Santiago Herrero

Sin miedo al cirio

  • Es un caso atípico de sevillano que no se esconde después de haberlo sido casi todo en la vida pública. Las traiciones de Madrid truncaron su sueño de ser presidente de la CEOE. Villanueva del Ariscal es su refugio

Santiago Herrero. Santiago Herrero.

Santiago Herrero. / Rosell

La crueldad de la que es capaz el género humano, una característica que experimenta su particular vuelta de tuerca en Sevilla, convierte en especialmente difícil la condición de ser un antiguo cargo. El mérito en esta ciudad no está ser alguien, sino en dejar de serlo. Aquí algunos alcaldes quieren hasta abandonar la ciudad después de ceder el bastón, o incluso se marchan una temporada tras vaciar los cajones de la Plaza Nueva. La pérdida del poder genera monstruos. La extinción de las influencias depara algunas situaciones a veces ridículas.

Como todo en la vida, se trata de saber estar. Pero no de un saber estar a la hora de coger los cubiertos, usar la servilleta o abrocharse la chaqueta. No, no. Se trata de tener la naturalidad de dejar de ser hermano mayor, soltar la vara dorada y coger el cirio cuando se ha dejado de serlo. O ser presidente de la Junta de Andalucía y secretario general del PSOE andaluz para seguir años después asistiendo a los mítines de las agrupaciones de los barrios aunque sea sentado en una escalera, ¿verdad, Pepote? O bajarse del Falcon de vicepresidente del Gobierno, que siempre va escoltado por un F-18, y pasar a participar en encuentros con militantes del PP en Fuentes de Andalucía , o en arroces de domingo en Huévar, ¿verdad Javié? El personal suele huir, pegar la espantá, desaparecer de los sitios una vez que se esfuma la púrpura del poder. Hasta que un día preguntamos qué fue del empresario Luis Portillo, estrella de los años del ladrillo; del presidente de la Federación Española de Baloncesto que ganó un mundial, José Luis Sáez, o de aquel hermano mayor, Pepe Salas, que regaba con Möet Chandon las peregrinaciones al Rocío. La gente se da el piro un día sin previo aviso después de haberlo sido todo. O casi todo.

Santiago Herrero León (Sevilla, 1947) es de los que lo ha sido todo en una ciudad cruel como Sevilla, pero sigue apareciendo en los sitios. La verdad es que desde que dejó la presidencia de la CEA por la agria polémica de la promoción de las viviendas (un asunto pendiente de juicio) y desde que dejó el cargo de hermano mayor de Las Penas de San Vicente cuando cumplió el mandato, se le ve mucho más natural y bastante más distendido. Ironías del destino, es justo ahora cuando está ofreciendo su mejor cara. Le tocó vivir al frente de la patronal andaluza el final de los años del cuerno de la abundancia, como le correspondió meter la tijera, desde la reducción de metros cuadrados de la sede y la venta de vehículos del parque móvil hasta la supresión del jamón que se regalaba a la prensa en la cena de Navidad. De los años de las grandes celebraciones del Lele Colunga a una gestión marcada por la cartilla de racionamiento con Herrero.A Herrero probablemente se le sigue viendo en ciertos foros y cumpliendo con determinados ritos porque antes de ser todo lo que fue ya frecuentaba determinados ambientes y era fiel a algunas tradiciones. Sigue acompañando al Santísimo con un cirio los Jueves de Corpus, sigue asistiendo a los oficios del Jueves Santo junto a Jaime Artillo en San Leandro, y sigue recibiendo a sus amistades en la bodeguita de su casa de Villanueva del Ariscal, donde la selección de caldos es importante y donde aseguran que ha estado hasta cierto cardenal de la Iglesia Católica.

Nacido en la calle San Esteban, frente a la ojiva del templo, está criado en el seno de una familia de cinco hermanos. Nació un 17 de agosto, justo cinco años después que su hermano Francisco, eterno presidente de la Cámara de Comercio que tiene la habilidad en estar en cinco fotos de cinco de actos distintos celebrados todos en un margen de dos horas. Santiago es hijo de un procurador de los Tribunales que tuvo el honor y la responsabilidad de refundar la cofradía de Las Penas. Y las Penas de San Vicente es quizás la institución más importante en la vida de este dirigente empresarial, que siempre contempla apesadumbrado que haya hermanos que dejan de ir a la cofradía cuando han perdido unas elecciones o cuando han cesado en sus cargos.

Herrero León ha disfrutado y sufrido como dirigente empresarial. Le tocó vivir momentos apasionantes como la disolución de los sindicatos verticales, donde en 1973 ganó su plaza como abogado, al igual que sacó la suya de economista un joven Antonio Carrillo. Aquellos años se topaba en la sede de la Plaza del Duque con algunos señores que portaban pistola en el cinto. Quienes supieron interpretar los tiempos repetían una directriz: “Hay que desmontar esto”. Y se desmontaron aquellos sindicatos que concentraban a empresarios y trabajadores. Herrero fundó la Confederación de Empresarios de Sevilla (CES) en una etapa crucial en la que conoció a Manuel Otero, Juan Salas Tornero, Federico Muela y Antonio Fernández Palacios. Para la fundación de la patronal andaluza se esperó a la constitución del primer gobierno andaluz. La verdad es que los protagonistas de aquella aventura cabían en un taxi. Herrero conoció aquella patronal en la que no había más de cuatro. El acta de fundación se firmó en Antequera en enero de 1979.

Este Herrero de pelo plateado probó su particular sopa de siglas en su primera etapa laboral: fundó la CES, se fue a la CEOE en Madrid y volvió a Sevilla para ser secretario general de la CEA. Vivió en directo la entrada en campaña de la CEA como elefante en cacharerría, cuando la patronal presidida por Manuel Martín Almendros publicó aquellos anuncios de la manzana (PSOE) podrida por el gusano (comunista) con ocasión de la campaña de la las autonómicas andaluzas de 1982. Los esloganes eran demoledores: “Se fingen moderados, ¿a quién has de creer? Vota seriamente, que nadie te equivoque”. La Junta Electoral Central acabó anulando aquella campaña. Y, con el tiempo, la CEA fue una lealísima colaboradora de los sucesivos gobiernos socialistas.

De entrada, el perfil de Herrero era el de un ejecutivo de labores muy internas, sin exposición al público, a la vera siempre del gran Manuel Otero, quien le daba amplio margen de maniobra. Con la marcha de Otero, Herrero apostó por alguien que abriera las puertas de la CEA y que estuviera muy bien relacionado socialmente. Y ahí empezó la etapa de Rafael Álvarez Colunga, el Lele. Herrero seguía siempre en el cogollo, interviniendo en las juntas de la patronal, dando todas sus opiniones, pero procurando no ser nunca agrio. Ha demostrado siempre habilidades dialécticas en las reuniones, en el terreno corto, mucho más que a la hora de pronunciar discursos, pese a que ha pronunciado hasta algún pregón. Siempre se le ha notado un barniz de timidez, quizás de inseguridad a la hora de ser protagonista. Tal vez por eso medía mucho sus apariciones y entrevistas cuando lideró la CEA. Una cosa era ser rey mago, que lo fue, y hermano mayor, que lo ha sido, y otra invitar a los periodistas a un paseo en barco, como hacía su antecesor, ese animal social al que todos llamaban Lele.

Del ex presidente de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán, que terminó entre rejas por alzamiento de bienes y blanqueo de capitales, siempre se le oyó advertir que su mayor peligro eran sus actividades y que en la práctica era un empresario que estaba muy condicionado por el poder político. Herrero aspiró a sucederle, pero perdió las elecciones frente al catalán Joan Rosell por la traición de cierto personaje de la patronal madrileña que después se vio implicado en la polémica de las tarjetas black. Resulta curioso que Herrero siempre se entendió bien con el catalán, una relación fluida que tenía en jaque a la patronal de la capital. Pero, al final, los de Madrid prefirieron a Rosell antes que a Herrero. Y ahí se acabó la aventura de Herrero en una CEOE a la que estuvo muy ligado durante mucho tiempo más allá de cargos, por vinculación personal con José María Cuevas, presidente de la organización durante 23 años.

La vida son recuerdos de un estudiante de Derecho que se empleaba a fondo con las materias en casa de su tía, que vivía en la calle Asunción, o en la de Jaime Artillo, que estaba en Virgen de Luján. Son noches de juventud en el disco bar Dom Gonzalo de la calle Virgen del Valle. Días de diversión con otros amigos como Manuel Ramírez o Eduardo Candau. Santiago era un estudiante afable, inquieto y que ya dejaba ver un perfil de liderazgo, casi tanto como sus ganas de tener algún día casa propia en Villanueva del Ariscal, donde su padre organizaba los veranos de la familia. En las Semanas Santas de su juventud, a falta de teléfonos móviles, usaba un peculiar punto de encuentro en el Hotel Inglaterra, donde cada amigo dejaba en el hueco de una ventana un papelito dónde anotaba en qué sitio vería la siguiente cofradía. Al final, siempre se acababan encontrando.

Herrero fue alumno de grandes catedráticos como Clavero, Olivencia y Pelsmaeker. Entre sus compañeros de curso estaban la hoy letrada Carmen Moya Sanabria y el hoy magistrado y actual presidente de la Audiencia, Damián Álvarez. La vida es perderse en un coche de caballos por esos caminos rurales que comunican Villanueva con Salteras. Y mejor si es en compañía de Rafael Martínez Retamero. La vida es ser sevillista, muy sevillista. Abonado a los toros en la barrera del 7 y en esa fila 13 del tendido 4 donde, al ser la última fila, la espalda sufre menos incomodidades. La vida es tener casa en el Rocío, en la Plaza del Tamborilero, y en la Feria una caseta amplia que hace esquina, de nombre La Cancillería. Y la vida es pasión por los caballos.

Aquel joven que soñaba con una casa en Villanueva del Ariscal no sólo la tuvo, sino que acabó siendo hijo adoptivo de la villa. En su finca tiene caballos y hasta una huerta de naranjos. No es raro ver cómo los amigos abandonan la casa con un saco de naranjas a cuestas, regalo del anfitrión. No sabemos si son de zumo o de mesa. Hoy sigue con asiento en varios consejos de administración de empresas importantes y se deja ver con naturalidad en foros y encuentros. No ha desaparecido, como hace la mayoría. Nunca fue un profesional de las relaciones públicas, ni un sevillano gracioso. Más bien es de ruan puro y duro. Sigue muy comprometido con las obras sociales, una labor que encauza, entre otras vías, como patrono de la Fundación Persán, dando esos toques al que tiene para dar a los que no tienen, ora una congregación religiosa, ora una familia necesitada de un pueblo del Aljarafe. Supo subir escaleras en los años de relumbrón. Y ahora ha tenido que bajarlas. Y a veces, a base de bajar peldaños, se llega incluso a la agradable bodeguita donde siempre están los íntimos. Y hasta algún cardenal espera...

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