Accademia del Piacere | Crítica

Una fiesta popular para los sentidos

Quiteria Muñoz y Accademia del Piacere en el Espacio Turina

Quiteria Muñoz y Accademia del Piacere en el Espacio Turina / Luis Ollero

Convertido en el conjunto más internacional de la música antigua sevillana, Accademia del Piacere lleva años desarrollando un perfil multifacético, en el que cabe lo mismo un riguroso programa bachiano que un encuentro con músicos flamencos, un acercamiento al Seicento vocal italiano que una fusión con folcloristas de Oriente Medio, pero si hay un terreno en el que el grupo incide una y otra vez desde diferentes puntos de vista es en la recreación de la música de danza generada en España en el siglo XVI, cuya importancia en el desarrollo de toda la tradición clásica occidental es decisiva.

Es este un mundo abierto a la improvisación y a la glosa, y ese es el terreno en el que Fahmi Alqhai se siente más cómodo, un sitio en el que la transmisión de la tradición se hace a través de la aportación personal del intérprete, lo que no sólo es consecuente con la función de la música en el momento en que fue creada, sino absolutamente respetuosa con sus propios códigos estéticos, ¿o piensan ustedes que los tratadistas del tiempo esperaban que los músicos tocaran una y otra vez los ejemplos con que llenaban sus ediciones? Fabríquense ustedes sus canciones, les dirían.

Y eso hace el conjunto de Alqhai: toman como base los bajos armónicos, miran de reojo a los maestros (Martín y Coll, Sanz, Cabezón, Falconieri...) y se regocijan variándolos, contrastándolos, moviéndolos, adornándolos, todo ello desde una técnica virtuosística, un pulcro sentido del trabajo conjunto y una indisimulada pretensión de agradar a un público amplio, lo que también se compadece estupendamente con un repertorio que se creó en la calle y desde allí alumbró a las iglesias, las academias y las cortes.

Quiso arrancar esta vez el grupo con un punto de gravedad (el Pange lingua), y luego alternó las secciones puramente instrumentales con las canciones, a las que puso voz la joven valenciana Quiteria Muñoz, uno de los nuevos talentos que llega al Barroco español, y que mostró unos medios notablemente opulentos por volumen y extensión, un timbre hermoso y singular y una notable personalidad expresiva (racial Gugurumbé, distinguidísima Yo soy la locura, sensual Ay, amor loco, fulgurante No piense Menguilla, en el límite del riesgo de catástrofe). Elegante siempre, Blanch coloreó y dio impulso continuo a la música, mientras Estevan demostraba una vez más que es la discreción y la eficacia hechas percusionista. No se puede aportar más con menos.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios