La caja negra

Horrores nocturnos

  • En patrimonio siempre se puede ir a peor. Basta ver el estruendo de la iluminación del restaurante abierto en el edificio moderno de la calle Santander

El edificio de arquitectura moderna de la calle Santander con el restaurante en planta baja

El edificio de arquitectura moderna de la calle Santander con el restaurante en planta baja / Belén Vargas (Sevilla)

NO sirve de nada la organización de razzias de veladores y letreros horripilantes de la Avenida y la calle San Fernando. Primero porque son como el vello, que vuelve a aparecer con el tiempo. Segundo, porque mientras se oye el sonajero que agita el tío del camión que se lleva las sillas, los rótulos y otras cochambres reversibles, nos distraemos de las atrocidades irreversibles, que en cuestiones de patrimonio son las realmente importantes. Lo peor siempre está por llegar en materia de conservación del casco histórico. Nunca se puede entonar el hasta aquí hemos llegado, el hemos tocado fondo o el a partir de aquí ya no vamos a peor. Siempre, siempre hay un grado más en los atentados que se perpetran casi a diario, siempre hay una comisión de patrimonio dispuesta a bendecir los nuevos horrores, o un servicio de licencias en la Gerencia con arrojo para emitir informes favorables a modificaciones del plan o a nuevos negocios despersonalizados, de quita y pon, de estética homologada por la franquicia de turno.

Muchos sevillanos han descubierto esta Semana Santa el horror de la calle Santander, que ahora es doble. El horror diurno que deja ver el edificio modelo tanatorio. Y el horror nocturno, generado por el restaurante abierto recientemente. Todo eso en el conjunto histórico declarado, a la vera (siempre al verita tuya) de la zona declarada patrimonio de la Unesco, junto a un Bien de Interés Cultural como la Torre de la Plata. Todo... para nada. ¿Dónde está, oh comisión de patrimonio, tu victoria? Es una alegría que cientos de sevillanos se hayan topado con este horror nocturno y lo hayan difundido en las redes sociales. Pepote Rodríguez de la Borbolla dijo esta cuaresma que los de la Semana Santa eran los días propicios para muchos jóvenes para conocer por primera vez el centro, “con el planito en la mano”. Semana Santa y urbanismo. Centro y ciudad. Juventud y descubrimiento. Ahora, en el mejor de los casos, se usa el mapa del teléfono móvil. Y al menos algunos denuncian el terror de la doble contaminación paisajística: la arquitectónica y la lumínica.

La iluminación del restaurante de la calle Santander La iluminación del restaurante de la calle Santander

La iluminación del restaurante de la calle Santander / Belén Vargas (Sevilla)

A pocos metros de esta doble atrocidad, la ciudad cuenta con dos edificios que son ejemplo de aprovechamiento de la luz para el realce de la arquitectura: la Catedral y la Iglesia del Señor San Jorge del Hospital de la Caridad. La Fundación Endesa lleva años embelleciendo el mejor patrimonio de la ciudad, estudiando los huecos de la fachada, calculando hasta la potencia adecuada para respetar los estilos, que no necesita la misma luz el gótico que el barroco. El éxito de la fundación es tal que hasta fueron reclamados para iluminar la basílica de Santa María de Roma, la más española de todas. Haga usted todos esos esfuerzos para que un restaurante de comida rápida coloque un rótulo tan cambiante como estridente en la calle Santo Tomás, propio de un club de carretera con aparcamiento discreto, y en la calle Santander un rótulo a la altura del espanto del edificio donde está colocado.

Sevilla es una ciudad con el criterio perdido en cuestión de conservación de patrimonio, que ridiculiza, caricaturiza u orilla sin más a quienes claman en defensa de los valores históricos y artísticos que hacen a una ciudad distinta de otra.

La última majadería que prueba que el turismo de hoy se basa en la oferta de experiencias y no en el conocimiento de los valores auténticos de una ciudad está en los apartamentos turísticos que han recreado una caseta de Feria en la cubierta del edificio y en la que los cabeceros de la cama están tuneados como trajes de flamenca.

Así está el centro de la ciudad: tuneado poco a poco. Al proceso de transformación comenzado por el gobierno de Monteseirín le ha seguido el del turismo masivo, dos factores letales para la degradación del paisaje y para convertir el casco histórico no ya en una zona de la ciudad con cada vez menos sevillanos, sino cada día con más turistas zarrapastrosos, de despedida de solteros, sangría a deshoras, despatarrados en los veladores, exhibiendo pinreles, y a los que les importa un verdadero pepino la conservación del caserío, de las casas palacio, de los pavimentos originales, la azulejería, la ampliación del Museo de Bellas Artes, el legado del 29 y otros asuntos por los que cuatro locos luchan cada día no sólo sin cobrar nada, sino pagando el precio de ser tenidos como inmovilistas.

Los políticos, ay, dicen ahora que hay que abrir el debate sobre la recuperación del alma de la ciudad. A buenas horas. ¿Pero el alma no era cosa de rancios? Qué más da, si el turismo de hoy lo mueven los operadores, no el criterio formado de quienes se plantean hacer un viaje a un destino de alto valor histórico-artístico. Es más importante que haya venido Obama que recuperar una fachada del Alcázar, o que la brigada de Antonio Muñoz efectúe las razzias de sillas, veladores y letreros. Todos tranquilos que los operadores, nuestros nuevos señores a lo Mañara, nos venden la mar de bien. Hasta que nos dejen tirados. Y para entonces ya tendremos el alma más que vendida al diablo. El que duerme no contempla ciertos horrores. Y se levanta fresco.

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