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Accademia del Piacere | Crítica

La Accademia del Piacere hace estallar a Bach en mil colores

La Accademia del Piacere en el Espacio Turina.

La Accademia del Piacere en el Espacio Turina. / Lolo Vasco

Aunque muy probablemente fue concebida para órgano, la ausencia de una instrumentación específica en la primera edición (póstuma) de El arte de la fuga ha dado para multitud de teorías y algunas leyendas, también para que la obra haya sido tomada sin ningún tipo de escrúpulo por todo tipo de conjuntos. En último término, El arte de la fuga es sólo una muestra más de la absoluta maestría de Bach a la hora de ofrecer todas las posibilidades de variar una melodía tocada contrapuntísticamente, esto es, por varias voces independientes tramadas en un todo de superior significación. Es una vuelta a las voces de la polifonía clásica, y el tipo de instrumentación empleada en su puesta en escena no pasa de ser algo secundario. Lo que importa (y lo que abruma) es la capacidad de Bach para combinar ese arte del contrapunto (que es casi una ciencia numérica) con la hondura expresiva más penetrante y absorbente.

Para este proyecto de su Accademia del Piacere, Fahmi Alqhai ha eludido afrontar El arte de la fuga al completo (lo hizo ya en su día con el conjunto Il Suonar Parlante), optando por completar su acercamiento a seis de los contrapuntos y uno de los cánones de la obra con preludios y fantasías corales. Para hacerlo ha optado por una rica gama de colores instrumentales, un cuarteto de violas da gamba, un cuarteto de vientos, violone y órgano, y ha jugado de forma muy aguda e inteligente con sus diversas combinaciones.

La apertura fue toda una declaración de intenciones. El coral Aus tiefer Not se presentó en su desnudez de la cantata BWV 38 y en la apoteósica monumentalidad a seis voces con que Bach lo trata para su Clavier Übung III, lo que se aprovechó para ofrecer todas las posibilidades sonoras reunidas, aunque fue posiblemente en el Contrapunto VI, tratado rítmicamente a la francesa, y sobre todo en la fuga triple del Contrapunto XI, dejado para el último bloque, donde Accademia del Piacere optó por una más esplendorosa exuberancia sonora, bien entendido que en ningún caso supuso eso romper el rigor que requiere la escritura fugada, pero es que es un error pensar que ambas cosas no sean compatibles. Las fugas de Bach pueden ser formas cerradas para demostrar su deslumbrante habilidad intelectual, pero eso no niega su capacidad para impactar sensual, físicamente, incluso hasta la solemnidad del Contrapunto VI.

Que eso se puede conseguir también con una instrumentación más austera lo demostró Accademia del Piacere ofreciendo el Contrapunto VIII en una versión para solo tres violas que sonó mucho más grave y profunda, pero resultó de una tensión formidable, casi hiriente en su intensa incisividad, tanta que antes de llegar al estallido del Contrapunto XI el conjunto optó por tocar el preludio coral BWV 639 con las mismas tres violas en solitario.

Para el controvertido Contrapunto XIV, en realidad una fuga cuádruple que se editó incompleta, Alqhai optó por la versión completada por el organista Vittorio Ghielmi y decidió que la entrada canónica la hicieran los vientos, consiguiendo un efecto de acumulación de gran poder seductor para un público que no pudo contener las palmas, lo que acaso rompió el hechizo previsto como cierre: rebajar la grandiosa majestuosidad de esa música con la broma de las dos canciones populares que Bach empleó para la última de las variaciones de sus Goldberg. Un preciso y estupendo golpe de efecto.

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