Felipe Rodríguez Melgarejo

Melgarejo tiene la palabra

Felipe Rodríguez Melgarejo

Felipe Rodríguez Melgarejo / Rosell (Sevilla)

HAY cosas difíciles de imaginar por la de años que estamos acostumbrados a vivirlas de una determinada manera. Los ritos son como tienen que ser, que es como los concebimos desde hace años. Como diría el miarma de guardia: “Eso es así”. Somos de naturaleza conservadores. Y no se hable más. ¿Usted se imagina un cabildo de toma de horas de Semana Santa en el que, además de faltar los bostezos y las caras de sueño de los canónigos, los representantes de la Esperanza de Triana y el Calvario no se levantaran a reclamar sus derechos históricos? Es que hay gente que madruga ese domingo para ser testigos de ese ritual, como los hay que un primero de enero no se pierden los saltos de esquí.

Algo parecido ocurre con los comités ejecutivos y las juntas directivas provinciales del PP de Sevilla. Hay quien las graba para oír el informe del secretario general sobre las altas y las bajas, sobre todo cuando se trata de caídos. Ahí, como en la lectura de las esquelas, es cuando te enteras qué afiliado de Algámitas se ha muerto o cuando confirmas que fulanita de Espartinas se cabreó y ya no paga más cuotas. Y, por supuesto, el clásico de los clásicos es la intervención de un antiguo y célebre miembro de la democracia cristiana: Felipe Rodríguez Melgarejo, el ex concejal del extinto PDP que regentó la célebre discoteca de la calle Jesús del Gran Poder: Holiday. Decir Melgarejo es identificar la Sevilla nocturna de los 80 y de los 90, aquella coalición de AP, PDP, PL, los tiempos de un cabeza de lista como fue el médico Pedro Albert y un jovencísimo concejal llamado Javier Arenas que en las municipales del 83 se presentó como número tres y acabó como líder de la oposición por efecto de dos dimisiones. Contaba entonces sólo con 25 años. Melgarejo era un concejal de la oposición que volvió loco al alcalde socialista Manuel del Valle. Todavía hay quien recuerda un Pleno de agosto en el que el gobierno informaba de la adjudicación de los contenedores a la empresa Plastic Omnmium. Melgarejo arremetió contra la decisión y defendió con vehemencia los contenedores metálicos. La cosa alcanzó tal intensidad que el alcalde le quitó la palabra.

Su condición natural es formar parte de la oposición más crítica en el sector que sea. Cuando Juan Ramón Medina Precioso tuvo que renunciar por decisión de la junta electoral al acta de concejal que había obtenido por el PCE, Melgarejo proclamó con acidez: “Muy bien, pero que devuelva los canapés que se ha tomado”. La vida es tener amigos o enemigos. Su forma de ser no admite medias tintas. Con Soledad Becerril y Juan Ignacio Zoido nunca se ha entendido del todo. Cuesta creer que la ex alcaldesa sonriera al tomar Melgarejo la palabra en los cónclaves del PP hispalense.

La vida es...

La vida es no tener pelos en la lengua, lo que quizás le ha provocado alguna dolencia cardíaca que lo ha mantenido en casa, pero ni por ese motivo dejó de ir a votar en unas elecciones. La vida es disfrutar de las caladas de sus pequeños puros. Y es haberse teñido el pelo de caoba en tiempos. La vida es ceder el local de la Holiday a los muchachos de Nuevas Generaciones, un lugar que sigue siendo referencia para las celebraciones del partido. La vida es asumir cargos como la presidencia de los empresarios nocturnos de Sevilla, una ciudad son superpoblación de nocturnos... La vida es vestir de una forma peculiar, con pañuelos al cuello y un perfil que irremediablemente recuerda en ocasiones al actor Paco Martínez Soria.

Vivió la conocida como “guerra de los chaqués” en el Ayuntamiento, provocada porque los partidos de izquierda se negaron a lucir los tiros largos en la presidencia de la ciudad en los días principales de la Semana Santa. Melgarejo salió de nazareno en la Macarena con un palo de color blanco, siendo Manuel García diputado mayor de gobierno de la cofradía. Como tenía libertad de movimiento se acercó hasta donde estaban los tres concejales del gobierno socialista, hizo la reverencia, a la que correspondieron los ediles creyendo que iría a pedir alguna venia. En ese momento, Melgarejo los puso de vuelta y media pronunciado varias barbaridades. Al socialista Fernández Floranes, que ocupaba el puesto principal, se le cambió la cara. El nazareno Melgarejo, provocador y agitador donde los hubiera, se identificó entonces como compañero de la Corporación y la escena se destensó.

Nadie pone en duda su incondicional apoyo a Javier Arenas, al que dicen que siempre le perdona todo. Tiene devoción por el padre del centro-derecha andaluz. No tanto por otros líderes del partido. Melgarejo es ante todo un señor muy peculiar que a nadie deja indiferente. De personalidad muy marcada y de una gran generosidad con quienes considera sus amigos, entre ellos el citado Arenas y el actual viceconsejero de Fomento, Jaime Raynaud. Dicen que este Melgarejo combativo puede pasar de la filia a la fobia en dos minutos. Mejor tenerlo de amigo. Asiste a todos los cónclaves del PP sevillano porque los sucesivos presidentes provinciales lo han elegido como vocal de libre designación. A ninguno se le ha ocurrido dejarle fuera. ¡Y que ni se les ocurra! Lo dicho: es un clásico.

Famosos son sus tirantes de la bandera de España que luce en la jardinera de su caseta (La Ventilá) con orgullo cada Feria de Abril. Una caseta en la que, por cierto, solía lucir tres obras del pintor Ricardo Suárez: dos toros y una plaza de toros de la Real Maestranza con Curro Romero con el capote. Suárez las pintó in situ en las vísperas de Feria, cuando aún era estudiante de la facultad de Bellas Artes. Las tres obras fueron robadas del almacén con gran disgusto de Melgarejo, quien había puesto una única condición al artista: no debía hacer uso del color verde, dada su condición de fervoroso sevillista. Tan rojiblanco que una Feria de hace muchísimos años se negó a que la barandilla de su caseta fuera verde. Fue multado por la Delegación de Fiestas Mayores por hacer uso de otro color. Una sanción que alguien del Ayuntamiento le levantó discretamente... Trató de que el pintor Juan Roldán, un experto en paisajes, le pintara una estadio del Sevilla con el mosaico de Santiago del Campo incluido. Roldán declinó el encargo.

Extrovertido y de frente. Su corazón hace piña con su pensamiento casi siempre y eso, como ya se ha apuntado, le ha jugado malas pasadas cardíacas. Algo pasa si en la primera fila de las sesiones del PP de Sevilla no está Melgarejo. Se le respeta su asiento para que intervenga el primero en el turno de ruegos y preguntas. Las sesiones no se pueden dar por terminadas si no interviene Melgarejo haciendo gala de su perfil polemista, incluyendo casi siempre un elogio a su amigo del alma, Javier Arenas, quien suele hablar después de Felipe.

Melgarejo es también ese nazareno de la Macarena que se dirigió una Madrugada al portador del Libro de Reglas con indisimulado alarmismo: “¿Dónde está el libro? ¿Dónde está? ¡Lo has perdido! ¿Tú sabes de qué siglo es el libro?”. Y le metió el miedo en el cuerpo a aquel nazareno, que ignoraba que en la cofradía sólo se sacan simbólicamente las pastas. El nazareno era Javier Arenas. A nadie le cabe duda de que si lo hubiera perdido de verdad, Melgarejo lo hubiera perdonado.

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