 y fue amortajado con la túnica de la Esperanza de Triana. “De toros no saben ni las vacas”. Pues eso digo yo: ni pajolera idea del acuerdo de pesca con Marruecos antes de la firma, ni de las opciones de Scola para ser Sumo Pontífice, ni de los efectos del cambio climático en la Antártida. Pero seamos caritativos, que todo el mundo tiene derecho a comer aunque sea recogiendo las viandas en el restaurante favorito. Hasta deben comer los politólogos con camiseta, el vaticanista con traje y el tío insoportable de la caja negra. Annuntio vobis gaudium magnum. ¡Las peluquerías han abierto!