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El artista que trascendió su propio nombre

  • Resulta curioso que se haya ido el mismo año que David Bowie, otro icono con el que tenía más coincidencias de las que pudiera parecer

La tarde de ayer sobresaltaba al mundillo musical con la noticia del repentino fallecimiento de Prince, así que ponemos aquí el símbolo con el que, en su delirante espiral de grandiosidad, quiso ser conocido, para que el mundo pasara a usar la perífrasis El artista antes conocido como Prince a la hora de referirse a él.

Como ocurrió en el caso de Michael Jackson, fue la revista digital estadounidense TMZ, especializada en el mundo de las celebrities, la primera en dar la noticia de la muerte de Prince a los 57 años, lo cual hace sospechar a más de uno que posee una efectiva red de espías y que paga por los soplos que le reportan exclusivas.

Más allá de las vanidades de este mundo, algo en lo que sí era experto el músico de Minnesota, resulta curioso que se haya ido el mismo año, con una diferencia de poco más de tres meses, que David Bowie, otro icono con el que tenía más coincidencias de las que pudiera parecer. Si el inglés fue seguramente el músico que mejor sintetizó la música excesiva, colorista y exuberante de los 70, y sin duda su gran sex-symbol, cuando llegaron los 80 también fue el primero en darse cuenta del potencial y el talento de ese pequeño megalómano llamado Prince Rogers Nelson, y no dudó en declarar, cuando a la década aún le quedaban muchas hojas del calendario por arrancar, aquella frase que se hizo célebre: "Los 80 son de Prince".

Mientras los más rockeros se rasgaban las vestiduras ante lo que consideraban una música amanerada y superflua, efectivamente Prince se alzaba con la corona de la década y se convertía no sólo en el artista más vendedor, con el permiso de Jackson, sino probablemente en el más influyente y seguido, con obras imprescindibles para entender aquella época como Dirty Mind en 1980, 1999 en 1982, Purple Rain en 1984 (todas en Warner) o Sign O' The Times (Paisley Park, 1987).

Lamentablemente para él, el vaticinio que se cumplió a rajatabla hasta la publicación de The Love Symbol Album (Paisley Park, 1992), se tornó en maldición a partir de entonces, y aunque aún lograría entregar algunas obras más que rescatables, su carrera se sumiría en un círculo vicioso de decisiones extravagantes, absurdas guerras con la industria discográfica y malas prácticas mercadotécnicas que parecían diseñadas por un saboteador. Los mismos delirios de grandeza que lo llevaron a etapas de irrelevancia fueron los que lograron que sobreviviera y recuperara, siquiera episódicamente, la presencia mediática de antaño con alguna audacia empresarial, como los 21 conciertos consecutivos que dio en el O2 de Londres, algo que más tarde trataría de superar su principal rival por el cetro de artista de los 80, Michael Jackson.

Y es que, como tantos otros antes que él, Prince sintió que la industria discográfica se aprovechaba de su talento, y cuando habían pasado de largo las musas que le permitieron crear sus mejores obras, decidió poner coto al desfalco para convertirse en su propio jefe. Entabló con la multinacional Warner Bros una guerra a muerte que le llevó incluso a aparecer en público con la palabra "esclavo" escrita en la cara. Cuando logró sacudirse ese yugo, negoció para cada nuevo álbum un contrato de distribución cada vez con una gran compañía diferente, mientras que se reservaba para la suya propia las excentricidades que difícilmente se encontraban en las tiendas. Del mismo modo fue pionero al convertirse en promotor de sus propios conciertos, y cuando le apetecía salir de gira, su propia firma alquilaba los recintos, organizaba los eventos y los promocionaba a través de sus propios canales, para que ningún dólar se escapara a las manos de los intermediarios. Sin concesiones a la maquinaria promocional convencional y sin ofrecer entrevistas. Su celo a la hora de vigilar su fortuna y su legado le llevó a querellarse no sólo contra Youtube o eBay, sino incluso contra aquellos fans que incluían material sujeto a copyright en sus sitios web.

También como otras estrellas antes que él -quizá el más paradigmático haya sido Little Richards- pasó de una vida de excesos de cuya actividad orgiástica se vanagloriaba, a la conversión a la fe en Jehová y a predicar la palabra de Dios a toda aquella seguidora que entrara en su círculo buscando carne. Pero eso no le impidió seguir mostrando colmillo en su faceta artística, y continuar creando hasta el final canciones con filo erótico y en las que se mostraba aún como un animal sexual y un amante sin competencia. Porque en realidad pocos se atreverán a discutir el carácter de genio de Prince. Tenía carisma, resultaba enigmático y fascinante y, por encima de todo, era un artista que dominaba todas las suertes: la del estudio, la del directo (con actuaciones capaces de sorprender incluso al más dedicado de sus fans), y la de la creación pura y dura, la de la íntima composición.

El cuartel general de Prince, Pasiley Park, era un recinto magno que incluía lugar de trabajo, con estudio incluido, zona recreativa, con un harén en sus tiempos díscolos, y un hogar para el reposo del guerrero. Con cierta regularidad, Prince abría a sus seguidores las puertas de su reino y les regalaba la oportunidad de descubrir algunos de sus secretos, escuchar temas inéditos e incluso conversar con él. Durante un tiempo el cineasta Kevin Smith anduvo rodando en Paisley Park para realizar un documental que finalmente el artista desestimó. No parece probable que pase mucho tiempo sin que alguien decida rescatar ese material ahora que el perro guardián se ha ido...

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