La lírica del eje Sevilla-Málaga

Carlos Álvarez

El barítono malagueño tiene casa en Sevilla, por donde se pasea con mucha frecuencia. Su vida es un ejemplo de superación. Su voz es tan grave como la enfermedad que superó tras pasar tres veces por el cirujano

Carlos Álvarez
Carlos Álvarez / Rosell

Sevilla/LA combinación de la fuerza con la serenidad no suele ser habitual. El hombre tranquilo, calmado y que huye de la instalación en la queja sufre mucho menos en una sociedad donde la mayoría del personal es insaciable, siempre echa en falta lo que no tiene, todo le parece poco y, en el fondo, siempre busca la denominada zona de confort. Hay quienes son una fuente de energía positiva en su vida cotidiana, quienes no emiten toxicidades, quienes no agitan malos vientos.

Así es Carlos Álvarez (Málaga, 1966), el niño que rechazaba los disfraces y que hoy se gana la vida de barítono, ora vestido de bufón, ora de Otelo, ora de aristócrata. A este andaluz barbudo, que tiene un perfil entre Urbano VIII y el general Prim, se le puede ver paseando por Sevilla en muchas ocasiones. Siempre con esa tranquilidad que es marca de su casa civil. Eso sí, aseguran que es mejor no estar delante cuando se enfada. Sus voces en esos momentos no deben ser precisamente de gran belleza lírica. Pero como le ocurre a ciertos cardenales de Roma, la fase de enojo se le pasa rápido. En otras ocasiones hay quien dice que se enfada para adentro. Se traga la mala hierba y la digiere. No se entera nadie. O casi nadie, claro.

El personaje fuerte y sereno tiene un gran corazón. Hay jóvenes que quieren ser cantores, piden su ayuda y después le preguntan: “¿Cuánto te tengo que pagar, Carlos?”. “Nada, sólo te pido que lo hagas bien”. Nunca olvida que sus inicios están anclados en la escolanía del colegio de Miraflores de los Ángeles de Málaga. Y después en el coro Carmina Nova del instituto de bachillerato. Ingresó nada menos que en la carrera de Medicina, en la que llegó hasta el cuarto curso. Compaginó los estudios universitarios con la ópera. Se fue formando en el conservatorio de Málaga con la profesora María José González. A los 22 años debutó en Viena como niño prodigio del bel canto. A partir de ahí comenzó una carrera que sólo habría de sufrir un fuerte revés por una enfermedad muy grave que –crueldad del destino– le afectaba directamente a las cuerdas vocales.

Álvarez no sólo canta bien. Escribe y habla con precisión. Está al día de la información política. Le gusta saber de todo. Duerme poco y se muestra como un tipo extremadamente responsable. Es muy autoexigente. Alguien lo define con una frase: “Carlos es de las personas que tienen que salir a la calle con los zapatos limpios”. Cuentan que en su día hubiera sido considerado un niño con alta capacidad, pero entonces no se hacían unas pruebas de las que hoy se abusa en los colegios privados para pelotear a los padres que pagan las cuotas mensuales.

Este barítono barbado y corpulento se cuida mucho porque vive de su cuerpo. Consume cerveza sin alcohol en los veladores del centro de Sevilla. Tiene dos casas: una en Málaga y otra en la Puerta Osario hispalense. Con Álvarez no harían falta ejes especiales para hermanar a las dos ciudades andaluzas, a las que los políticos irresponsables y algunos opinadores sin gracia echan a pelear con frecuencia. Este cantor se deja conquistar por Sevilla como su mujer –sevillana de la Hermandad del Valle– se deja embelesar por Málaga. El barítono viajero no entiende los chovinismos, menos aún en ciudades con el potencial de Sevilla. Quizás sea lo único que le choca de su experiencia en la capital de Andalucía.

Los días de actuación activa una liturgia especial. Cuarenta y ocho horas antes comienza un reposo concienzudo de la voz y un cuidado exhaustivo de la alimentación. Se concentra en casa, busca el silencio, evita cualquier alimento gastroerosivo y se abona a actividades tranquilas como el cine. La digestión debe estar terminada a la hora de inicio de la función. Hay una regla muy clara: nunca se canta con el estómago lleno. Otro criterio es que es mejor hospedarse siempre en apartamentos antes que en hoteles, sobre todo porque las funciones exigen estancias largas.

Ciudadano del mundo, aficionado a entrar en todos los museos y a pasear por todas las ciudades. Su capital favorita es Viena, donde está distinguido como Cantante de cámara por el Estado austríaco.

En el escenario ha vivido un sinfín de anécdotas. En una actuación en Italia debía caerse muerto al final de la función. Pero en una ocasión se levantó antes de tiempo, miró al público y se tuvo que tirar de nuevo al suelo. En otra ocasión, en su querida Viena, actuaba en la ópera La fuerza del destino, donde tenía que matar de un disparo al personaje que hacía el papel de su hermano. Se pasó la actuación haciendo señales a los regidores para advertirles sin éxito de que no llevaba la pistola, que no activaran el sonido de la detonación. Cuando llegó el momento de interpretar la agresión mortal, hizo uso de la espada, pero –¡horror!– sonó el efecto del disparo. En Otelo, en el momento de clavar el cuchillo, el líquido que simulaba la sangre se vertió hacia el público.

La vida es...

La vida son recuerdos de un padre muy trabajador, comercial de oficio. La vida es puro sacrificio con sólo quince días de vacaciones al año, un tiempo que procura pasar sencillamente en casa después de todo un año de viaje en viaje. El mayor lujo es dormir en la cama propia y comer en los platos de uno. La vida es un estilo austero, alejado del consumismo y de los gastos suntuarios. Cuentan que este malagueño se conforma con las películas, la prensa y los libros. Se resiste a gastar para sí, pero no para los demás. La vida es tener presente que la carrera de un cantante lírico es de fondo. Hoy puedes serlo todo, mañana nada. Tiene claro que el cultivo de hoy permitirá el fruto de mañana. La vida es valorar todo lo que suena bien, el gusto por la música pop de los años ochenta y hasta un rap si es que tiene calidad, cosa difícil pero que no descarta. La vida es sentir un orgullo especial cuando son los miembros de la orquesta los que lo felicitan al final de una actuación.

Su personaje preferido es Rigoletto. La primera vez que lo interpretó fue en el Teatro Real de Madrid. Requirió cinco horas de maquillaje a base de mucho látex para recrear la imagen y desagradable y marcada por las pústulas del bufón jorobado de la corte del Ducado de Mantua. Cuando su hijo pequeño lo vio se negó a acercarse, pese a que su padre lo llamaba reiteradamente. También disfruta de una manera especial con el papel de Rodrigo de Posa en la ópera Don Carlos.

El gran Ricardo Muti se fijó en Álvarez desde que era un barítono muy joven. Apostó por el malagueño y le ofreció muy pronto un papel en Rigoletto, pero Álvarez le escribió una carta declinando su participación en un puro ejercicio de honestidad. No se sentía capaz de expresar la emoción que requería el personaje. ¿A quién se le ocurre decirle que no a Muti? Álvarez pensó que había firmado el final prematuro de su carrera. Pero el director lo siguió desde entonces con más interés. Con el paso del tiempo le ofreció un papel en Atila, nada menos que en el Metropolitan de Nueva York. El día previo al estreno, Álvarez acusó la enfermedad. Se vino abajo. Todos lloraron de impotencia. Hasta el joven sustituto. “Cuídate y volverás”, le dijo el gran Muti. Yeso ocurrirá la próxima Semana Santa.

Sí, en efecto la vida le arreó un mandoble donde más daño le podía provocar: en las cuerdas vocales. Por fortuna dio con el otorrino Ginés Martínez y con la foniatra Rosa Bermúdez. El doctor Martínez asumió el riesgo de realizar una intervención muy delicada, pues cuando todo aconsejaba un planteamiento más rotundo, por así decirlo, calculó todo y se la jugó para que Álvarez se curara y pudiera seguir cantando. El galeno y el paciente se conocían desde los años de la facultad. El barítono le dejó claro que seguirían siendo amigos con independencia del resultado de la intervención quirúrgica. Y todo fue un éxito. La verdad es que Álvarez puede dedicarle a su médico y amigo aquellas palabras tan hermosas de Pedro Salinas: La voz a ti debida.

La enfermedad tuvo, al menos, un efecto positivo. Como tuvo que estar en Málaga, donde fue operado hasta en tres ocasiones, pudo acompañar a su padre hasta sus últimos instantes. De otro modo, su muerte le habría sorprendido en cualquier capital del mundo. Y nunca habría podido apretar aquella mano en el hálito final.

Nunca fue tuno pese a las leyendas que circulan por Málaga. Tiene un coro que fomenta la inserción social de jóvenes de diferentes procedencias y confesiones. Evita las bullas en la Semana Santa sevillana. Se queda en las últimas filas, no le gusta pedir paso para no molestar a nadie. Lo suyo realmente son los verdiales.

El barítono malagueño tiene siempre una cita con Sevilla, donde pasea esa fuerza corporal combinada con una serenidad a prueba de crispados. Por la boca muere el pez, por la voz conoceréis al hombre. El silencio genera desconfianza y el canto belleza.

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