El tiempo a gusto del consumidor
La Caja Negra
La sociedad 0’0 fusiona los períodos, provoca un caos ambiental y consagra el principio del estar por el estar
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Los tiempos se majan en el almirez de la memoria con tal intensidad que se funden la Navidad y la Semana Santa con toda normalidad para ser una sola secuencia. La memoria suele ordenar en tres grandes compartimentos generales: la infancia, la juventud y el período de adulto. Y también en función de circunstancias personales:una enfermedad, la muerte de un ser querido, el cambio en el estado civil... El tiempo nos alcanza, se dice cuando llega el invierno de la vida. Hoy somos nosotros los que alcanzamos, atrapamos y volvemos loco al tiempo. No solo fusionamos los días gozosos en la memoria, sino que elaboramos y majamos un verdadero gazpacho que combina los estertores del calor, el temporal de otoño, los dulces de Navidad en los estantes de los supermercados, las inacabables procesiones propias y las que llegan del exterior (como la del Señor de los Milagros del Perú), la Feria del Libro, los preparativos del encendido de las luces de Navidad previsto para finales de mes, el Halloween importado de los Estados Unidos pese a nuestra honda cultura en la festividad de Todos los Santos, y los detalles del puente festivo de la Inmaculada. Todo a la termomix del desorden, el caos ambiental y el ruido.
"El Centro es un gazpacho de ambientes, un caos evidente cada fin de semana"
Los cazadores del tiempo matan las vísperas y los días de espera. Nos vuelven locos, tarumbas, majaras. No hay manera de coger el carril del orden. No hay respeto alguno por los tiempos porque cada uno va a lo suyo con descaro. A pie de calle no existe tiempo ordinario o de adviento. Todo es ansiedad, aceleración, rapidez y, sobre todo, un obsesivo sentido de la anticipación. Si algo se celebra un día concreto, se activa un proceso dos meses antes para fomentar el consumo. Porque todo se basa en gastar y gastar para que se mueva la economía. Y todo se justifica gracias a la cultura de la participación. Cuanta más participación, más consumo. No importa que no crea usted en la Navidad, lo importante es cenar, beber y comer. No pasa nada si no es creyente, lo importante es la tradición de vestirse de nazareno. Es indiferente que conozca o no el sentido de la fiesta de Halloween, lo importante es la juerga. No hay mayor bendición que el hecho de participar, sea por lo que sea, como sea, al precio que sea y con quien sea.
"La Semana Santa es la gran ballena que engulle a Gulliver en el tiempo sin tiempos"
La ciudad de los fines de semana genera un tufo insoportable en muchos momentos porque no existe ninguna suerte de cortafuego entre eventos y fiestas. La Semana Santa es la gran ballena que engulle a Gulliver en el naufragio del tiempo sin tiempos. El caos paisajístico, la contaminación visual de un centro convertido en parque temático, el ruido que generan la fatal coincidencia de peatones, ciclistas y veladores tratando de convivir en la jungla del turismo depredador; el éxodo de vecinos que se sienten expulsados, la decena de convocatorias, actos y celebraciones que marcan y lastran la vida cotidiana en el casco antiguo al mismo tiempo que se adelantan las señales de las fechas señaladas... La ciudad que se mete de lleno en el siglo XXI es definitivamente la que combina su propio caos con el de un contexto general condicionado por los criterios del consumo masivo. No hay problema en celebrar una comida de empresa el 28 de octubre, como no hay necesidad alguna de precisar que se trata de la costumbre de comer por la Navidad. Lo importante, como siempre, es participar y, por tanto, consumir y gastar. Siempre hay alguien que hace caja, sea el motivo por el que sea. Todo se anticipa porque carece de importancia que se brinde por las pascuas en los días previos (que antaño eran fechas reservadas para los compromisos de trabajo) que dos meses antes. ¡Todo por la comodidad! Mientras se gaste, claro. Y se participe, lógico. ¡No seamos tan estrictos que eso es cosa de mentes rígidas o de aguafiestas!
Toda fiesta tiene su cuaresma artificial de cuarenta días. O de sesenta, si es preciso. ¿No existe la piedad popular todo el año? Pues también el consumo general. El respeto a los tiempos queda para ortodoxos extremistas. El encanto del tiempo ordinario es una necesidad que solo busca una minoría tildada de exquisita. Las calles están a reventar de un público itinerante sin rumbo ni aparente criterio. Se trata de participar en una bulla de octubre sin pasos, sin luces de nada, sin final de fútbol... En el fondo cada vez se necesitan menos motivos. ¡A la calle, a la calle! Hay que estar, solo estando se existe. ¿Acaso no hay funerales de Estado marcados por la frialdad, la asepsia y la inocuidad? La sociedad 0’0 se consolida con celeridad porque basta con estar, decir que se ha estado o anunciar que se estará.
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